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José María Rotellar

El legado económico de Don Juan Carlos

Ha sido el mejor embajador para la expansión de España y de sus empresas

Don Juan Carlos ha regresado a España, de momento, de visita, aunque esperemos que muy pronto vuelva a residir en la que es su casa. Aunque algunos grupos de extrema izquierda -algunos, se sientan en el Consejo de Ministros- tratan de estigmatizar su figura, es tan colosal la obra de su reinado que no pueden ni siquiera arañarlo. Todo lo que han conseguido es que haya tenido que pasar casi dos años fuera de España, con una voraz persecución que ha concluido sin ninguna causa pendiente para don Juan Carlos. Hoy en día, todavía algún ministro, que lo es de un país que es el Reino de España, trata de atacar a la Monarquía en la persona de don Juan Carlos, donde ha llegado a llamarle ladrón con toda desvergüenza. La realidad es otra y el legado de don Juan Carlos es magnífico en todos los aspectos, entre los que se encuentra el económico.

Su Majestad don Juan Carlos I reinó en España entre el veintidós de noviembre de 1975 y el diecinueve de junio de 2014, un período de casi cuarenta años a lo largo del cual España se transformó de manera completa, aprovechando el impulso económico sembrado durante los años sesenta, con la industrialización y la creación de una hasta entonces inexistente extensa clase media, base de nuestra prosperidad, incorporando, a ese auge económico iniciado anteriormente, la libertad y la concordia entre todos los españoles.

«El rey quiere serlo de todos a un tiempo», dijo don Juan Carlos en su primer mensaje a las Cortes del veintidós de noviembre de 1975, y ese propósito, que de haber sido pronunciado por algún político puede que se hubiese quedado en un mero eslogan electoral, se cumplió de manera completa, pues don Juan Carlos trajo la democracia, haciéndolo, además, respetando la legislación entonces vigente (el famoso «de la ley a la ley» de Torcuato Fernández-Miranda) y con el acuerdo mayoritario de quienes ostentaban entonces la representación política heredada del franquismo, los procuradores en Cortes, que votaron mayoritariamente a favor de la octava ley fundamental, conocida como «Ley para la Reforma Política», que derogaba las anteriores y propiciaba, tras ser refrendada por el pueblo español en referéndum, la convocatoria a cortes constituyentes.

Fue, por tanto, un rey que recibió un poder ilimitado de manos de Franco y que lo cedió por completo para hacer posible la llegada de la democracia a España, desde el impulso a una reconciliación nacional, que hizo posible que se sentasen las bases sobre las que impulsar nuestro desarrollo definitivo, la homologación con el resto de democracias occidentales y posibilitar la recuperación de un papel con cierta relevancia en el contexto internacional.

Bajo su reinado se pasó de un régimen autoritario -muy suavizado en sus últimos años, pero autoritario en todo caso- a un régimen democrático de libertad; se legalizó al PCE sobre la base de la aceptación de estos de la bandera nacional de todos los españoles, de la legalidad, de la reconciliación y de la Monarquía; se convocaron elecciones libres para cortes constituyentes, como he dicho; se aprobó y refrendó por los españoles la Constitución vigente, que ahora quieren derribar algunos; del mismo modo, don Juan Carlos abortó el intento de golpe de Estado del veintitrés de febrero de 1981; y bajo su reinado, España ingresó en la OTAN.

Todo ello, abrió el camino hacia un nuevo desarrollo económico, con la incorporación de España al Mercado Común. Asimismo, se acometió la necesaria reindustrialización y se mejoró el sector servicios.

España consolidó su atractivo turístico y cultural cuando fue escaparate en el mundo al cumplirse el quinto centenario de la mayor hazaña de la humanidad, el descubrimiento del Nuevo Mundo, por mucho que ahora unos fanáticos lo critiquen: así, con toda su importancia también en la parte económica, en 1992 se celebraron los Juegos Olímpicos en Barcelona, la Exposición Universal en Sevilla, y la capitalidad cultural en Madrid.

