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El economista Carlos Rodríguez Braun, en El DebatePaula Argüelles

Entrevista

Carlos Rodríguez Braun: «Felipe González fue el último presidente capaz de mantenerse en el poder habiendo subido impuestos; ya no habrá más»

Comentamos con este prestigioso economista, escritor y pensador liberal las cuestiones más relevantes de la actualidad económica

El economista Carlos Rodríguez Braun (Buenos Aires, 1948) acuñó su saludo Buenos días o buenas noches a pesar del Gobierno hace treinta años, cuando intervenía en la cadena Ser en el programa de Iñaki Gabilondo, y aún lo mantiene. El tiempo pasa, pero la economía sigue atravesando momentos difíciles como el actual que se convierten en peores por la intervención de los políticos. A este catedrático de la Complutense actualmente retirado, pero aún profesor de la Universidad San Pablo CEU y de la Universidad Francisco Marroquín, le preocupa la inflación a corto plazo, la situación de nuestras finanzas públicas (déficit, deuda) a medio y el crecimiento económico a largo plazo. Si para remediar la mala situación de nuestras finanzas públicas el Gobierno opta por subir los impuestos en lugar de reducir gasto, esa es una mala solución, porque los países con una elevada presión fiscal tienden a crecer poco. La mejora vendría con un incremento de la productividad, la flexibilidad y una presión fiscal más moderada. Por desgracia este último camino no es el que estamos siguiendo, al menos de momento. Aprovechando la puesta a la venta de su último libro, Panfletos liberales V: Mi defensa de la libertad en la política, la economía, la cultura y la moral, hablamos con él sobre la actualidad de la economía.

–¿Tiene la inflación actual algún rasgo diferenciador respecto a las que ha visto antes?

–La última vez que fue importante en España, a mitad de los años 70, fue mucho más alta que ahora. Cuando llegué aquí en el año 76, era del 30 %. Venía de Argentina y no me parecía tan grave, pero para los españoles era un problema muy importante y duró bastante tiempo. Me endeudé en los años 80 para comprar mi primer piso y los tipos de interés eran del 15 %. Ahora es más moderada, y hay una sensación universal de que los verdaderos creadores de la inflación, que son los bancos centrales, van a hacer lo que tienen que hacer: subir los tipos de interés, reducir las compras de deuda… Es posible que tengamos una inflación más moderada y más corta, menos duradera que la del pasado. Esperemos que sea así.

–¿Se están tomando las medidas acertadas?

–Me da la sensación de que lo son, pero se quedan cortas y se toman tarde. Se explica por la lógica de los bancos centrales. Son organismos públicos y políticos y funcionan con lógica política. Quieren recibir elogios cuando la economía crece, pero no encajar críticas cuando su propia acción impone un frenazo a la economía, que es a lo que podemos enfrentarnos en los próximos tiempos. Por eso tienden a retrasarlo todo.

–En los últimos tiempos se han tomado algunas medidas intervencionistas que no han funcionado. Se ha bonificado el combustible y el precio ha subido; se ha topado el gas y aumenta el coste de la electricidad. ¿Qué le parece?

–En cada crisis aparecen las fuerzas antiliberales. Le echan la culpa al mercado, a las empresas, a la propiedad privada, pero con el tiempo me parece que el intervencionismo a escala microeconómica tiene menos respaldo que antes. Micro significa las medidas que decía: intervención en el gas, en los alquileres, en el comercio… Ha habido una cierta evolución en el respaldo a estas ideas. Estados Unidos e Inglaterra cerraron sus mercados e intervinieron los precios en los años 30. También lo hizo el fascismo. Entonces había un pequeño grupo de liberales que resistía y decía que el control de precios hacía desaparecer las mercancías cuyo precio está controlado. Entonces era una minoría, pero ahora no. Cuando Trump tomaba medidas proteccionistas, los periódicos le atacaban; la derecha y la izquierda. Todo el mundo sabe que controlar los precios reduce la oferta de viviendas y dificulta el acceso al alquiler, ¿pero quién lo propone ahora? La izquierda. Podemos presume de ser antifranquista y copia la receta de Franco de control de precios. En cuanto al gas, aunque Pedro Sánchez ponga un tope al precio del gas, nunca va a poder controlarlo. El gas está en el mercado internacional, y eso no puedes tocarlo. Si lo tocas, las empresas gasísticas tienen que ajustarse, y cuando se les pide no repercutir el precio en el consumidor, dicen: oiga, usted no puede obligarme a perder dinero. Entonces el Gobierno le dice: no se preocupe, le bajamos esto por un lado, lo subimos por otro, y entonces esta rebaja eventual va a terminar pagándola el consumidor en su recibo.

