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Diego Barceló

Economía: en transición desde la recuperación al estancamiento

La inflación podría ser más persistente de lo proyectado y obligar al BCE a subir los tipos de interés más allá de lo previsto

Los nuevos datos del PIB confirman que atravesamos una etapa de transición desde una economía en rápida recuperación hacia otra estancada.

Tras cinco trimestres de hundimiento, en lo peor de la pandemia, cuando el PIB cayó una media de 11,7 %, vinieron otros cinco trimestres de fuerte recuperación, hasta el segundo del año en curso, con un aumento medio de 8,4 %. Una recuperación fuerte, aunque insuficiente: el PIB del segundo trimestre de 2022 resultó 1,9 % inferior al del mismo período de 2019.

Tal recuperación se produjo por la acción simultánea de elementos que tienen un rasgo común: son todos de naturaleza insostenible.

Uno es la política ultraexpansiva del BCE. Mientras mantenía su tipo de interés en 0 %, el BCE triplicó el tamaño de su balance, emitiendo una media de casi € 1 billón anual. La explosión inflacionaria habla por sí sola del error de las autoridades monetarias y del carácter insostenible de esa política que ya está siendo revertida.

Otro elemento es el aumento del gasto público no financiero, que pasó del 40 % del PIB en 2019 al 48 % en 2022. El incremento del gasto público es tan enorme que más que compensa el efecto contractivo de la mayor presión tributaria, que en 2022 registra un máximo histórico del 44 % (era 39 % en 2019). La suspensión «temporal» de las reglas fiscales europeas explica este desborde del gasto público, que tampoco es sostenible.

Ambos elementos, que mientras en el corto plazo impulsaban la actividad, agravaban los problemas estructurales de la economía, fueron acompañados por la recuperación del turismo, la normalización de los ERTE y una pequeña aportación de los fondos europeos.

En los doce meses que terminaron en junio de 2021, la aportación favorable neta del turismo (gasto de turistas extranjeros en España menos el gasto de españoles en el exterior) equivalió a 0,5 % del PIB. Un año después, fue del 3 % del PIB: la economía tuvo un ingreso neto extra de más de € 32.000 millones.

Lo normal es que un asalariado en ERTE cobre el 70 % de la «base reguladora». Así, quien entra en ERTE sufre un recorte del 30 % en sus ingresos. Al normalizar su situación, ocurre lo contrario: sus ingresos aumentan. Por eso, para quien estuvo en ERTE en 2021 y salió del mismo en 2022, es como si le hubieran aumentado el salario. Cuando esto ocurre a muchos asalariados, el impacto macro es indudable. Ese ha sido el caso: en el segundo trimestre de 2021, había 543.000 asalariados en ERTE; un año después, apenas 27.300.

La transición desde una fuerte recuperación hacia un estancamiento ocurre porque, mientas estos elementos impulsores del crecimiento dejan de actuar, la inflación reduce los márgenes empresariales, quita poder de compra a las familias y transfiere más recursos al Gobierno.

La subida de tipos de interés reducirá la demanda de créditos y, paulatinamente, se traducirá en mayores pagos de hipotecas. Eso reducirá la capacidad de compra de los hogares de forma adicional a la pérdida que provoca la inflación. Tanto el turismo exterior como los ERTEs ya dejaron de impulsar el crecimiento: las cosas solo pueden normalizarse una vez. El único elemento impulsor del crecimiento que seguiría en pie es el gasto público, aunque al precio de «pan para hoy y hambre para mañana». Con optimismo, podríamos añadir algún auxilio menor por parte de los fondos europeos.

En la primera mitad de 2022, el PIB creció 6,7 % interanual. En la segunda, el crecimiento bajaría hasta 2,5 %. En el primer semestre de 2023, la expansión del PIB sería inferior al 1 %. Mientras en 2022 el PIB tendría un incremento superior al 4 %, en 2023 crecería solo algunas décimas.

Cuando el crecimiento es lento, se resiente la creación de empleo. El número de ocupados de 2023 solo crecería unas pocas décimas; la tasa de paro rondaría los niveles actuales. Tanto el déficit fiscal como la deuda pública podrían crecer en relación con el PIB. La inflación será más baja, pero seguirá elevada (el BCE prevé que su objetivo del 2 % no se alcanzará ni siquiera en 2024). Los salarios seguirán perdiendo poder adquisitivo.

Resta una verdad amarga: lo anterior es lo mejor que razonablemente cabe esperar. Los principales riesgos de estas previsiones son negativos. Por ejemplo, el suministro de energía en Europa podría sufrir interrupciones y racionamiento; podría acabarse la «paciencia» del mercado financiero con España, al constatar que nunca llega el momento de enderezar las cuentas públicas; la inflación podría ser más persistente de lo proyectado y obligar al BCE a subir los tipos de interés más allá de lo previsto. Ninguna de esas posibilidades está incorporada en estas proyecciones. De concretarse, los resultados serían peores.

  • Diego Barceló Larran es director de Barceló & asociados @diebarcelo