El regreso a las pistas de Nadal: falto de ritmo y una realidad de la que ser conscientes
Rafa se despidió del Godó tras caer ante De Miñaur en segunda ronda, ilustrando a la perfección la realidad de su regreso
Nadal sucumbe ante el reto de De Miñaur y se despide del Godó en segunda ronda
Fue un regreso efímero, de parpadear y perdértelo. Como siempre lo son las vueltas al pasado: la nostalgia es buena como lugar al que ir de vez en cuando y pasar un corto tiempo, pero si te quedas mucho corres el riesgo de perderte. Nadal volvió a jugar, ganó un partido, perdió otro, ilusionó a los miles de fans que fueron a verle y se fue sin hacer mucho ruido. Como lo hacen las leyendas.
Él, más que nadie, es consciente de la cruda realidad. Da para lo que da. Su regreso no tenía un motivo ganador, una esperanza de victoria. Es simplemente un homenaje. El que él, con toda razón, cree que se merece. «No me quiero retirar en una sala de prensa, quiero hacerlo jugando» decía Rafa hace unas semanas. Querer indagar más allá de este motivo es querer encontrarle puertas al infinito.
En sus mejores momentos, ilusionó. Ante Flavio Cobolli, en primera ronda, fue superior y ganó sin problemas (6-2; 6-3), prometiendo días felices. En realidad se le notó lento, algo pesado y sin la brillantez de antaño, pero superó el reto sin demasiadas dificultades y se citó en siguiente ronda con el australiano Álex de Miñaur, un rival mucho más preparado.
Allí, al igual que en el primer partido, fue de menos a más. Empezó frío, lento y sin ritmo pero, a medida que entraba en calor y el dolor atenuaba, las sensaciones eran mejores. Le rompió el servicio al australiano y llegó a un 5-5 en un primer set muy igualado. Hasta ahí le dio.
De los siguientes nueve juegos, perdió ocho y rubricó su derrota.
A Nadal, conforme el partido se le empezaba a ir, se le vio más agresivo en su juego, con golpes más arriesgados... pero simplemente no le daba. De Miñaur mandaba la bola a una esquina o a otra, a la red o al fondo, y el balear no llegaba a todas. Viene de mucho tiempo parado y su cuerpo, hecho trizas, da para lo que da.
Tras su derrota, él mismo confirmó que el objetivo de estar aquí era simplemente coger forma para Roland Garros, su verdadero reto este año. En París querrá despedirse como merece que se despida el mejor jugador en tierra batida de la historia.
Cuántos partidos le quedan no lo sabe nadie; cuántas victorias, tampoco. Lo que sí sabemos es que hay que disfrutar cada minuto de él en pista porque puede ser el último.
Las derrotas de Nadal nos duelen porque es la vida que se escapa. No es él quien se marcha, es una parte de tu pasado. Es la creencia juvenil de que todo se puede y que cualquier obstáculo es superable. Son los días yendo al colegio y volver a casa para merendar mientras le veías ganar un torneo más. Son esas veces donde te sentías invencible. Hacerte mayor es sobre todo aprender a minimizar y relativizar la ilusión.