–¿Qué opina de las reformas que se están acometiendo, empezando por la de pensiones?

–Hace muchos años que las pensiones no son de los pensionistas. Ni siquiera son pensiones. Técnicamente hablando, las únicas pensiones de verdad son las privadas: ahorras una cantidad de dinero en una cuenta y al final de tu vida retiras dinero de esa cuenta. El sistema de pensiones de nuestro país, como en muchos otros países, es un sistema de reparto: se cogen las cotizaciones de ese momento y se pagan las pensiones. Está en manos de los políticos. La tentación es siempre subir las pensiones, pero no las cotizaciones. Entonces entra un desequilibrio que a ver quién lo arregla. De ahí que el Pacto de Toledo sea un fracaso. Tenía por objeto sacar las pensiones del debate político, pero nunca lo logró. Rafael Termes, que fue presidente de la Asociación Española de la Banca, decía que el Pacto de Toledo era un pacto de silencio para no decir a los españoles la verdad sobre las pensiones. El sistema siempre ha tenido parches, pero nadie le ha hincado el diente. Significaría perder cantidades muy grandes de votantes. Es un problema que va a perdurar. La solución será algún tipo de enjuague para intentar cuadrar las cuentas sin subir mucho las pensiones, las cotizaciones ni los impuestos. Es lo que estamos viendo ahora con el ministro Escrivá y los autónomos, que lógicamente levantan la mano y protestan.

–¿Cómo ve el mercado laboral?

–El mercado de trabajo es otra herencia que tenemos del franquismo. Los políticos no se atrevieron a liberalizarlo. Todo el mundo sabe que la solución del paro es tener un mercado laboral más liberalizado, y esto no depende ni de derecha ni de izquierda. Los países del norte de Europa son bastante parecidos al nuestro en cuanto a impuestos altos, gasto alto, estados muy grandes, y no tienen paro. Poseen un mercado liberalizado, pero aquí no se avanza en ese sentido porque protestarán los sindicatos o los partidos de la izquierda. Aquí hemos ido dando pasitos, a veces hacia el bien, y otras hacia el mal, como la última vez con Pedro Sánchez. Pero la verdad, considerando lo que es este Gobierno y lo que es Pedro Sánchez, podrían haberlo hecho mucho peor.

–Tras el franquismo el paro en España estaba en torno al 4,5 %.

–También había un mercado laboral muy intervenido, pero en un contexto de gran crecimiento. La gente siempre podía trabajar. Cuando empezamos a crecer menos, la situación se complicó. En ese contexto los políticos no se atrevieron a reformar, y por eso tenemos el paro que tenemos. Es tremendo que el Gobierno haya llegado a ufanarse porque bajábamos de los 3 millones de parados. ¿Cómo se puede estar orgulloso de eso?

–Otra cuestión que no se reforma es el gasto público. El Instituto de Estudios Económicos dice que podríamos ahorrar 60.000 millones.

–Los políticos tienen que encontrar un equilibrio. Pueden tener muchos defectos, pero no son tontos; sobre todo en lo que les interesa, que es conseguir el poder y mantenerlo. Saben que si aumentan el gasto público, tendrán un rédito electoral, pero el gasto público no es gratis. Me encanta cuando se habla de reducir gasto público superfluo, porque no debería existir, ¿verdad? Será el primero que se disminuya. Cuando se acabe con él, vendrá lo realmente complicado, que es bajar el gasto público que no es superfluo. Ya es un salto político, porque habrá que convencer a la sociedad de que el gasto público hecho en cosas importantes se podría hacer mejor y más barato si lo hiciera la sociedad civil y no lo hiciera el sector público. Es un debate al que seguramente llegaremos.