Del mismo modo, España fue socio fundador del euro, cumpliendo con buena nota los exigentes criterios de convergencia económica, conocidos como «criterios de Maastricht»: en su reinado, España consiguió llegar a primeros de mayo de 1998, cuando se decidían qué países formarían la moneda única, con un déficit público inferior al 3% del PIB; una deuda pública descendiendo firmemente hacia el 60% del PIB; una estabilidad cambiaria; y una inflación y tipos de interés en el entorno de la media de los países con más bajos registros de ambas variables.

En todo ese tiempo, la economía creció y pasó, en términos corrientes, de 36.290,3 millones de euros en 1975 a 1,032 billones de euros en 2014.

Eso impulsó enormemente el PIB per cápita nacional, que partió de 2.840,57 euros de 1975 y que llegó a 22.218 euros de 2014.

En el mercado laboral, se pasó de poco más de doce millones de ocupados al terminar 1975 a más de diecisiete millones de personas trabajando.

En términos reales, el incremento del PIB fue de más del 100% y el PIB per cápita, en esos términos constantes, se dobló.

Bajo su reinado, España desarrolló una fabulosa red de infraestructuras: no hay más que ver las autopistas y autovías existentes, una gran red ferroviaria de alta velocidad y el refuerzo de la red aeroportuaria, con la vanguardista T4 de Barajas como símbolo de la modernización de dichas infraestructuras.

Asimismo, múltiples empresas españolas se fortalecieron en el mercado interior para, después, poder crecer internacionalmente y expandirse, como Telefónica, Iberia, Ferrovial, ACS, Banco de Santander o BBVA, entre otras muchas, que cuentan, a su vez, con grandísimos profesionales formados cuidadosamente a lo largo de todos esos años.

Don Juan Carlos fue nuestro mejor embajador para la expansión de España y de sus empresas, gracias a su prestigio, su trabajo y su vocación de servicio a los españoles, que demostró durante todas las décadas de su reinado, bajo el cual España se transformó económicamente, como he dicho, se modernizó y recuperó todas las libertades, que algunos, ahora, añoran con mutilarlas para devolvernos a los oscuros tiempos de la II República.

Por eso, desde la extrema izquierda atacan a don Juan Carlos de esta manera, desde el odio. Ni siquiera le concedieron la presunción de inocencia a la que toda persona tiene derecho, sino lo condenaron anticipadamente, y ahora que todo ha concluido sin causas pendientes para don Juan Carlos, siguen maltratándolo públicamente.

Y ese daño se quiere extender a don Felipe, magnífico Rey, y a toda la Monarquía. El ataque a don Juan Carlos tiene un objetivo que va más allá de su persona. Lo atacan por dos motivos: el primero de ellos, su obsesión en eliminar la Monarquía por el hecho de que la restauración se produjese al recibir el poder del régimen anterior. Por eso, ponen en cuestión todos los títulos concedidos entre 1939 y 1978, porque quieren llegar a anular el principal de ellos, la designación de don Juan Carlos como sucesor a título de Rey. El segundo, porque quieren que ello afecte a don Felipe, que abdique e imponer así una república.

Si hoy pueden criticar a don Juan Carlos, es porque don Juan Carlos nos trajo la libertad. Eso debería recordarlo toda la sociedad española: si hemos podido gozar de la prosperidad que tenemos es gracias a que una persona, don Juan Carlos -con sus aciertos y sus errores-, junto con un reducido grupo de colaboradores, decidió transformar a España en una nación libre, de concordia y reconciliación, y de prosperidad.

Ojalá que la Monarquía sobreviva y don Felipe pueda seguir siendo así el gran Rey que es, como lo será en su día, sin duda, doña Leonor como Reina. Si eso sucede -esperemos que sí- habremos salvado la Monarquía parlamentaria y constitucional, que el tiempo ha demostrado que es el mejor régimen para España y que ha impulsado la prosperidad de manera clara, como demuestran los datos económicos del reinado de don Juan Carlos expuestos en este artículo.

  • José María Rotellar es profesor de la Universidad Francisco de Vitoria