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José Manuel Cansino

Sus datos, la nueva mercancía

La rentabilidad de Uber ha sido cuestionada desde su lanzamiento en 2009. La pregunta a resolver es, por tanto, ¿de dónde le viene la capacidad de financiación?

UberTech, la empresa propietaria de las dos plataformas a las que dio origen Uber –la de movilidad de pasajeros y la de reparto–, acaba de anunciar un programa de recompra de acciones por valor de unos 6.480 millones de euros (M€) y para hacer esto, igual que para comprar cualquier otra cosa, hay que disponer de financiación.

Una recompra de acciones como la anunciada por UberTech es una particular forma de remunerar al accionista de una empresa. En el caso de que la empresa cotice en bolsa la operación consiste en que la misma empresa compra en el mercado sus propias acciones. Una vez en poder del paquete de acciones adquirido, la empresa realiza una segunda operación consistente en reducir el valor de su capital social lo que conlleva la eliminación de las acciones recompradas.

Para el accionista que decide vender sus acciones a la empresa la operación supone normalmente una plusvalía pues el precio que recibe suele ser superior al que pagó por ellas. Para los accionistas que no venden la recompra también suele reportarles un beneficio en forma de revalorización de las acciones en su poder. Este beneficio se deriva de una aritmética sencilla pues, salvo sorpresas, tiende a incrementarse el precio de la acción de la empresa tras la recompra dado que el valor de la empresa sigue siendo el mismo, pero ahora con menos acciones entre las que repartirlo.

Sin embargo, la rentabilidad de Uber ha sido cuestionada desde su lanzamiento en 2009. La pregunta a resolver es, por tanto, ¿de dónde le viene la capacidad de financiación? La compañía ha tenido un sorprendente cambio de resultados en los dos últimos años medidos en millones de euros. Entre 2022 y 2023 cambiaron de su habitual color rojo (pérdidas de 8.506 M€ en 2022) al negro (1.756 M€ de beneficio neto en 2023). La compañía atribuye este cambio, fundamentalmente, a un aumento en el número de viajes gestionado de un 23 %.

¿Qué sabe Uber de sus millones de usuarios? Desde luego lo que figura en sus perfiles cuando se dan de alta en las aplicaciones. También sus patrones de desplazamiento, sus preferencias de ocio, sus horarios y muchas de sus rutinas y, atención, buena parte de sus patrones biométricos. Todos estos datos son potencial mercancía y, convenientemente analizada, resulta de interés para una amplia panoplia de empresas. Naturalmente el análisis de los datos y, en su caso, su posterior comercialización, se presupone realizado en el más absoluto marco legal, es decir, garantizando el anonimato del usuario cuyo perfil se analiza.

La analítica de los datos es la nueva mercancía de la era energética, computacional y de las telecomunicaciones. Una mercancía que ha venido a sumarse a las materias primas, los recursos energéticos y el conocimiento de las nuevas tecnologías. Conocer cómo se realiza la transferencia de esta nueva mercancía entre las partes interesadas resulta clave.

El analista Yago Rodríguez resume esta transferencia de la siguiente forma en «Por un pedazo de tierra» (Ed Deusto). En el origen está la generación de energía eléctrica que alimenta el teléfono inteligente desde que solicitamos los servicios de Uber o el asistente que en casa nos programa una alarma o selecciona una lista de canciones. Esa misma energía eléctrica alimenta los servidores donde se almacenan estos datos.

Los servidores, vuelvo a recurrir a Yago Rodríguez, ordenan las peticiones de datos de miles de millones de dispositivos a lo largo del Planeta como si de una telefonista de hace un siglo se tratase. Luego y de nuevo gracias a impulsos eléctricos los transportan a través de cables terrestres y, si tienen que cruzar las aguas del mar o un océano, hacen llegar los datos a una estación de desembarco de datos (CLS en inglés). Al final acabará en el router del usuario que lo haya pedido y pagado oportunamente.

Los cables submarinos son una estructura crítica desde varias perspectivas y, naturalmente, una de las más importantes es la comercial. Precisamente esto explica que entre su accionariado estén habitualmente Meta (Facebook), Alphabet (Google), Amazon, Orange, etc. Es un mercado dominado por compañías estadounidenses, británicas, chinas, japonesas y surcoreanas.

El trazado de estos cables por donde circula la nueva mercancía de la analítica de datos casi replica los grandes nodos del comercio marítimo y está, en la mayoría de los casos, bien protegido. Se trata de los nodos de Marsella, el canal de Suez, el estrecho de Bab el Mandeb, Bombay, el estrecho de Malaca, Hong Kong, la zona de Maruyama y Shima (Japón), las Islas Hawai y Nueva York-Nueva Jersey. La mayor debilidad coincide con el estrecho de Bad el Mandeb, el Golfo de Adén y el Mar Rojo. Precisamente una zona en abierto conflicto.

La única referencia patria relevante está en el cable submarino MAREA, cuyas estaciones de desembarco de datos están en Virginia (EEUU) y Bilbao. En su accionariado de referencia hay que contar a Microsoft, Meta/Facebook y Telxius (filial de Telefónica). No obstante, una cosa es la propiedad mercantil de los cables y otra que los estados soberanos renuncien a su control una vez entren en aguas territoriales.

En todo este esquema de nueva mercancía y negocio falta la reivindicación que los usuarios debemos hacer de nuestra parte de la tarta, salvo que nos demos por bien pagados cada vez que nos permiten contratar cómodamente un servicio de taxi desde una app.

  • José Manuel Cansino es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, profesor de San Telmo Business School y académico de la Universidad Autónoma de Chile / @jmcansino