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Sequía en TúnezAFP

Las sequías constantes, un grave peligro para los cultivos del norte de África

El cambio climático hace estragos y amenaza la subsistencia de millones de agricultores

De las represas casi vacías a los olivos centenarios resecos, el cambio climático hace estragos en el Magreb, hasta el punto que amenaza la subsistencia de millones de agricultores.

El embalse de Sidi Salem, que suministra agua a casi tres millones de tunecinos (de una población de 12 millones) está en una situación extrema: cayó a 15 metros bajo el máximo alcanzado por las lluvias torrenciales letales del otoño de 2018.

Tras una década de «cambio climático terrorífico, llegamos a una situación crítica», constata el ingeniero Cherif Guesmi. «Desde 2018 prácticamente no ha llovido de verdad y todavía utilizamos ese agua», explica a la AFP.

En agosto, cuando Túnez sufrió una canícula que llegó hasta los 48 grados, la reserva perdía 200.000 m3 de agua al día por evaporación, recuerda. Las lluvias recientes no cayeron en el oeste del país, donde se encuentra el embalse, que llegó estos últimos días a su nivel más bajo con 17 % de su capacidad.

En el plano nacional, los embalses están a sólo al 31 % de su máxima capacidad. Los cuatros países del Magreb (Argelia, Marruecos, Túnez y Libia) forman parte de los 30 Estados con más escasez de agua del planeta, según el Instituto de Recursos Mundiales (WRI).

Los periodos de sequía son cada vez más largos e intensos, lo que preocupa a muchos agricultores, como Ali Fileli, de 54 años, que explota 22 hectáreas cerca de Kairouan, en el centro semiárido de Túnez.

No puede «hacer nada» con sus tierras debido a la falta de agua. «Cuando empecé con mi padre, llovía siempre o bien excavábamos pozos y encontrábamos agua», explica. Pero desde hace una década, «cada año el nivel de la capa freática baja de 3-4 metros».

Sin futuro

Fileli, mostrando su plantación de olivos, señala que en diez años ha perdido la mitad de su millar de árboles. A las puertas de la cosecha, muchos árboles tiene frutos raquíticos y la sequía obligó al agricultor a retrasar la siembra del trigo de invierno y la cebada.

Y las cosechas pequeñas son sinónimo de deudas para los campesinos y de menos contratos de temporeros. En Túnez, el desempleo, que llegó al 18 % tras el covid-19, empuja a muchos a irse del país.

«Las capas freáticas del norte de África se secan por el efecto combinado de la falta de precipitaciones y de un bombeo excesivo», cuenta a la AFP Aaron Wolf, profesor de Geografía en la Universidad de Oregón (Estados Unidos), citando como ejemplo el gran río artificial de Libia, que extrae «agua fósil» bajo el desierto para llevarlo a las ciudades de la costa.

En Argelia, las intensas lluvias han hecho subir recientemente el nivel de los embalses a 32,6 % pero sigue siendo bajo en el centro (9 %) y en el oeste (18 %).

Los incendios de agosto reflejan también la situación crítica hídrica del país, que ha obligado a utilizar el agua potable para el riego y la industria, ya que no hay suficiente tratamiento de las aguas residuales.

En Marruecos, Mohammed Sadiki, ministro del sector faro de la Agricultura, lamentó hace poco la caída de 84 % de las precipitaciones desde principios de año, comparado con 2020. A finales de octubre, los pantanos estaban a 36 % de sus capacidades.

Para Wolf, las consecuencias de las sequías van más allá de la agricultura y son un «motor de inestabilidad política: las personas rurales emigran hacia las ciudades donde no hay ayuda, lo que exacerba las tensiones».

En 2050, con las lluvias menos abundantes y el crecimiento demográfico, habrá «mucha menos» agua que ahora en Túnez, advierte por su parte Hamadi Habaieb, responsable de la planificación del agua en el Ministerio tunecino de Medio Ambiente.

En Kairouan, Fileli teme que las soluciones lleguen demasiado tarde. Piensa en dejarlo todo y emigrar «hacia la capital o a otra parte». «Si no hay agua, no llueve, ¿para qué quedarse aquí?».