El Banco Central Europeo debe luchar contra la inflación, que es su único objetivo
De haber relajado la contracción de su política monetaria, la entidad habría cometido un grave error
El Banco Central Europeo (BCE) ha subido los tipos otros 25 puntos básicos, situando el precio oficial del dinero en la zona euro en el 4,50 %. Es decir, se trata de la décima subida en poco más de un año -catorce meses-.
Esto es especialmente relevante porque en los últimos días se especulaba con el hecho de si el BCE iba a hacer una pausa en las subidas e incluso si iba a comenzar una rebaja de tipos en los próximos meses, por el riesgo de contracción de la economía, ante la fragilidad de la economía del conjunto de la eurozona. Finalmente, el BCE no lo ha hecho, y veremos si la Fed retoma las subidas esta semana.
De haber relajado la contracción de su política monetaria, el BCE habría cometido un grave error, a mi juicio, por dos motivos. El primero de ellos, frenar la lucha contra la inflación, que habría empeorado la evolución de los precios, que ya muestran, actualmente, una gran resistencia a moderar su crecimiento, con una inflación subyacente muy elevada. El segundo habría sido muy preocupante, porque con dicha elevada inflación, una relajación en la política monetaria contractiva habría podido ser interpretada por el mercado como un desistimiento de su único objetivo, que es la estabilidad de precios.
Es probable que al BCE, no obstante, le hubiese gustado frenar hasta estar bien seguro de que ese riesgo de contracción económica no sea excesivamente acusado, pero el problema es que se ha quedado sin tiempo por su enorme retardo interno a la hora de empezar a combatir el efecto inflacionista. Si hubiese reaccionado a tiempo, si no hubiese perdido tantos meses repitiendo que la inflación no era más que un fenómeno transitorio, que era una inflación de oferta de los mercados de bienes -ignorando la causa real que se encuentra en la oferta de dinero- y que no tenía sentido aplicar una restricción monetaria, probablemente la inflación no se habría enroscado tan profundamente en la cadena de valor, los precios no habrían subido tanto y se habría podido corregir de manera más rápida, con menor intensidad y, por tanto, con un impacto menos negativo en el crecimiento económico. Ahora se dará cuenta el BCE del grave error que cometió entonces, que ha llevado a la inflación a cotas muy elevadas, como no se veía desde hace décadas, que provoca que resista mucho en niveles altos y que le deja sin capacidad de recorrido. Si el retardo externo de política monetaria dura entre doce y dieciocho meses desde que se comienza adoptar una decisión hasta que surte efecto, al haber sido mayor de lo deseado el retardo interno -tiempo que pasa desde que surge la perturbación hasta que se toma la decisión de combatirla- ese retardo externo puede prolongarse algo más, con lo que el BCE debe ser consciente de que sus decisiones todavía no se ven reflejadas por ese período de tiempo que falta.
Con la inflación de la eurozona muy alta, con la subyacente extremadamente elevada, el BCE no puede relajarse o provocará un daño todavía mayor a la economía. De hecho, debe comenzar a retirar dinero para que el propio mercado monetario vaya adecuando la disminución de dinero a la subida de tipos. Es verdad que la M3 –el agregado monetario más amplio– ha empezado a contraerse en términos anuales, pero todavía no ha culminado todo su recorrido para lograr embridar el crecimiento de los precios.
Por tanto, el BCE debe mantener la lucha contra la inflación sin dudar, pues la subida de precios es uno de los elementos más perjudiciales que hay para la economía, que merma competitividad a las empresas, hace perder poder adquisitivo a las familias y empobrece, en suma, a toda la sociedad, especialmente a las rentas más bajas, debido a su mayor propensión marginal a consumir, que hace que, además, el incremento de impuestos pagados debido a la inflación en proporción a la renta sea mayor que en el caso del resto de ciudadanos.
En la relajación de los precios, ayudaría, y mucho, que el sector público redujese el gasto para no interferir en la transmisión correcta de la política monetaria del BCE. Eso es algo que debería aplicarse especialmente el gobierno español, que es el que con más intensidad incrementa el gasto público y que, al hacerlo, entorpece que la política monetaria del banco emisor pueda tener un efecto más rápido y certero.
Por todo ello, el BCE no debe relajar su política monetaria, porque si lo hace la inflación tardará todavía más en bajar, generando un problema de precios todavía mayor al actual, afectando a la economía y al empleo, de manera que podría llevarnos a una peligrosa estanflación.
José María Rotellar es profesor de la Universidad Francisco de Vitoria y director de su Observatorio Económico