La gestión imposible del Gobierno: de la Ley del sí es sí a la de Paridad
El desastre regulatorio de los gobiernos de Sánchez ha sido tan palmario como su afán por sacar leyes que les permitieran mantenerse unos meses más en el poder
A veces parecen la banda que dispara torcido, pero es lo que tiene sacar leyes por procedimientos de urgencia, sin consultar con los expertos, sin controles legales, ninguneando el debate parlamentario y, sobre todo, encargando su redacción a indocumentados e indocumentadas que no saben hacer la o con un canuto.
No quiero enfadarme mucho recordando la llamada Ley del sí es sí que provocó que más de mil agresores sexuales se beneficiaran de una norma mal pensada, mal hecha y de pésimos resultados. Ya entonces se empezaba a señalar con desvergüenza a los jueces como culpables. Seguimos en ello.
Pero aquello fue solo el comienzo. El desastre regulatorio de los gobiernos de Sánchez ha sido tan palmario como su afán por sacar leyes que les permitieran mantenerse unos meses más en el poder. Quizá el caso más paradigmático ha sido la Ley de Amnistía, una norma que tanto el presidente del Gobierno como sus ministros, su partido y todos los juristas de España que no chupan del bote político, aseguraban que era algo inconstitucional. Pero Sánchez necesitaba los votos de Junts para ser presidente y aquella ley se hizo necesaria para la convivencia y no sé qué más tontunas. Esta ley tampoco fue una excepción. A la torpeza de los diputados y ministros responsables se ha sumado en otras ocasiones la ignorancia sobre lo que el desarrollo de un texto legal lleva implícito. El Real Decreto sobre los Antidesahucios provocó justo lo contrario que pretendía: que un montón de familias con hijos vulnerables fueran arrojadas del mercado del alquiler como si fueran delincuentes.
Las pequeñas y medianas empresas ya están notando el furor legislativo de Yolanda Díaz
También me he referido en varias ocasiones al furor legislativo que desde el Ministerio de Trabajo ha impulsado Yolanda Díaz siempre que necesita salir en fotos. Ya están padeciendo las consecuencias las pequeñas y medianas empresas, ese tejido tan fundamental en nuestra sociedad que va a volver de vacaciones sin saber siquiera el convenio por el que tendrán que regularse. Y eso por no hablar de la desastrosa jornada laboral, o la renuncia a la que se han apuntado miles de fijos discontinuos que ha disparado el absentismo laboral en los últimos meses. O aquel dislate de la revalorización de las pensiones en función del IPC que llevó en 2023 a que muchos se jubilaran antes de tiempo. O la obligatoriedad de cita previa en las oficinas de la Administración -para la que no estaban preparadas- y que ha generado un mercado negro de citas en la Seguridad Social, hospitales y registros.
Lo más reciente ha sido la Ley Trans, que está provocando cambios de sexo nada sospechosos, antes bien bastante elocuentes, por ejemplo, sobre quién es la víctima y quién el verdugo de este cambio normativo. Por supuesto que en todos estos casos los culpables son siempre los «jueces y fiscales franquistas» como señalan contertulios sin escrúpulos cuando son en realidad las primeras víctimas de todo ello.
También es reciente el desatino sobre la financiación singular de Cataluña. Pero en este caso, y como ya señalé, depende del día en que oigas a los protagonistas -a veces de la hora, si se trata de María Jesús Montero- para darte cuenta de hasta dónde llegan las contradicciones de unos y otros.
El mismo día que entraba en vigor la ley de Paridad, algún malvado señaló que incluía la posibilidad de suprimir la protección frente al despido improcedente en algunos casos llamativos
He empezado citando la ley de Paridad, esa que obliga a las empresas a tener un 40 % de mujeres en sus consejos de administración y que, el mismo día que entraba en vigor -el jueves de esta semana pasada-, algún malvado señaló que incluía la posibilidad de suprimir la protección frente al despido improcedente para los empleados que soliciten el permiso de cinco días por cuidado de familiares, una excedencia o una reducción o adaptación de su jornada laboral. Algo que afecta a miles de trabajadores. Lo que antes suponía un despido nulo ahora se convertía en norma. La cosa es tan heavy que el Gobierno empezó a hablar de un error técnico, se supone que de las ministras de Trabajo Yolanda Díaz, y de Igualdad Ana Redondo. Aunque creo que eso es mucho suponer.
Pero como vengo recordando se trata de toda una manera de legislar, a medio camino entre la improvisación y Pepe Gotera y Otilio, que si no fuera por lo grave que es, podría hacernos gracia. Algunos me han dicho que todos estos disparates son también un síntoma de cómo está la sociedad, que ya tampoco reacciona ante nada. Ni siquiera ante una pésima gestión. Y estoy de acuerdo. Por ejemplo, Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español, dice que el resultado de los Juegos «no ha estado tan mal» y se queda en su paz. Y no hay casi nadie que le levante la voz. Ni siquiera él mismo, que había profetizado otros logros. Pero claro, como es amigo de Sánchez… Aunque el que realmente es amigo del presidente es su hijo, Alejandro Blanco Fernández, que para eso fue miembro de su tribunal de tesis en la Camilo José Cela, y encima puso a Sánchez summa cum laude, como contaba en este mismo diario Leticia Batista. No me extraña que ahora Pedro Sánchez le haya nombrado miembro español en el Tribunal de Cuentas de la Unión Europea. Yo le proponía como reina de las fiestas de Lanzarote. ¡Ay los hijos! Que se lo digan también a Cándido Conde-Pumpido.
Pero algo positivo para acabar. He visto últimamente una reacción que me ha hecho pensar que la sociedad no está tan anestesiada ante el desastre. Ha sido la de los viajeros de los trenes. Ya no podían más. Y eso que Óscar Puente dijo aquello de que «todo son mentiras de los periodistas». Pues para ser mentiras se ha cargado a medio Ministerio. Y no diré más porque estoy, mientras escribo, metido en un tren y la verdad es que voy con el corazón encogío.