Alierta, la nación y los negocios: «A mí lo que de verdad me preocupa es España»
Pertenecía a esa generación de empresarios que, por encima de sus negocios, pensaban y hablaban siempre de nuestro país. Quedan aún algunos de esos grandes
Conocí a César Alierta cuando me nombraron director de La Gaceta de los Negocios. Era entonces tradición en los medios, al menos en los económicos, que uno pidiera entrevistas a los presidentes del Ibex 35: banqueros, constructoras, y otros empresarios de campanillas. De aquellas reuniones siempre salían informaciones valiosas, cosa que ayudaba mucho en el trabajo.
Juan Pablo Villanueva, entonces Presidente del Grupo Negocios, me pidió que fuera a ver a Alierta. Me habían advertido sobre su mal genio pero, como eran amigos, no pude decirle que no. Y me presente en la Ciudad de la Imagen a pecho descubierto y procurando no meter la pata. Tenía un despacho grande, con mucha luz, y en las paredes una cuantas obras de arte de las buenas: Palencia, Gris, Gleizes, algún otro cubista de la colección de Telefónica hoy en el Reina; y una escultura bastante fea. Le di un fuerte apretón de manos -de esos que llevaba ensayados con el entonces Príncipe de Asturias- al que él respondió aunque debió notar que se me iban los ojos a los cuadros porque preguntó:
- ¿Te gustan?
- Muy buenos… quizá la escultura menos.
- Es nueva. Es que ahí había otra de un chino asqueroso pero ya se lo he colocado a Luis (se refería a Luis Abril).
Pronto conocí a aquel chino: una escultura de Juan Muñoz con una sonrisa un tanto rara, la verdad.
La entrevista fue cordial. Me dijo que Juan Pablo le había hablado bien de mí y me dio su móvil para lo que pudiera surgir «de día o de noche». De repente se abrió la puerta y entró María Eugenia, su secretaria de siempre. Soltó un taco y a gritos dijo: “¿No te había dicho que no me molestaras con nada? Pero María Eugenia, sin inmutarse, le entregó una nota y se dio la vuelta.
- Por cierto -dijo cambiando el tono de voz- si no te cojo el móvil, que además de ser una mierda funciona mal, le llamas a ella que siempre me localiza.
Y nos presentó con una sonrisa. La primera y última de la entrevista.
Lo del móvil parecía una broma. Realmente era una basura, pero decía que era el único que no permitía ser pirateado. Años después pude comprobar que aún seguía utilizando aquel trasto. El tiempo también le daría la razón en esto. A todos sus colegas les espiaron, grabaron, y tenían localizados gracias a sus modernos terminales. A él nunca. O eso decía.
Pero recuerdo una cosa más de aquella entrevista. Alguien debió decirle que venía del País Vasco y sin mediar pregunta me dijo que a él no le preocupaba Telefónica; que la empresa estaba en marcha; que tenían muchos proyectos y que todos irían saliendo adelante. El de Bilbao parecía él. «A mí lo que de verdad me preocupa es España. Que se consolide la democracia. Que podamos trabajar en libertad. Que creemos riqueza y que la gente viva mejor». Y lo dijo con una fuerza, aunque esta vez en voz no muy alta, que pensé que estaba realmente ante el presidente del Gobierno o el Rey.
A mí lo que de verdad me preocupa es España. Que se consolide la democracia. Que podamos trabajar en libertad. Que creemos riqueza y que la gente viva mejor
Y es que Alierta pertenecía a esa generación de empresarios que, por encima de sus negocios, pensaban y hablaban siempre de nuestro país. Quedan aún algunos de esos grandes.
Años después nos volveríamos a encontrar en el edificio de la Gran Vía, cuando presidía la Fundación. No nos veíamos desde el funeral de su mujer. Y me habló de Ana «el gran amor de mi vida» y también del gran error de su vida. Pero eso queda para más adelante, que tiempo habrá de hablar de ello.