Black Friday
El jersey por el que tres días antes pagué 40 euros ahora valía 20. Fue como una multa de aparcamiento: nada como escarmentar por el bolsillo
Los economistas que vuelven a poblar las tertulias de televisión (una vez reemplazados temporalmente los epidemiólogos) aseguran que estamos viviendo una situación inusual: por primera vez en muchos años estamos ante una crisis de oferta y no de demanda. Es decir, si las crisis anteriores venían marcadas por una contracción del consumo privado, en esta lo que estamos sufriendo son problemas de suministro y abastecimiento.
En esas se me ocurrió probarme en el Black Friday; conocerme en una situación inédita: la de ser por una vez previsor y dejar atados en noviembre los regalos pensados para enero.
Uno se considera descreído de los chollos y desconfía cuando alguien toca corneta avisando de un descuento imperdible. Al igual que tampoco me gustan las aglomeraciones, me producen cierta pereza los periodos de rebajas telemáticas, con todos compitiendo por exprimir el algoritmo y saltarnos la fila. Hay gente que recuerda mejor la fecha del Prime Day que el cumpleaños de sus padres. A mí no me verán en esa banda.
Precisamente por eso, para ejercer de buen hijo y mejor hermano, acudí a la aplicación de una conocida marca española de ropa. Un jersey color arena, una talla S, una M... ¡Y estaban rebajados! La leyenda era cierta. Por mi desconocimiento de la festividad pagana del Black Friday, solo unos días antes había comprado en esa misma tienda de forma presencial. El jersey que entonces me costó 40 euros hoy valía 20. Fue como una multa de estacionamiento: nada como escarmentar por el bolsillo.
El segundo aprendizaje llegó al comprobar que algunas tallas se acaban tan rápido como entradas de concierto. A los quince minutos del corte de cinta del Black Friday ya había tenido que renunciar a un par de regalos y no supe si achacarlo a mi falta de decisión o a una carencia de stock. La crisis de demanda se mostraba ante mí con toda su crudeza. En este lado del mundo aún no escasean la gasolina ni el arroz, pero sí las camisas slim fit.