–Hay quien dice que empezaría por recortar por el número de ministerios.

–No es una apuesta muy arriesgada decir que Feijóo será el próximo presidente del Gobierno, y seguro que tendrá menos ministerios que Sánchez. Pasará lo mismo en autonomías y ayuntamientos. Es un recorte pequeño, pero es un ejemplo y un primer paso. No va a haber mucho reparo en hacer lo que está haciendo la Junta de Castilla y León: retirar las subvenciones a los empresarios y a los sindicatos. Posiblemente lo veamos a escala nacional.

–Los votantes preferirían que se bajara el gasto público a que les suban los impuestos.

–Siempre digo que Felipe González, que fue un gobernante extraordinariamente exitoso, ganó cuatro elecciones habiendo subido los impuestos en cada legislatura. Sospecho que esa historia no va a repetirse. Los impuestos ahora son demasiado altos, y no puedes minimizar ese coste político de la recaudación apelando a los instrumentos más clásicos: diciendo que van a pagar solamente los ricos. La gente ya no se lo cree. Saben que el político siempre miente cuando dice que va a subir los impuestos, pero a otros. Los estados son demasiado grandes como para financiarse descargando el peso de la tributación sobre una parte de la población. Con los ricos no es suficiente. Entonces la gente tiene que pagar y puede molestarse. No me parece casual que el giro que se está produciendo hacia el Partido Popular se asocie con mensajes de que, al que me vote, voy a bajarle los impuestos. La izquierda podría haber cogido esa bandera; de hecho lo intentó cuando Zapatero dijo que bajar impuestos es de izquierdas, pero luego la abandonó y el PP inmediatamente la cogió. Me parece una bandera bastante sana. Podría contribuir a resolver el problema de la Hacienda Pública no tanto subiendo los impuestos sino bajando los gastos.

–¿Por dónde empezaría con los impuestos?

–Lo primero que habrá es un debate sobre fiscalidad que no ha habido en España. Se ha desarrollado entre especialistas, pero no a nivel de divulgación, en los medios de comunicación. Es un cuento que los españoles paguemos pocos impuestos. Pagamos muchos. En la medida en que se extienda esta idea, la izquierda se va a quedar descolocada, porque su argumento clásico es que hay que subir los impuestos porque los franceses pagan más. Pues resulta que no. Si analizamos el esfuerzo fiscal, en el que se tiene en cuenta el fraude fiscal y la renta per cápita, los españoles pagamos más que los europeos.

–Pese a la inflación y los impuestos, el ahorro de las familias crece.

–Se mezcla la pandemia, la crisis y la idea extraordinariamente saludable de que el ahorro es bueno. La izquierda ha inyectado la idea de que la austeridad es mala, pero es buena. Hay que tener cuidado con el dinero que uno tiene y con cómo lo gasta. Además, la última crisis desmintió una de las ideas más arraigadas en el pueblo español: que cuando compras una casa, su valor nunca baja. En la crisis anterior a la pandemia bajó mucho. Puede que haya lanzado una señal a la gente en el sentido de que tiene que diversificar su ahorro. También puede haber incentivado el ahorro lo que se oye sobre las pensiones. La gente empieza a desconfiar.

–Sin embargo la compra de vivienda sube.

–Se combina un elemento muy distorsionador, que es la manipulación de los tipos de interés. Hemos tenido al Banco Central inflando la cantidad de dinero, abaratando artificialmente los tipos de interés y dando un incentivo enorme a que te endeudes, porque es gratis. En la última crisis el crédito para las casas era prácticamente gratis y se generó la burbuja. Es posible que volvamos a tenerla, pero ya no sería responsabilidad exclusiva del pueblo español. Parece que si no te endeudas eres tonto.

–¿Cómo ve la situación de la economía española de aquí a final de año?

