¿Es Carlos Alcaraz el tenista más dotado de la historia?
Conversaciones en las canchas de Londres a las puertas de Wimbledon destacan que no hay límites para la nueva gran figura del deporte español, un portento que llega a sacar a 225 km/h
Ya está Carlos Alcaraz a las puertas de Wimbledon otra vez. Le llamo Carlos porque a pesar de su desparpajo juvenil, mi padre detesta los diminutivos, y tengo que darle la razón. ¿Cómo se puede llamar «Carlitos» a un tipo que enchufa el drive sistemáticamente a 115 km/h y que ya ha llegado a sacar a 225?
Llega Wimbledon y él ya tiene en su mano el Surface Slam: ha sido el jugador más precoz de la historia del tenis en acumular tres Gran Slams en las tres superficies: tierra, hierba y dura.
Me decía Dani Muñoz de la Nava, ex 60 de la ATP, que entrenó con él cuando el chaval tenía solo catorce años y que ya entonces, un veterano curtido como él no podía con su velocidad de bola. «Me sacaba de la pista, Rafa, no podía con el peso que le metía».
Cuando le vi hacer en Queens, me quedé pasmado. Juega sobre hierba como si hubiese echado los dientes en el pasto. Todos sus golpes mejoran y en eso sí que recuerda a Nadal, en su constante evolución, aunque devora las etapas a mayor velocidad. Tiene un puño de hierro enfundado en un guante de seda, que igual arrea una derecha a 165 km/h que suelta una dejada, también de derecha, que es mucho más difícil que de revés, sin telegrafiar en ningún momento su intención. La esconde y cuando tiene al contrario arrinconado a leñazos contra la valla, a tres metros de la línea de fondo, en un giro de muñeca invisible, rasga la bola y la deja muerta a un palmo de la red, inalcanzable. Como dice el bueno de mi amigo Semmler, «trata bien la bola, la cuida».
Cenando tras verle unos cuantos aficionados en Londres, y discutiendo que si Nole, que si Rafa, que si Roger, que si lo de siempre… nuestro amigo Javier Linares, que es nº4 del mundo de +55 de la ITF, es decir, que como dice otro amigo, Pablo Semprún, reciente campeón del Mundo de +60, que «se ha dedicado», nos cortó en seco y dijo, sin el menor atisbo de duda «es el mejor jugador que ha pisado una pista de tenis jamás». ¡Hala, macho, ¡te has pasado!, pensamos todos.
Una semana más tarde, José Velasco, reciente campeón de España de dobles en +60, nos envió el vídeo en el que John McEnroe dice exactamente lo que nos había comentado Javier: no ha visto jamás a nadie jugar así. Y este en tenis lo ha visto todo. Pero es que fue más allá. Big Mac sentenció que Alcaraz es muy superior a sus 21 años a los tres mosqueteros Nole, Rafa y Roger a su misma edad. Al acabar el vídeo rogaba a Carlos «no te lesiones, por favor… ¡no te lesiones!». The sky is the limit, decía y coincidía con Wilander en que, además, tiene un golpe único que no ha tenido nadie en pista, eso sí, con el permiso de dos showman como Nastase o El Mago Santoro: la sonrisa. Se divierte en la pista como un niño, de ahí que, aunque no lo comparta, entienda lo de Carlitos, porque disfruta como un chaval.
El Roland Garros de este año ha sido la señal de que algo muy grande ha llegado al Planeta Tenis. Venía de camino, en órbita, pero ya ha alunizado. Tras estos dos años de escuchar las odiosas aunque inevitables comparaciones con Nadal (el deportista español más grande de todos los tiempos), los que amamos el tenis evidenciamos un cambio de marcha. Nadie ponía en duda su brillantez, pero había dudas acerca de su consistencia mental, de su madurez. En el tenis de hoy todos son portentos físicos y derrochan la misma virtuosidad técnica, la diferencia está en la cabeza, en la confianza. Ves entrenar a un 200 del mundo con Nadal y aparentemente la pegan igual. Sin embargo, empieza el partido y Rafa le mete 1 y 0.
Hablando de Nadal, Rafa nos había malacostumbrado a ganar cuando no tenía su día, cuando las cosas se le ponían cuesta arriba. Pues bien, en semis y en la final de RG, Alcaraz las pasó canutas. Se volvió a acalambrar, pues es humano, tiene nervios, está tremendamente fuerte y esto se traduce en contracturas. Nuestro corazón late por impulsos eléctricos, estamos todos cargados, repletos de corriente. Juan Reque, que fue fisio de Sharapova durante doce años, me dice que la inmensa mayoría de los acalambrados en los grandes torneos son los chavales que vienen de la ronda de previa o de la Quali y que cuando se ven de pronto ante un Zverev o similar, los nervios les atenazan y son presa de las contracturas musculares. Pues bien, Carlos tiene nervios, como todos: por edad, por inexperiencia y por el peso de la responsabilidad. Ya le pasó el año pasado en semis de RG con Nole y otra vez en la final de Wimbledon de nuevo contra el Ogro de Belgrado, aunque en Londres ya no cometió el error de principiante que tan caro le costó en París de quedarse sentado a la sombra mientras Djokovic le rompía el ritmo y la inercia ganadora yéndose al baño siete minutos tras haber ganado Carlos el segundo parcial para igualar el encuentro a un set iguales. El guion se repitió en Wimbledon, Nole le hizo la misma marranada, es un especialista, usa todos los trucos del arsenal, pero Alcaraz no paró de moverse, estuvo todo el parón en movimiento manteniendo los músculos calientes y cuando el serbio volvió del vestuario se encontró un muro enfrente.
Pues bien, esta vez, ante Sinner, traía los deberes hechos. Sabía que le podía pasar. Mejor dicho, que le iba a pasar. No es casualidad, el propio Sinner, aparentemente tan tranquilo, también se acalambró en ese maléfico tercer set. El equipo de Alcaraz lo ha estudiado y saben que esas contracturas se le acaban pasando. Le duran entre 45 minutos y una hora. Eso es una eternidad en tenis. En un Master1000 a tres sets estás muerto, pero en un Grand Slam a cinco, todavía puedes recuperar. Jugó un mal set con mucha cabeza. Aguantó el tipo. Corretja nos despistaba en la tele hablando de «recaída de su lesión en el antebrazo», pero era incongruente, porque de repente soltaba latigazos a plena potencia. Además no mostraba disgusto, tampoco se llevaba las manos a las zonas acalambradas. Pidió fisio, le masajearon y continuó. Lo que hacía era jugárselas a un tiro y… ganar tiempo. Esperar a que los calambres pasasen. Un poco como los rusos y el invierno contra Napoleón y Hitler: dejar que el otro entrase y entrase, que le ganasen ese tercer set para reaccionar después y salir de boxes a 250 y meter la directa en el quinto set. Lo hizo en semis y lo repitió en la final. Han sido dos de sus mejores peores partidos. Sonreía al acabar y cuando le entrevistaron dijo «bueno, es que he aprendido a disfrutar sufriendo»… Y eso para mí ha sido la señal de algo que veía inalcanzable, y es que ningún tenista pueda ni siquiera imaginar que puede asaltar los +20 Grand Slams de los tres fenómenos. Si no media lesión u otro contratiempo, como los 200 millones que le acaba de atizar Nike, Alcaraz puede soñar con ello. Ya ha pasado la Quali de esos veintitantos Everest.