Fundado en 1910

Rafael Pampillón es catedrático emérito de Economía Aplicada en el CEU y profesor de IE Business School

Diez economistas examinan a España (II)

Rafael Pampillón: «Sánchez subió los impuestos cuando lo que se necesitaba era lo contrario»

Reconoce que Zapatero resolvió algunas cuestiones sin que le temblara el pulso, entre ellas congelar las pensiones o rebajar temporalmente el sueldo a los funcionarios

Rafael Pampillón es uno de los mejores divulgadores de economía que hay en España. Con más de cien trabajos de investigación publicados en revistas científicas especializadas y una amplia actividad en medios de comunicación, combina una intensa actividad investigadora y divulgadora.

–¿Cuál es la mayor virtud de la economía española?

–España cuenta con un elevado nivel de capital humano. Además, tiene una red de infraestructuras muy buena y moderna (carreteras, ferrocarriles, puertos, aeropuertos, etc.), algo que es esencial para animar la inversión privada, tanto nacional como extranjera. Estas infraestructuras incluyen una red telemática amplia y rápida y una cantidad ingente de plazas hoteleras capaces de albergar a 80 millones de turistas.

–¿Cuál es su mayor pecado?

–La existencia de muchos tipos de Administraciones Públicas, mal diseñadas y peor gestionadas, que no solo crean desigualdades, sino que elevan el gasto público, generando ineficiencias. Y, lo que es peor, provocan niveles de déficit y deuda pública muy elevados. Todo esto crea problemas de solvencia para la economía española. A ello se une la elevada corrupción.

En el ámbito empresarial, España posee una estructura productiva basada en sectores de bajo valor añadido y en compañías de tamaño excesivamente reducido. Estas características de nuestras empresas dificultan la inversión en I+D y la creación de empleo duradero a largo plazo, y, además, nos hacen perder competitividad frente al exterior.

–¿Qué hicieron bien y mal en economía Aznar, Zapatero, Rajoy y Sánchez?

–Aznar manejó bien la política económica. Hizo una importante reducción de impuestos que contribuyó a un alto crecimiento del PIB. También fue muy acertada la política de privatizaciones del parque público empresarial. Realizó una serie de medidas que ayudaron a cumplir con los objetivos de Maastricht y a meter a España dentro del euro en su primera fase. Desgraciadamente, le faltó visión para darse cuenta de los problemas a) que generó la mayor inflación de España frente a zona del euro y b) el crecimiento económico basado en la construcción; unos problemas que fueron, en parte, provocados por la política monetaria del Banco Central Europeo.

Zapatero resolvió bien algunas cuestiones. Tomó medidas drásticas, ante determinados hechos, sin que le temblase la mano. Por ejemplo, la congelación de las pensiones y la rebaja temporal del sueldo a los funcionarios; también el retraso de la edad legal de jubilación o la militarización temporal del servicio de controladores aéreos (con la declaración del estado de alarma en 2010). Sin embargo, tardó en reconocer la crisis económica del sector inmobiliario y financiero del año 2008.

Rajoy hizo la reforma laboral y la reforma del sistema de pensiones, que, aunque insuficientes, eran necesarias. Podía haber tomado más medidas que animasen el gasto en I+D. Hubiera mejorado las posibilidades de crecimiento a largo plazo.

Sánchez subió los impuestos en un momento de crisis, en el que lo que se necesitaba era justo lo contrario: una bajada de impuestos que animara el consumo y reactivase la economía. También tomó otras decisiones equivocadas: la subida del sueldo de los funcionarios, la subida del salario mínimo, las pensiones con la subida del IPC.

–¿Tiene arreglo lo del recibo de la luz o todas las soluciones que se indican pecan de populismo?

–A corto plazo, la solución pasa por políticas de rentas a los hogares más vulnerables. A largo plazo, es más complicado. Tal como se fija el precio de la electricidad en España, el precio lo pone el sistema que produce más caro. El que se utiliza, en última instancia, para atender las necesidades de demanda. Cuando el precio del gas sube en el mercado internacional, al haber aumentado su demanda, la producción de energía eléctrica se encarece. A ello se suma el precio del CO2, que los países europeos incorporan al precio de la electricidad, con el fin de hacer pagar a quien contamina.

Teniendo esto en cuenta, la única manera de reducir el precio de la electricidad pasa por eliminar algunas de las cargas que aparecen en el recibo de la luz, como el IVA, que podría bajar algo más, o el precio de la emisión de CO2. No obstante, lo importante es reducir este coste a largo plazo. Para ello es imprescindible, por un lado, disminuir la dependencia energética de España, y, por otro, atender la demanda de energía eléctrica con sistemas más baratos y menos contaminantes. Hoy por hoy, los pantanos, los paneles solares y las centrales nucleares son los sistemas más limpios y baratos de producir energía eléctrica. Y, en el caso de España, con una inversión adecuada servirían para atender la demanda.