–Gracias a Dios, vamos a tener un buen año de turismo. Si además se va resolviendo lo de Ucrania, mucho mejor. En cuanto a las perspectivas sobre la economía, en todas partes se están conteniendo las estimaciones de crecimiento económico. Se está intentando adivinar cuál es el impacto negativo sobre el crecimiento de la contención de las políticas expansivas y la subida de los tipos de interés, que frenarán el crecimiento económico. Cuanto más se suban los impuestos, menos crecerá nuestra economía. No me extraña que estemos viendo una rebaja de las expectativas de crecimiento.

–¿Dónde van a notarlo más las familias?

–El empobrecimiento está llegando de manera clara por la inflación. La inflación es un impuesto, como descubrieron hace muchos años los sabios españoles de la Escuela de Salamanca. Hay una incógnita bien interesante, y es saber qué impacto político tendrá la inflación. Me da la sensación de que al gobernante asociado a la inflación puede pasarle lo mismo que al que es asociado a la subida de impuestos: empieza a pagar un coste electoral. Por eso nuestras autoridades dicen constantemente que se están ocupando de ella. No quieren que la gente les eche la culpa. La inflación, sobre todo al principio, es muy difícil de ocultar. Lo que se incluye dentro del precio (las retenciones, el IVA), no lo notas, pero el precio de la gasolina, el de la compra… Ahí no pueden engañarte. Ahí hay un efecto de empobrecimiento y un efecto político que quizá sea importante.

–¿Pero puede echarse la culpa a Sánchez del aumento de la inflación?

–Llevo muchos años diciendo que el mejor amigo del hombre no es el perro, sino el chivo expiatorio. Echan a Putin la culpa de todo. El aumento de la inflación no es culpa de Sánchez, pero cuando llega, puedes hacer dos cosas: bajar los impuestos para contrarrestar el empobrecimiento que llega por la inflación y crear una economía más flexible, con menos trabas y menos costes para facilitar la creación de riqueza y empleo. Si no lo hacen, que no me vengan con el cuento de que la culpa es de Putin, porque no voy a creerles.

–¿Qué opina sobre lo que está pasando con los fondos europeos? ¿No llegan porque es malo el diseño del sistema? ¿Los está reteniendo el Gobierno para distribuirlos cuando le convenga?

–El sistema es muy malo, y los gobernantes se aferran a eso. Los gobernantes de todos los partidos quieren siempre presentarse como dioses, como si fueran a repartir el maná, pero cuando introduces la política, empiezan a surgir todo tipo de problemas: mala asignación, mal uso de los fondos, favoritismo, politización. Además empiezas a tener otra cosa: la gente comienza a darse cuenta de la verdad de los fondos europeos, y es que vamos a pagarlos nosotros. No son el maná, que Dios lo dio gratis. Europa empieza a financiar estos planes de gasto, y va a cobrar impuestos. La Unión Europea tenía muchos defectos, pero era muy pequeñita, y ha tenido un coste pequeño. Ahora ya no es así. Se juntan dos cosas malas: que el gasto no es eficiente, porque está a cargo de los políticos, y que no es gratis.

–¿Cómo ve la economía global de aquí a final de año?

–Puede haber un frenazo en el crecimiento, o una recesión. El modo en el que salgamos de ahí variará según hagamos unas políticas económicas más flexibles y productivas o más rígidas. En cuanto a la economía global, es tentador tener una visión pesimista. Estamos viendo una guerra otra vez en Europa, un lugar con una larga tradición de matanzas terribles en su suelo. También tenemos fuerzas y mensajes antiliberales en todo el mundo. Es fácil ser pesimista, pero también por ahí podemos encontrar una puerta entreabierta al optimismo. No es solo por la obviedad de que las guerras ya no son como antes. También porque estas predicciones sobre el fin de la libertad y de la globalización que se están haciendo, sobre el fin del comercio, me pregunto si no son exageradas, como decía Mark Twain sobre su propia muerte. En este año en el que se cumplen treinta años del famoso libro de Fukuyama El fin de la historia, que mucha gente ha criticado sin leerlo, la tesis que planteaba este autor era precisamente esa: que con una visión de largo plazo, la evolución de las últimas décadas ha sido más claramente a favor de la libertad, la democracia y la paz que en contra de ellas.