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Mario de las Heras

Manolo Santana, al otro lado de la red

Ahora Manolo está en un sitio mejor, pero uno no puede evitar pensar qué pena es que no pudiera hacerse volver él mismo a este lado de la red

Actualizada 11:46

Cuando yo nací habían pasado unos cuantos años de los grandes triunfos de Manolo Santana. Pero en eso era como Di Stéfano. Yo no vi jugar a ninguno de los dos en ninguna pista ni en ningún campo y sí los vi jugar reflejados en los ojos de mi padre, como negros televisores nítidos y redondos, cuando me contaba que él había visto a Manolo hacer dejadas que volvían a su campo y a don Alfredo ponerse en cualquier demarcación del campo y mostrar por qué era el número uno.

Estas cosas casi son mejores que haberlas visto sin intermediarios. Mi padre también me ha contado muchas veces el cuento de Billy el Niño, cuya historia sacó del Bandido Adolescente, de Ramón J. Sender, de esa colección de Salvat con los bordes de sus hojas amarillas como sierras. Yo he oído hablar de Manolo Santana como de Di Stéfano y de Billy el Niño, aunque luego he vivido, hasta ayer, toda mi vida viéndole de un modo u otro. Y eso pesa. Quiero decir que hay algo que tira hacia abajo como si uno viajara en globo.

El tenista español, Manolo Santana, consiguió el oro olímpico

El tenista español, Manolo Santana, consiguió el oro en México 1968

Un breve vaivén. Un leve vuelco tras el que todo vuelve a ser como antes, aunque no es así. El vacío de Manolo, un vacío quizá lejano pues no lo conocía, se nota a pesar de todo. Algo parecido a las luces de alguna serie de televisión antigua que no recuerdo, alguna serie de cuando yo veía cosas que habían pasado a través de las córneas brillantes de mi padre, y que se apagaban con el golpeo de la lámina de un xilófono. Era la canción de un xilófono y los cuadrados, como los de un tablero de ajedrez, iban cambiando con cada sonido tintineante de blanco a negro y de negro a blanco.

Ahora es como si se hubiera vuelto negro todo ese recuerdo que yo tenía de Manolo Santana, siempre moreno y joven y rodeado de mujeres guapas y de personalidades, recibidor de premios y homenajes, santo tenístico español, el Manolo postenista que recogía los frutos de su siembra y que me tocó vivir y que atesoraba un campeón español mitológico, el favorito de la raqueta que yo empuñaba con pasión imaginándome en mi niñez que era Becker o Agassi. Manolo Santana ha estado ahí siempre y ya no está y es raro y es como intentar describir la luna reflejada en un charco, como decía Chéjov.

Esa voz suya tan característica podía reconocerla cualquiera, como su imagen. A estas alturas ya todo el mundo sabía que ese señor se llamaba Manolo Santana, aunque no supieran quién era Manolo Santana, acaso simplemente un señor famoso, después de tantos años. Y después de tantos años, de todos los míos y de todos lo de muchos, ya no está, igual que un día dejó de estar Di Stéfano. Ambos levantaron sus copas, por cierto, con el escudo del Real Madrid en el pecho.

El tenista español Manuel Santana levanta la copa de Wimbledon tras ganar el torneo en 1966

El tenista español Manuel Santana levanta la copa de Wimbledon tras ganar el torneo en 1966 con una camiseta del Real MadridEFE

El ídolo siempre deja un vacío mayor, como si de pronto se oyera un estruendo, y es mayor aún cuando se han visto sin ver sus gestas reflejadas en los columbres titilantes de un padre, o al menos titilantes en los recuerdos de un hijo. No es del todo cierto que yo nunca viera jugar a Manolo Santana. Alguien lo grabó, no hace mucho, y lo puso en Twitter mientras golpeaba a la pelota, con sus últimos achaques visibles, no de una forma impecable sino mágica.

El viejo Manolo mostrándonos cómo se juega al tenis, como si ese tenis, el movimiento de muñeca grácil y monumental, el genio, fuera más grande que la senectud y que la muerte. Mi padre me contó, como me hablaba de Di Stéfano y de Billy el Niño, que había visto a Manolo Santana hacer dejadas que volvían a su campo. Ahora Manolo está en un sitio mejor, pero uno no puede evitar pensar qué pena es que no pudiera hacerse volver él mismo a este lado de la red.

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