–¿Por qué, década tras década, España tiene tan anómala tasa de paro, que no se corresponde con lo que se ve en las calles?

–Contamos con un mercado de trabajo muy rígido, que dificulta mucho la contratación y anima poco a la búsqueda de empleo. Además, hay elevados costes de despido, y altas cotizaciones a la Seguridad Social a los que deben hacer frente las empresas, y unas prestaciones por desempleo generosas. Estas realidades hacen difícil reducir el elevado desempleo existente en España. Por un lado, las ayudas económicas que se reciben pueden considerarse elevadas. Por otro, tanto a empresarios como a trabajadores les puede interesar mantenerse en la economía sumergida. Ambos factores dan como resultado que la tasa de paro sea más elevada de lo que se podría suponer, observando la vida social y económica del país. Una tasa de paro tan alta debería dar lugar a revueltas y manifestaciones, que rara vez se producen. El motivo por el que a los trabajadores parados les puede interesar mantenerse en la economía sumergida es la posibilidad de cobrar una renta básica o una prestación por desempleo, y complementarla con un ingreso laboral, que, aunque sea bajo, le permite cobrar, en cómputo global, más de lo que obtendrían si se incorporasen legalmente al mercado de trabajo. En cuanto al motivo por el que les puede interesar a los empresarios esta situación, es evitarse los costes de despido y las elevadas cotizaciones a la Seguridad Social.

–¿Quién es el economista español que más admira y por qué?

–Son dos economistas que ya han fallecido: Enrique Fuentes Quintana, que consiguió sacar a la economía española de la crisis de 1977, en un momento político muy delicado, a través de los Pactos de la Moncloa; y Luis Ángel Rojo, que, junto con el presidente Aznar, consiguió establecer la independencia del Banco de España respecto del poder político, y, además, meter a España en el euro.

–¿Cuándo estima que España empezará a dejar atrás con fuerza las heridas del covid?

–Todo hace pensar que la recuperación no será en el corto plazo. Las previsiones más pesimistas, que se hicieron cuando se tomaron las medidas de confinamiento, parecen ser, a fecha de hoy, las más probables. Deberemos irnos al 2023-2024 para poder decir que el problema de la pandemia ha quedado atrás. Habrá sectores que se recuperarán antes, pero otros tardarán algo más en hacerlo. La pandemia paralizó la economía y el comercio internacional. El miedo se instaló en la sociedad, y las nuevas variantes del Covid no ayudan a pasar página. Aunque la vacunación ha sido vista con buenos ojos, lo cierto es que todavía falta tiempo para que la economía mundial, y con ella la española, esté en niveles de lo que podría considerarse normalidad.

–La inflación ha vuelto, ¿debemos asustarnos?

–Para saber si debemos preocuparnos es necesario conocer los motivos que han impulsado al alza de los precios. Por un lado, venimos de un periodo de estancamiento de precios, debido a la escasez de demanda durante el periodo de confinamiento. Así, la oferta se adaptó parcialmente al nuevo nivel de demanda. La apertura, especialmente cuando un porcentaje elevado de la población está vacunada, ha elevado la demanda, lo que ha coincidido con un encarecimiento de los costes de producción. Este encarecimiento se ha producido por el aumento del precio de la energía y por la escasez de ciertas materias primas. Aunque se esperaba que este efecto inflacionista fuese temporal, lo cierto es que todo hace pensar que ha venido para quedarse. Hay varios motivos para pensar que el problema se podría alargar en el tiempo. La tasa de inflación de Estados Unidos se sitúa por encima del 5%, el Gobierno de España no sabe cómo frenar la escalada del precio de la energía, y, de momento, el Banco Central Europeo no se atreve a eliminar los estímulos monetarios.

–¿Somos buenos trabajadores los españoles?

–En España la formación es elevada y adecuada. Lo pone de manifiesto el hecho de que, a nuestros ingenieros, enfermeras, fisioterapeutas… se los rifen en el extranjero. El problema no está en la cualificación de la mano de obra, sino en su adaptación a los puestos existentes (lo que se demanda y lo que se oferta no coinciden). Y también en la idea arraigada que hay en España de que se trabaja más cuantas más horas se esté en el puesto de trabajo, lo que reduce nuestra eficiencia. La flexibilidad laboral que ha traído la pandemia ha ayudado a que, al menos en aquellos casos en los que no se depende del trabajo síncrono de otros, el horario laboral pueda adaptarse a las necesidades de cada persona. A la larga, puede aumentar la satisfacción y la eficiencia de los trabajadores.

–¿Qué opina de que una vicepresidenta del Gobierno de España use el adjetivo «beneficios groseros» para referirse a los beneficios empresariales?

Que ignora que, para que un país funcione y crezca, es necesario contar con un sector privado que genere inversión y empleo. Ahora bien, la inversión privada solo existirá si hay beneficios atractivos. A veces serán pérdidas. Pero a largo plazo, nadie arriesga su dinero a cambio de nada o de una miseria.