La mayor planta energética española se desliza hacia su cierre obligado: «Hace falta invertir millones tanto si seguimos como si no»
La central nuclear de Almaraz aguarda la decisión sobre la prórroga de su licencia antes del primer trimestre de 2025. De lo contrario tendría que parar. «Podría no merecer la pena volver a arrancar», avisan
Dos ciervos descansan pacíficamente frente a una doble valla, electrificada y rematada por alambre de espino. En frente, a pocos metros, tras una maraña de cables eléctricos, se yergue una enorme instalación de silueta poco habitual. En primer plano, un altísimo hangar acristalado. Detrás, dos enormes búnkeres de hormigón gemelos, rematados por sendas bóvedas también de hormigón. Todo ello rodeado de agua, barreras de hormigón, obstáculos para evitar el aterrizaje de visitantes indeseados y perros domesticados «para atacar y defender», según reza en una placa cercana. Bienvenidos a la central nuclear de Almaraz.
Operativa desde 1983, Almaraz produjo en 2023 el 7 % de la energía eléctrica española. Más de 611.000 gigavatios salieron de sus dos reactores gemelos, Almaraz I y Almaraz II, cada uno con una potencia de unos 1.000 MW. Para comparar, la salmantina presa de Aldeadávila, la mayor de España, tiene una potencia instalada de 1.100 MW. El año pasado Almaraz fue la instalación que más energía produjo en nuestro país. Y se desliza hacia el cercano final de su vida operativa, empujada por la legislación, como las otras cuatro centrales nucleares españolas.
«La autorización de explotación contempla el cese de la unidad uno en noviembre de 2027, y la de la dos el 31 de octubre de 2028», detalla Rafael Campos, director de la central. Mientras el Gobierno decide si la prorroga o no, lo que a día de hoy parece inviable según la vigente Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC), que contempla una reducción paulatina del consumo de energía nuclear de 15.118 MW en 2025 a 6.500 en 2030, y la clausura, escalonada según su antigüedad, de los siete reactores nucleares existentes antes de 2035. Después de Almaraz I y II vendrían Ascó I y Ascó II, en Tarragona, y Cofrentes, en Valencia, si no se modifica el calendario, que en 2019 pactaron las eléctricas con el ministerio de Transición Ecológica.
«La situación ha cambiado mucho desde 2019», defiende Ignacio Araluce, primer director de Almaraz y actual presidente de Foro Nuclear, la asociación que agrupa a los propietarios de las centrales. Araluce ha reclamado en varias ocasiones «replantear» el calendario de cierre, especialmente después de la crisis energética vivida en Europa tras la invasión rusa de Ucrania. Algo a lo que Teresa Ribera, ministra saliente con destino a Europa, se ha negado hasta la fecha en redondo.
Almaraz I no sería la primera central nuclear española en desconectarse de la red. Vandellós I, en 1989, se clausuró tras un accidente catalogado como «importante». Siguió José Cabrera, en Guadalajara, conocida como Zorita, en 2006; y Santa María de Garoña, en Burgos, en 2012. Todas ellas, sin embargo, producían en su conjunto menos que cualquiera de los dos reactores de Almaraz. Su cierre supondría, por tanto, un punto de inflexión y un golpe para los más de 800 empleados que la frecuentan diariamente, y que llegan a 1.200 en los períodos de recarga, que se suceden cada 18 meses. De ahí que en las últimas semanas el Ejecutivo extremeño de María Guardiola (PP) se haya posicionado en contra.
«Tendríamos de margen (para conocer si se prorroga la licencia de operación) hasta el primer trimestre de 2025 para conocer la decisión. De tardar más tendríamos que parar, durante un año o más», apunta Rafael Campos. De suceder «podría no merecer la pena volver a arrancar», añade Ignacio Araluce
Aunque cesen las operaciones, la actividad en torno a la central se mantendría durante varios años, incluso décadas. Primero en las labores de descontaminado y clausura de los reactores, y posteriormente en el cuidado de los residuos nucleares generados durante los más de 40 años de actividad de las instalaciones. Unos residuos que actualmente se almacenan en las piscinas de las instalaciones y al aire libre en un Almacén Temporal Individualizado (ATI) que se ha quedado pequeño tras la marcha atrás del Ejecutivo a la construcción de un Almacén Temporal Centralizado (ATC) en Villar de Cañas.
«Tanto si la central se cierra como si no, hace falta construir otro ATI, que ya está en proyecto», cuenta Enrique González, jefe de ingeniería y resultados de la central. Cada año Almaraz invierte unos 50 millones de euros en labores de innovación y mejora, incorporando nuevos procesos o mejorando los existentes, hasta el punto de que, según sus responsables, cuesta encontrar elementos que sigan en operación respecto a los que se instalaron en los años 70 y 80.
El impacto de Fukushima
Una de las renovaciones más importantes se produjo a raíz del accidente nuclear de Fukushima de 2011. Un incidente que, de hecho, revolucionó la forma de operar en toda la industria. Aquí y en el resto de reactores españoles se tradujo en la construcción de un Centro de Apoyo a la Gestión de las Emergencias (CAGE), un búnker externo desde el que se podría gestionar toda la operativa de la central durante varios días en caso de catástrofe exterior. También en la incorporación de «zonas Fukushima», áreas pintadas de magenta donde, de suceder un cataclismo, instalar los equipos necesarios para que la instalación pueda seguir operando.
Bombas, mangueras y tanques con gasoil descansan, esperando tal fin sobre una losa sísmica a pocos metros de la central. Mientras, el personal de la central se entrena con él habitualmente, al igual que con el resto del equipamiento, tanto dentro como fuera de los reactores, del hangar que alberga los generadores, dos enormes y ruidosos Westinghouse puestos a punto en su día por la Empresa Nacional Bazán, a los que uno no se puede acercar sin tapones.
Todo está duplicado, y en ocasiones, como en el caso de los generadores de respaldo de gasoil, quintuplicado. El objetivo: minimizar los riesgos, como repiten carteles, paneles y voces enlatadas en cada uno de los numerosos puntos de control repartidos por las instalaciones. Mientras, Almaraz y su entorno aguardan su final, aún incierto, preparados para seguir operando si finalmente el Ejecutivo cambia de opinión y resignados por si no lo hiciera.