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José Manuel Cansino

Los latidos de los hogares

Habrá quien se empeñe en que cancelemos de nuestro vocabulario el término hogar, sus afectos, sus dolores, sus alegrías y sus latidos. Fracasarán

Hogar es la denominación que las normas de contabilidad nacional utilizan para referirse al principal motor de la actividad económica en casi todas las naciones del Planeta. Efectivamente, en España el gasto de los hogares es el responsable del 55,1 % de nuestro PIB. Su destino principal es la compra de bienes y servicios adquiridos para su utilización directa, pero hay más. Tanto que hay más. Los hogares son también el principal motor para la compra de vivienda nueva, un concepto que las normas internacionales computan como gasto en inversión (técnicamente es formación bruta de capital). El año pasado se compraron 58.942 viviendas nuevas en España.

Así las cosas, los estadísticos y los millones de usuarios de los datos que publican se encuentran una y otra vez con este término que frecuentemente se traduce como «familias» (del inglés households). Cuando su gasto pierde pulso consecuencia de una crisis económica, los despidos de personas se disparan.

El término hogar provoca rechazo entre los diseñadores de la neolengua del pensamiento woke. Hasta tal punto es así que cada vez se aleja más de su raíz etimológica (fuego en torno al que se reunía la familia) para meternos en la cabeza que principalmente es el lugar donde encuentran cabida las agresiones, las rupturas o los abusos de todo tipo. Pretenden hacernos creer que el hogar es donde se aloja el dolor y el desafecto.

Los datos dicen otra cosa. Por ejemplo, el principal gasto de los hogares está asociado al ocio y al disfrute. Casi 90.000 millones de euros anuales se gastan las familias españolas en comidas, bebidas y alojamientos; en definitiva, en celebrar acontecimientos, aquellos que jalonan nuestra vida cotidiana pero también los que marcan los momentos que recordaremos siempre. En todos ellos laten sentimientos principalmente entrañables.

También nos gastamos más de 8.000 millones de euros al año en comprar muebles y complementos similares que nos hacen más confortable nuestra vivienda. Otros tantos en hacer reformas en la construcción de las mismas. Pero no contentos, los hogares españoles se gastan casi 21.500 millones de euros al año en servicios inmobiliarios normalmente asociados a cambios de vivienda, alquileres vinculados a viajes y similares. De nuevo, los hogares persisten en seguir viviendo y cuidando del futuro de sus miembros más jóvenes o tienen que renovar su formación pues no en balde 12.000 millones de euros van a pagar servicios educativos.

El viejo aforismo económico dice que donde existe la necesidad, aparece el servicio, en definitiva, la oportunidad de ganarse la vida atendiendo a tus semejantes. Una parte muy importante de esas necesidades nace de los afectos y las alegrías en torno a ese etimológico fuego alrededor del que se juntan las familias.

Sin duda habrá quien emprenda una lucha contra las normas de la contabilidad nacional impugnando el uso del término hogar y, visto lo visto, no faltarán los que asuman rápidamente que mejor no meterse en ese jardín y aceptar cualquier otro término aséptico como el de núcleos flotantes de humanos o agrupaciones transitorias de bípedos que comparten una misma vivienda. Cualquier cosa que nos aparte de lo que siempre ha sido el lugar donde la humanidad decidió calentarse y cocinar en torno a un mismo fuego. Habrá quien se empeñe en que cancelemos de nuestro vocabulario el término hogar, sus afectos, sus dolores, sus alegrías y sus latidos. Fracasarán. No podrán, pues si allá donde nace la necesidad, aparece el servicio, donde hay fuego y calor se reunirán las personas y se oirán sus latidos.

  • José Manuel Cansino es catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla, profesor de San Telmo Business School y académico de la Universidad Autónoma de Chile / @jmcansino