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IGNACIO DURÁN ESCRIBANO

La energía eléctrica nuclear en España

En autor analiza el presente y futuro de la energía nuclear, sus riesgos y beneficios

La estructura de generación de electricidad en España puede seguirse en las gráficas de Red Eléctrica Española. Podemos ver que, a día de hoy, solo tenemos cerca del 60 % de la energía eléctrica cubierta por fuentes limpias, de las cuales la mitad viene dada por la energía nuclear. Incluyo la nuclear entre las fuentes limpias puesto que no genera desechos de efecto invernadero. Hay que resaltar que una cosa es la capacidad instalada y otra la fracción de ella que se genera en cada momento en función de la demanda. Para duplicar la generación de las fuentes intermitentes hay que cuadruplicar su potencia instalada, ya que las eólica y solar –y también la hidráulica– tienen una eficiencia muy baja al estar sometidas a los caprichos meteorológicos. Sin embargo, las centrales nucleares vienen suministrando más del 80 % de su capacidad nominal, de forma casi constante. El ciclo combinado, por su parte, puede modularse para adaptarse al consumo, si bien está fuertemente comprometido por el precio del mercado, ya que no siempre se pueden conseguir las cantidades deseadas de gas a precio concertado.

En un escenario de continuo aumento del consumo, para minimizar las fuentes de electricidad productoras de CO2 habría que cuadruplicar la capacidad de las fuentes limpias en un plazo de apenas una o dos décadas, ahora bien, si no se incrementa la producción nuclear, el incremento de fuentes intermitentes obliga a desarrollar una fuerte infraestructura para acumular sus inevitables excedentes. Esto nos lleva a discutir sobre la idoneidad de la generación de electricidad mediante reactores nucleares, tras muchos años de campañas ecologistas en su contra. No voy a entrar a discutir las razones de los movimientos antinucleares del siglo pasado, limitándome a explicar la situación actual, en base a argumentos objetivos de alta seguridad y bajo impacto medioambiental.

La estadística actual es extraordinariamente alta, con 445 reactores generando energía (de los casi 600 construidos a lo largo de casi 70 años) que acumulan una experiencia de más de 18.000 reactor-año. A esto hay que sumar los 220 reactores de investigación y generación de isótopos de uso médico, así como los 160 navíos y submarinos militares operativos con cerca de 13.000 reactor-año de experiencia. Es innegable que esta larga trayectoria nuclear no está exenta de incidencias, entre las que se encuentran los dos graves accidentes de Chernóbil y Fukushima. Sin ánimo de negar ni menospreciar la gravedad de estos accidentes, sí hay que admitir que la singularidad de sus orígenes (en un caso debido a inaceptables contravenciones de las normas de seguridad y en otro a los efectos de un tsunami extraordinario) hace que sus consecuencias no sean generalizables. Es algo similar a los colapsos de presas hidráulicas, entre los que se encuentra la de Banquiao (China, 1975) con 175.000 muertes y millones de hogares destruidos, cuyos impactos no han de tenerse en cuenta a la hora de estimar la seguridad general de los embalses.

Al evaluar los riesgos sobre la población de los incidentes probables en las centrales nucleares, hay que concluir que son significativamente menores que los que produce la extracción del gas y el petróleo y extraordinariamente menores que los producidos por la minería del carbón. La diferencia se agrava ya que la combustión de hidrocarburos y carbones libera a la atmósfera, no solo CO2 sino toda una serie de aerosoles –algunos de ellos radiactivos– cuyo efecto sobre la población supone cientos de miles de muertes prematuras cada año.

Cuando hablamos de la seguridad hay que considerar también el impacto social de la fiabilidad del suministro. Durante esta pandemia del SARS-CoV-2, el continuo funcionamiento de las centrales nucleares, en aquellos países que disponían de ellas, ha supuesto una garantía de suministro y una significativa reducción del consumo de gas, que a nivel mundial ha sufrido una demanda extraordinaria que cada país ha tenido que pagar de alguna manera. Este efecto benéfico ha sido especialmente notable en España, donde, teniendo un parque nuclear consolidado, tenemos una total dependencia de suministradores externos, tanto de carbón como de hidrocarburos. Sin duda, podemos decir que en España la estabilidad a la baja de la pandemia y la esperada recuperación económica, van a producir un aumento de la demanda eléctrica, mientras que a nivel global la pandemia sigue avanzando y llevando los mercados de gas e hidrocarburos al alza. Es fácil comprender que crisis como esta pueden repetirse, aunque probablemente a menor escala, resultando prudente mantener en el mix energético un 20 % de generación nuclear. Por otra parte, los clásicos detractores de la energía nuclear siempre han argumentado el posible agotamiento de las reservas de uranio, lo cual no es sostenible hoy en día, no solo por la magnitud de las reservas conocida sino por el avance tecnológico que supone el reprocesamiento del combustible usado, prácticamente hasta el infinito y a coste competitivo.

Respecto al impacto medioambiental, es innegable que existen dos categorías bien diferenciadas: la de las centrales de combustibles fósiles, entre las que el carbón es, sin duda, la más contaminante ¡y aún no se han cerrado todas en España! y las eólica, solar, hidráulica y nuclear, entre las que la nuclear es la única que garantiza la total estabilidad de suministro y precio, a corto, a medio y a largo plazo. De cara al futuro, la deseable renovación del parque nuclear actual abre la posibilidad de construir reactores de nueva generación que, además de ser intrínsecamente seguros, aportan la posibilidad de utilizar la alta temperatura de sus turbinas para producir hidrógeno, así como para desalinizar agua marina para regadío y para combatir la desertificación. Solía argumentarse también que el almacenamiento de los residuos de larga vida media supondría un problema inasumible a largo plazo, pero la tecnología nuclear actual permite utilizar estos residuos, convenientemente tratados, como combustible, transmutándose así en residuos de vida corta y generando energía aprovechable. Los tiempos cambian y a día de hoy el tratamiento de los residuos es un negocio rentable y seguro.

No hace falta más que observar la trayectoria de los países más desarrollados que, salvo en ciertas excepciones, han vuelto a optar por el desarrollo de la energía nuclear. Entre los 37 países que tienen plantas nucleares operativas, en 17 de ellos se produce más del 20 % de su consumo eléctrico y en 19 hay nuevos reactores en construcción, incluyendo EEUU, Rusia, China, RU, Francia, Japón y Corea del Sur. La producción global de electricidad nuclear ha venido creciendo en los últimos nueve años y el informe de la IEA de la OCDE prevé que se triplique la electricidad nuclear en los próximos 20 años. En España es vital que la vida de los reactores actuales se extienda, así como la acometida urgente de un programa para su renovación.

  • Ignacio Durán Escribano es catedrático de Física Atómica y Nuclear