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José María Rotellar

La mancha de aceite socialista en la política económica

Sánchez intensifica la política socialista, gastando a manos llenas, endeudando a generaciones de españoles

No hay una única política económica, sino que, claramente, hay un enfoque socialista o socialdemócrata y otro liberal-conservador. Sin embargo, desde la Transición, con la excepción de algún período, e incluso desde el franquismo, en España se impone como casi única política económica posible la que tiene orientación socialista, que se extiende como una mancha de aceite por toda la ideología económica española.

Como digo, en el propio franquismo imperó el intervencionismo, con algún destello, aunque pocos, de liberalismo económico. Afortunadamente, la autarquía duró solo los primeros años, pero después el paternalismo del régimen invadía también el terreno económico, donde había una gran rigidez laboral y limitaciones a la libre competencia, como por ejemplo, en el sector bancario, donde las barreras de entrada para las entidades extranjeras si querían hacer banca comercial eran muy elevadas.

La UCD prosiguió con esa política y aunque logró embridar la alta inflación desatada, su política era más intervencionista que otra cosa. Después, el socialismo empezó a inundar todo el pensamiento español o, mejor, recogió la herencia del franquismo sociológico, de ese paternalismo que envolvía a la sociedad española, y aplicó una política económica no muy distinta de la que podría haberse aplicado durante el régimen de Franco.

Solo la etapa de Aznar constituye un intento claro de abrir la economía española, imponer disciplina, privatizar empresas públicas y dotar de mayor libertad a los agentes económicos, constituyendo -con la inercia dada a su herencia- la década más espectacular de la economía española desde un nivel de partida ya desarrollado, porque si bien el desarrollismo de los años sesenta del siglo XX fue importantísimo, su crecimiento venía de la nada, de niveles ínfimos. España seguía, así, la estela internacional de principios de los años ochenta, impulsada por Reagan y Thatcher. Fue el llamado segundo milagro económico español –tras el desarrollismo de 1959 a 1973, que fue llamado el primero–, que posibilitó la entrada en el euro.

Posteriormente, el gasto ha subido como nunca. Zapatero dilapidó todo lo que recibió e introdujo a España en una espiral de gasto muy peligrosa, con una deuda que dobló en solo cuatro años, creando un déficit estructural muy importante. Después, Rajoy saneó la situación y mantuvo la economía en pie, pero renunció a aplicar una política económica liberal-conservadora, quizás por miedo a que los ajustes fuesen intensos, pero eran los que necesitaba la economía. Si no se salió antes de la terrible crisis en la que metieron a España las políticas socialistas de Zapatero fue por el miedo a aplicar una política liberal que da mejores resultados, como muestran siempre los resultados.

Ahora, Sánchez intensifica esa política socialista, gastando a manos llenas, endeudando a generaciones de españoles, empleando el respaldo del BCE, al que con una mano abofetea y con la otra coge la cobertura de deuda que le hace y que le permite mantenerse en pie. La política económica socialista está generando un daño profundo en la economía española, que hay que remediar con urgencia, en cuanto haya un cambio de Gobierno.

No se puede caer en la trampa extendida por los socialistas durante más de cuarenta años, según la cual solo hay una política económica posible, que es la suya. No debe caer el liberal-conservadurismo en la tentación de querer hacer seguidismo de los socialistas, proponiendo las mismas actuaciones que el intervencionismo disfraza como sociales, pero que son lo más antisocial que existe, porque son generadoras de pobreza y desempleo. No debe pensar el liberal-conservadurismo en que debe copiar, imitar o seguir las políticas socialistas, porque no conseguirá entonces su propósito, que es mejorar la vida de los ciudadanos.

No, la política socialista ni es la única posible ni es, desde luego, la solución, sino el problema. España siempre ha prosperado cuando se han realizado reformas profundas, cuando el gasto se ha contenido y se ha centrado en lo esencial, y cuando se han bajado impuestos para dejar más recursos a los ciudadanos y empresas, que son los que generan la actividad económica y el empleo. Del mismo modo, las mejores épocas de prosperidad de la economía española han tenido lugar cuando España se ha abierto más al exterior, y las peores, cuanto más se ha cerrado.

No hay, por tanto, una única política económica, sino que existe una, que defiende un gasto creciente, impuestos altos y proteccionismo, más cercana a las ideas de la izquierda; y otra, más próxima a las ideas liberal-conservadoras, que apuesta por gasto eficiente, pero limitado, impuestos bajos y apertura al exterior. Las políticas son distintas y los resultados, también.

Esta política de gasto limitado y esencial, impuestos bajos y apertura exterior en un mundo global, es la política económica que, a mi juicio, debe defender el centro-derecha español. Es cierto que siempre ha estado y está más próxima a ella, pero debe evitar la tentación o el complejo de parecer socialista, porque ni es la política económica que necesita España, ni es la única posible, ni es ningún ejemplo a seguir. Debe evitar el liberal-conservadurismo entrar en una carrera poco eficiente de incremento del gasto y apostar por una política de libertad económica, que es la que genera prosperidad para todos los ciudadanos, especialmente para los más débiles económicamente, porque les ofrece más oportunidades de mejora. Esa política es la que, verdaderamente, puede demostrar lo equivocado de las políticas de la izquierda, como se ve, con los datos en la mano, al comparar las diferentes etapas donde ha primado una u otra. Distintas políticas dan distintos resultados. El liberal-conservadurismo debe seguir la suya y obviar la fracasada política socialista, librarse de la mancha de aceite socialista en política económica, porque así podrá aumentar el bienestar de los españoles y salir de la difícil situación en la que el socialismo deja siempre a los ciudadanos.