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José María Rotellar

El incremento exponencial de las cuotas hipotecarias

Al comenzar los bancos centrales a aplicar una política monetaria restrictiva, imprescindible para frenar la inflación, se provocó un incremento importante de las cuotas hipotecarias a tipo variable

Los bancos centrales reaccionaron tarde y eso ha permitido que la inflación se haya apoderado de toda la cadena de valor, enroscándose en ella. Los precios se elevan y aunque por efecto estadístico se suavicen las tasas interanuales, el nivel alcanzado se mantendrá y, adicionalmente, sigue habiendo subidas mensuales y, sobre todo, la inflación subyacente, que es la más estructural, no cede.

Debido a ello, aunque, como digo, tarde, los bancos centrales comenzaron a aplicar una política monetaria restrictiva, imprescindible para frenar la inflación, al drenar liquidez de la economía. Si hubiesen reaccionado antes, la inflación no se habría insertado de manera tan profunda y la retirada de liquidez no tendría que ser ni tan intensa ni tan duradera en el tiempo como ahora, pero ya no hay remedio y es el mal menor.

Ahora bien, esto supone un incremento importante de las cuotas hipotecarias a tipo variable. De hecho, el Euribor hipotecario a un año ha subido desde el -0,4777 % de enero al +0,287 % de mayo, al +2,233 % de septiembre, o al +2,629 % de octubre. Eso ha implicado ya un incremento importante de las cuotas hipotecarias mensuales que se hayan revisado en este período, y más que será si los tipos oficiales llegan al 3,5%, que parece que es la meta que, de momento, se ha fijado el BCE.

Como podemos observar, para un préstamo de 150.000 euros –aproximadamente, el importe medio hipotecario nacional según el INE– a 25 años, con un diferencial de un punto sobre el euríbor, la cuota que se pagaba en enero ha pasado de 533,51 euros a los 761,35 euros actuales, es decir, casi 230 euros más al mes en el momento en el que se revise la hipoteca o para nuevas contrataciones. Podría llegar a los 300 euros más al mes si los tipos suben hasta el 3,5 %.

Para una hipoteca de 200.000 euros, en las mismas condiciones, esos incrementos de la cuota hipotecaria respecto a enero de este año llegan a los 300 euros mensuales y a los 400 euros mensuales, respectivamente.

Y si hablamos de una hipoteca de 200.000 euros, los incrementos son de 380 euros y de 500 euros al mes, respectivamente.

Esa subida de tipos supondrá un incremento en el coste de financiación de los agentes económicos. El sector público verá cómo se incrementa su capítulo III, los intereses de la deuda, aunque el alargamiento de la vida media de la cartera minimizará el impacto durante un tiempo. Las empresas tendrán una financiación más cara. Las familias, por su parte, sufrirán ese encarecimiento principalmente en las cuotas hipotecarias, cuyo impacto dependerá del importe, plazo y nivel de subida de tipos.

Si se hubiesen hecho reformas estructurales y se hubiesen ido retirando, antes y de forma más rápida, estímulos monetarios –incluidos los movilizados para combatir la pandemia una vez que terminó el momento más difícil de la misma–, no nos encontraríamos ahora con el grave problema que hay sobre la mesa. Los cuellos de botella se deben a rigideces de los mercados tanto por un problema de escasez de oferta en algunos de ellos como por la tensión artificial de la demanda en otros, con el gasto público exponencialmente incrementado recalentando la economía, además de alimentar el incremento de precios por una política energética fracasada, que hace que suban brutalmente los precios de la energía y que se traslade por toda la cadena de valor.

Si la política monetaria hubiese sido más ortodoxa y se hubiese adoptado una política energética eficiente, los precios no se habrían incrementado tanto, pues los cuellos de botella sí habrían sido entonces transitorios, porque se habría producido el vaciado de mercados y se habrían, por tanto, ajustado los precios entre los distintos mercados, al ser el dinero finito, además de que la energía no habría impulsado tanto los precios al alza. Ahora bien, si se financian esos cuellos de botella de manera ilimitada, tal y como se ha hecho con la política monetaria tan tremendamente expansiva, y nada se hace en materia de energía, entonces estos no cesan y la inflación comienza a volverse permanente.

Debido a ello, las medidas de política monetaria tienen que ser ahora mucho más drásticas en unos momentos de máxime incertidumbre económica y ralentización de la recuperación, en medio de una guerra que contribuye a incrementar la tensión en los precios.

En esa merma en el poder adquisitivo por la mayor cuota hipotecaria a pagar fruto de las potenciales subidas de tipos en la eurozona, tendrá una parte importante de responsabilidad el Gobierno de la nación, por no haber cambiado de política energética hacia una eficiente que apueste por la energía nuclear, y por haber intensificado los cuellos de botella con su desmedido gasto público. Ahí están los motivos y las consecuencias.

No obstante, se hace imprescindible que el BCE también lleve adelante el cambio en su política monetaria, para evitar que las consecuencias nocivas de la inflación perjudiquen todavía más a la economía. Cuanto más tarden en frenar la inflación, mayores serán las subidas de tipos necesarias y, con ello, mayor el encarecimiento de la inflación. Por tanto, urge adoptar medidas estructurales de reforma económica que dinamicen la economía y generen buenas expectativas, que permitan enjugar cuanto antes la inflación, que es lo único que haría posible una finalización del drenaje de liquidez. Mientras el gasto público no cese y no haya reformas que eliminen los obstáculos que alimentan los cuellos de botella, la política monetaria restrictiva habrá de durar más y habrá de ser más intensa, provocando un encarecimiento mayor de la financiación.