La inadmisible interferencia pública en la vida de los ciudadanos
Parece que cualquier actividad del ser humano, incluso un rato de lectura en nuestro sillón favorito, debe contar con el concurso de un impuesto singular
El pasado 5 de junio, Isidro Fainé, en la entrega de las becas de la Fundación La Caixa, reivindicó el talento, la capacidad de esfuerzo, la pasión y el compromiso en el discurso previo a la distinción de los premiados. Cuatro cualidades «idóneas para desplegar una carrera académica y profesional». Y puso cuatro ejemplos. Como ejemplo de talento, se refirió a un estudiante del doble grado en Derecho y Ciencias Políticas que había realizado un posgrado en análisis de datos en el último curso y acabó primero de su promoción en los tres estudios.
Como muestra de capacidad de sacrificio y resistencia, se refirió a una estudiante de ingeniería aeronáutica, que participó en un proyecto para reproducir la vida de los astronautas en una base espacial en la Luna, y que superó unas exigentes pruebas físicas y psicológicas de más de un año de duración.
La pasión la explicó con un becario que, ya con 7 años, había montado en su habitación un taller con todo tipo de inventos –al principio poco más que tijeras, cartulinas y pegamento– y que el año que viene cursará un máster en Ingeniería Mecánica en Estados Unidos.
Y para modelo de compromiso se refirió a la estudiante de otro máster, este de Medio Ambiente y Desarrollo en Londres, que había colaborado gratuitamente con varias organizaciones medioambientales, y participado en acciones de recogida de residuos ejerciendo a la vez de formadora para los demás.
Empieza a preocuparme el intrusismo del Gobierno y de los poderes públicos en la vida de los ciudadanos
Era emocionante escuchar a uno de los empresarios más importantes de España destacar unos valores que, con frecuencia, se olvidan en la vida pública y también en la vida privada de las personas. Talento, capacidad de esfuerzo, pasión y compromiso. Algo que recuerdo de los primeros –muy primeros por cierto– discursos de Emmanuel Macron, y que puntualmente algún político español destaca mientras los demás le miran como si fuera un marciano.
Pero si aludo a estas palabras del Presidente de Criteria Caixa y de la Fundación La Caixa es también por algo que empieza a preocuparme de la vida pública española y, por supuesto, de la economía. Lo he señalado alguna vez, pero me gustaría detenerme en ello de manera monográfica. Me refiero al intrusismo del Gobierno y de los poderes públicos en la vida de los ciudadanos.
Durante los últimos meses hemos comprobado cómo se aprobaban leyes que afectaban a los horarios de trabajo, a las horas que dedicamos a trabajar, al descanso de los empleados, a los lugares desde donde debían trabajar –cambiando destinos de los funcionarios o modificando el llamado teletrabajo–; nuevos impuestos a los beneficios llamados obscenos –como si todo beneficio fuese malo incluso para la salud–, impuestos a las pérdidas, a la deslocalización, impuestos verdes, amarillos o morados; asaltos a las empresas públicas, semipúblicas o privadas –por supuesto un asalto con el dinero de nuestros impuestos–; ayudas e impuestos para viajes, vacaciones de jóvenes o mayores… Parece, en definitiva, que cualquier actividad del ser humano, incluso un rato de lectura en nuestro sillón favorito, debe contar con el concurso de un impuesto singular sobre el papel del libro, la editorial que recibe ayudas y la que no, o si el autor que leemos merece la aprobación de lo políticamente correcto, por no referirme a otras cosas.
Alguien dijo que nos terminarán diciendo lo que hay que comer. Ya estamos en ello por la vía también -siempre- de los impuestos
Comprenderán que todas estas actividades inciden de una manera feroz en nuestra economía. Ya ni siquiera nos extraña que el presidente de los empresarios, Antonio Garamendi, hable de monólogo social, porque desde el poder político se le achaca que, si no hay diálogo social, es, lógicamente, por su culpa. Se baja el IVA del aceite porque está caro. ¿Y la carne? ¿Y el pescado? ¿Y la leche? Alguien dijo que nos terminarán diciendo lo que hay que comer. Ya estamos en ello por la vía también -siempre- de los impuestos.
Pero esto no es lo que más me preocupa. He comenzado refiriéndome, gracias al discurso de Fainé, al talento, capacidad de esfuerzo, pasión y compromiso. Es lo que he conocido en todos los empresarios de éxito -que son muchos- de nuestro país. Y si faltaba talento, he conocido a españoles cuyo esfuerzo y pasión ha sorprendido incluso a su propia familia. Por eso me gusta que ahora se premie a los jóvenes españoles que hacen de esas virtudes los pilares de su incipiente vida laboral. Me rebelo contra los jóvenes que aspiran a ser funcionarios y piensan que su horizonte profesional está en conseguir una de esas 40.000 plazas de empleo público que se van a convocar. ¿También nos dirán en qué vamos a trabajar?
Como dice Fainé, «el éxito y el fracaso están estrechamente vinculados. Hay que centrarse en el éxito, pero aceptando las dificultades, como un hecho provechoso en el largo camino profesional». Eso intento, modestamente, enseñar a mis alumnos. Los que son del Atlético de Madrid ya lo llevan en la sangre, pero alguien debería recordarnos cada día -especialmente a los empresarios en este momento- que el fracaso y el esfuerzo son parte decisiva no solo de la vida profesional, sino de la Vida con mayúsculas. Y que si hay circunstancias que se empeñan en organizar nuestra actividad, siempre nos quedará un resquicio de libertad para desarrollar en ese pequeño rincón de nuestra cabeza, proyectos de éxito que, lejos de la subvención y las interferencias públicas, hagan más ilusionante nuestra vida y la de los demás.