Independencia estratégica
La Comisión apuesta por que Europa sea un referente mundial en la industria de los microchips
La reconfiguración del orden mundial ha impulsado a la institución a reducir la dependencia del exterior en este sector
Desde hace años se ha hablado de la importancia de Taiwán en el sector de la tecnología, especialmente el de los microchips. Hoy en día prácticamente cualquier dispositivo electrónico incluye esta pieza.
Con motivo del COVID, y agravada por la guerra de Ucrania, la escasez de este tipo de productos puso en serios aprietos a las cadenas de suministro. A esto se le suma el acoso del régimen de Pekín a Taipei y la escalada de tensión entre ambos países con amenazas de guerra en el Indo-Pacífico.
Vehículos o electrodomésticos que antes tardaban apenas uno o dos meses en ser repuestos, pasaron a entregarse con seis meses de retraso. Los teléfonos móviles u ordenadores también se vieron afectados.
Esta situación puso en serios aprietos el desarrollo económico y el consumo, la base de la economía actual. En un mundo en donde el crecimiento es el eje principal de la competencia entre Estados, esto ponía en serios aprietos la situación de Europa, a caballo entre China y Estados Unidos.
Ambos países tienen su guerra propia en varios campos, pero uno de ellos es precisamente el tecnológico. Mientras que Washington es pionero en robótica, Pekín lo es inteligencia artificial. En ambos casos los semiconductores son piezas clave.
En este contexto, la Comisión Europea quería fortalecer su posición. Según fuentes de la institución, quieren que Europa pase a suponer un 20 % del mercado global de microchips para 2030. La independencia estratégica también pasa por este tipo de tecnología.
Este jueves 21 de septiembre la Ley Europea de Chips ha entrado en vigor. Establece un marco de acción para garantizar el suministro, la resistencia y el liderazgo tecnológico de la UE en semiconductores.
Tres pilares
La ley consta de tres puntos clave sobre los que actuar. El primero es fomentar la investigación y la innovación y fomentar su producción por empresas europeas. Para ello se contará con 3.300 millones de euros de fondos europeos, a los que se sumarán fondos de Estados miembros a título personal.
El segundo punto es incentivar las inversiones público-privadas para que estos productos puedan ser creados en suelo europeo. Asegurar el suministro y los intereses de la UE es un paso fundamental para dar seguridad. Los pioneros en este campo contarán con todo el apoyo de Bruselas.
El tercer punto se trata de coordinar a los Estados para que se de una colaboración fluida, supervisar la oferta de semiconductores, estimar la demanda, anticiparse a la escasez y gestionar las posibles crisis. En este sentido, cualquiera podrá informar de posibles problemas en las cadenas de suministro para que los demás salgan en su ayuda y evitar males mayores a futuro.