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josé manuel cansino

La renuncia laboral

Para resolver el vaciamiento rural hay que alinear tres vértices: pagar sueldos más altos, mantener los precios de los alimentos bajo control y convencer a los agricultores para que sigan produciendo a pérdidas

Actualizada 09:01

Unos cuatro millones de trabajadores estadounidenses habían renunciado a sus empleos en abril del año pasado; un 2,7 % de la fuerza laboral de la –todavía– primera economía del mundo. A la escasez de mano de obra subsecuente se la ha etiquetado como «la Gran Renuncia» aunque el término se acuñó antes, en 2019, por el académico estadounidense Anthony Klotz y advierte de la decisión de estas personas de no continuar con los empleos previos a la pandemia.

Si Klotz fue o no un visionario necesitará de un tiempo hasta tener perspectiva, pero lo que sí parece claro es que en realidades como la española, la percepción «micro» propia de la economía de a pie no se ajusta a la economía «macro» de las grandes cifras agregadas. Para la primera de las miradas faltan recolectores de cosechas, transportistas, albañiles, carpinteros pero también matemáticos. Para la segunda de las miradas sobre la misma economía, los datos apuntan en otro sentido. Veámoslo con detenimiento.

Si tomamos 2007 como el último año del «boom inmobiliario» y seguimos el número de personas afiliadas a la Seguridad Social como indicador de la actividad laboral, 19,15 millones de compatriotas afiliados fue la cifra más alta de la serie. A partir de aquí todo fue penuria hasta el mínimo de 2014, con 16,49 millones de afiliados. Desde entonces se inició una lenta recuperación que necesitó de cinco años hasta que en 2019 se rebasó, aunque por poco, la cifra de los dorados años del ladrillo, la especulación y el crédito barato. Ya éramos 19,18 millones y superábamos en más de dos décimas la época de bonanza. Superar la pandemia en términos de afiliación sólo llevó unos catorce meses, pues en mayo de 2021 ya estábamos por encima de la cifra previa a la covid, aunque habría que matizarlo corrigiendo por el número de personas en ERTE y el cese de actividad.

En definitiva las percepciones de lo cotidiano no casan con las estadísticas oficiales y estas están bien construidas sobre todo si, como ocurre con las afiliaciones a la Seguridad Social, son datos que proceden de censos y no de encuestas. Una y otra realidad se pueden explicar a la vez y no con mucha dificultad. Huimos de las tareas con fatiga y a la intemperie. A la España interior la vació el automóvil, la posibilidad de conocer la ciudad con sus comodidades y la ambición sana de cambiar el frío o el calor por un trabajo en sitio cubierto. El disgusto por la contaminación y la añoranza por la tierra vinieron después. Para resolver el vaciamiento rural agrario hay que alinear tres vértices de un triángulo, lo que resulta geométricamente imposible; pagar sueldos más altos, mantener los precios de los alimentos bajo control y convencer a los agricultores para que sigan produciendo a pérdidas manteniéndonos el campo cuidado para las excursiones de los urbanitas.

Para otros oficios la cuestión es un poco más compleja. Por ejemplo, los grandes esfuerzos y recursos empleados en la formación profesional no han sido capaces de resolver los cuellos de botella para profesiones muy demandadas. Basta poner el calendario en marcha hasta ver cuánto tiempo tardamos en encontrar un electricista o un carpintero. Añadamos a esto el tránsito de una economía con bastante espacio para los pagos en «B» a otra donde ese espacio es cada vez más estrecho.

La falta de matemáticos y de operadores logísticos se unen a la escasez anterior pero aquí hay que tener en cuenta la lenta velocidad de ajuste del sistema universitario a la explosión de la demanda para los analistas de datos y el previsible ajuste más rápido en el sector de la logística.

En definitiva, las conversaciones de terraza y la información del Boletín de Estadísticas Laborales que registra los datos de afiliación a la Seguridad Social, aún siendo aparentemente dispares, son compatibles. Entenderlos sólo depende de la amplitud del ángulo de miras.

Ahora bien, sí hay, desde antes de la pandemia, una tendencia en empleos de cualificación media-alta en la que pesan cada vez más los «salarios emocionales». En definitiva, la felicidad de los empleados se anuda a complementos salariales que van más allá de las primas a fin de año y las aportaciones de empresa a planes de pensiones. Estos componentes «emocionales» de la retribución pasan por mejorar la conciliación familiar, la comodidad en el puesto de trabajo y la asistencia de salud mental. Hace poco tenía la oportunidad de comentar esto con un alto ejecutivo interesado en atender demandas de asistencia espiritual por parte de sus empleados, que ya valoraban mucho las clases de yoga. Quizá esto tenga que ver con la gran renuncia de quienes, vista la gravedad de la pandemia, ven la vida más allá del salario.

  • José Manuel Cansino es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla y académico de la Universidad Autónoma de Chile / @jmcansino
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