La baja natalidad marca la oferta de los partidos: protagonismo de los mayores e irrelevancia de los jóvenes
Fedea publica un documento polémico en el que lamenta cómo las medidas económicas se centran en los mayores y se produce un desencanto creciente entre los de menor edad
La Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea) ha publicado un informe exhaustivo en el que refleja la importante correlación de la caída de la natalidad con el posicionamiento del foco político sobre los mayores y, como consecuencia, sobre el gasto.
El documento detalla cómo la demografía está propiciando que gran parte de los recursos públicos se destine a la población de mayor de edad. El porcentaje de gasto en protección social que se dirige a los mayores ha aumentado del 75 % al 82 % del total en España entre los años 2008 y 2019. En Alemania y Francia el aumento ha sido menor (del 73 % al 75 % y del 72 % al 73 %, respectivamente). En Italia ha caído, aunque ya estaba muy alto: en el 90,5 %. El gasto en pensiones en nuestro país ha pasado de representar el 8,7 % sobre el PIB en el año 1995 al 13,2 % en 2021.
El informe sostiene que se necesitan normas constitucionales que protejan a las generaciones jóvenes y futuras para limitar el efecto electoral del envejecimiento. En esta línea, los autores proponen introducir una regla fiscal intergeneracional que regule automáticamente la asignación del gasto público. «En su formulación más simple, la regla fiscal estipularía que, por cada euro adicional de gasto público dirigido principalmente a las personas mayores, se debería asignar un euro adicional a programas de gasto dirigidos a los jóvenes, entendiendo como gasto que favorece a los jóvenes todo aquel que mejora la productividad o el crecimiento de largo plazo, como la inversión en educación, en I+D+i, en vivienda, en ayudas a la emancipación o a la familia o en la lucha contra el cambio climático», indican los autores (José Ignacio Conde-Ruiz, de Fedea y la Universidad Complutense, y Vincenzo Galasso, de la Universita Bocconi).
En el informe afirman que los baby-boomers (nacidos entre los años 1947 y 1964) han tenido la suerte de experimentar un periodo de fuerte crecimiento económico. «Además se ayudaron a sí mismos a través de políticas fiscales que redistribuyeron recursos sustanciales a su favor, en detrimento de generaciones jóvenes y futuras: deuda pública, pensiones, jubilación anticipada. Por todo ello, los baby-boomers (y parte de la generación X -nacidos entre 1965 y 1980-) deberían tratar de cambiar su actitud hacia los jóvenes: menos paternalismo y más enfocar el gasto público hacia las políticas que favorecen a los jóvenes, que son, además, las políticas que favorecen el crecimiento a largo plazo y la productividad».
Demografía política en contra de los jóvenes
En las próximas elecciones del 23 de julio habrá casi 6,6 millones de votantes jóvenes potenciales y cerca de 10 millones de votantes potenciales mayores de 65 años. En 1970 había 6,3 millones de votantes jóvenes y 3,4 millones de votantes mayores. En 2050 habrá 6,4 millones de jóvenes y 16 millones de mayores. «Cuando la pirámide demográfica se pone patas arriba, y la relación entre los ancianos y los jóvenes aumenta dramáticamente, la política diseña sus propuestas electorales para las generaciones dominantes; esto es: claramente hacia los ancianos», sostienen los autores.
Los jóvenes, se indica en el informe, son muy heterogéneos en sus intereses: «No existe una medida de política única para todos, como aumentar las pensiones (o no subir los impuestos al patrimonio). Los muy jóvenes pueden estar interesados en la escuela o en la universidad, pero por un corto espacio de tiempo: el mínimo para graduarse. Después los intereses los trasladarían a otra parte, como el mercado laboral o tratar de formar una familia. Requieren políticas que a menudo son muy distintas. Tal vez también por esta razón, porque los políticos están más atentos a las necesidades de los mayores que a las de los jóvenes, los jóvenes votan menos».
Los autores estiman que «sintiéndose un poco al margen del sistema socioeconómico, los jóvenes no están muy animados a ir a las urnas. Su abstención reduce aún más su peso electoral, y por lo tanto, el atractivo de los votos de los jóvenes para los partidos. Por lo tanto, la demografía política los condena inexorablemente. Tampoco los jóvenes han logrado crear un movimiento cultural para defender sus intereses».
¿Votar a los 16 años?
Los autores piensan que las tendencias demográficas han debilitado y van a seguir debilitando la voz de los jóvenes. «Su participación política ya es tradicionalmente baja, pero disminuirá aún más», afirman.
Para evitar que solo se escuche a los mayores y la política se centre en el cortoplacismo, sugieren, además de las medidas apuntadas más arriba, otras como introducir el voto obligatorio (lo hacen en Australia, Bélgica y Brasil, por ejemplo) y bajar la edad de voto a los 16 años (Austria es el único país europeo que lo permite).