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los ridículos de la educaciónjosé víctor orón semper

Los padres no saben educar, ¿cierto?

¡Qué fácil es buscar un cabeza de turco! Pero ¿se está dispuesto a destripar responsabilidades? Prepárate que escuece porque nadie queda a salvo, obviamente yo tampoco.

Al estar dedicado a la formación de educadores, tanto padres, madres de familia, como profesores desde infantil a universidad, muchas personas me mandan artículos y lo agradezco. En una ocasión me mandaron un artículo que ponía «a caldo» a los padres por su dejadez a la hora de intervenir educativamente sobre sus hijos y entregarlos a las tabletas electrónicas. Y si intervenían en la educación de los hijos casi parecía que peor. Padres que hacen dejación de su paternidad y educan niños como quien entrena un animal. El artículo era demoledor, pero al acabar, yo pensé: «¡Eso no se hace!». No es cierto que ese sea el problema. Cuando se simplifica la realidad, decir una media verdad tiene el mismo efecto que mentir. Por lo cual, podemos decir que al echar sin más la culpa a los padres se está mintiendo. El problema es sistémico y, si se analiza en profundidad, no queda nadie a salvo de la crítica. Ciertamente los padres tienen su parte, pero también los profesores, los directores y titulares, la sociedad, la universidad, los políticos y la lista se hace muy larga, pero dejo fuera de lista a los alumnos.

No es que los alumnos no tengan que ver, pero no es cierto que la responsabilidad de la propuesta educativa descanse en ellos. Los educadores y la sociedad en general son los que ofrecen la propuesta educativa. De ellos, de nosotros, y no de los niños es la responsabilidad de la propuesta y eso es lo que interesa que analicemos ahora.

No es extraño encontrar entre los padres, las madres y los profesores aquellos que creen con fe ciega la hipótesis cognitiva. Dicha hipótesis piensa que cuanto antes mejor, cuantas más cosas sepa hacer mejor, y cuanto más repita y repita mejor. No es cierto que eso sea el punto decisivo del éxito en el transcurso de la vida de los alumnos. Su falsedad ya ha sido demostrada, pero aún hay fanáticos de esa religión. Además, su modelo educativo implícito es hacer una especie de máquina perfecta.

Trabajando con familias me encuentro con la misma pregunta siempre: ¿Cómo le hago para que el niño coma, estudie, no pegue...? Padres obsesionados en el comportamiento que se pierden a sus hijos como personas. Lo triste es que no disfrutan a sus hijos. La misma pregunta del «¿cómo le hago para…?» se encuentra en todos los sectores de la vida social. Se espera comportamientos de las personas, no se espera a las personas.

Lo mismo acaba pasando con los padres que hacen aparentemente lo contrario: abandonar a sus hijos. En la pandemia muchos niños han estados abandonados dentro de su propia casa y a la vuelta al colegio no saben ni como interactuar con los demás. El abandono no es solo físico, toda falta de acompañamiento de la experiencia interior del niño es otra forma de abandono.

Los profesores también tienen su parte cuando abandonan la profesionalidad que se les requiere para convertirse en unos «aplicadores de programas educativos» que se venden asegurando ser el santo grial o el elixir de la perfecta docencia. Quien los ofrece, vende humo, quien los adquiere, compra aparente seguridad y falsa imagen. Se trata como de una obsesión tecnificadora. Enseñan técnicas. También se encuentran los profesores obsesionados con lograr ciertos comportamientos de los alumnos. Dan comportamientos, pero no enseñan a saber comportarse. Dan pensamiento, pero no enseñan a pensar. Dan valoraciones, pero no enseñan a valorar. Dan sumas, pero no enseñan a sumar. Etcétera.

Pero de todo puede encontrarse, pues, yéndose al otro extremo del péndulo, hay quienes no corrigen de ninguna forma. Una vez haciendo formación había un profesor que enseñaba proyección de sombras. Le pregunté qué hacía si el alumno dibujaba la sombra en una dirección imposible. Él decía, que era posible, porque podría haber otro foco en otro lado. Le dije: «Ok, pero, cuando ya están definidos todos los cuerpos y todos los focos, y todo está estático, el juego de sombra solo podía ser uno». Él me dijo que no corregía. Le dije: «Estupendo, pues cuando vayas a la playa, pon la sombrilla en un lado de la playa y tú vete al otro que la sombra te llegará».

Pero como decía superratón, «no se vayan todavía, que aún hay más». Los directores, en ciertos casos, se han convertido en gerentes descreídos de los discursos que ellos mismos pronuncian a los padres y profesores en el primer día de clase o en las fiestas de graduación. Antes los colegios tenían su nombre y eso era referencia de calidad. Ahora tienen que llenarse de sellos de calidad y certificaciones oficiales de programas para que otros acrediten lo que ni ellos se creen. ¿Es la lucha por el alumno al bajar la natalidad?, ¿es que en el fondo no se cree en el poder de la educación y de la interacción? Si el regalo es muy flojo, se le pone mucho papel de color para que parezca algo bueno. ¿Es esa la función de las distintas certificaciones colocadas en las entradas de los colegios? Y no sé qué creerán los certificadores. ¿Estamos ante una ayuda o ante otra forma de negocio educativo?

Los colegios han servido tradicionalmente como una escalera social para muchos niños. Seguro que muchos siguen siéndolo, pero desde luego ya no es tan facil encontrar esos colegios que catapultaban a niños de una situación desfavorecida hacia adelante.

Los políticos. Qué fácil es meterse con los políticos. Que lo haga el lector. Pero ciertamente hace falta despolitizar la educación.

Las facultades de magisterio se llenan de docentes que enseñan a dar clase a niños cuando muchos de ellos nunca han dado clase en dichos niveles. ¡Te imaginas que de clases un médico que nunca ejerció la medicina! Cuando un niño se acerca a la facultad lo miran como a un extraño. «Mira, ¡un niño! Es verdad que existen».

Lo requisitos para dar clase en secundaria, bachiller y universidad es ridículo o nulo comparado con lo que se requiere. Saber física no es lo mismo que saber enseñar física.

Una sociedad que no espera de los niños más que no molesten o que arreglen los problemas que los adultos creamos.

Bueno, no hace falta seguir. El lector lo puede hacer. Pero es necesario no ser un profeta de desastres, pues en ese caso esto sería una charlatanería. Hace falta ser propositivo. En este corto espacio es difícil. Pero creo que hay algo que podemos hacer, yo el primero, que es reconocer que no sabemos. He podido trabajar con padres, madres, profesores (de todos los niveles), directores, empresarios, médicos, periodistas, psicólogos, terapeutas, políticos, autónomos, sacerdotes, monjas y la lista sigue y sigue. El comentario siempre es lo mismo. Da igual con quien hable siempre se repite lo mismo: dicen «no se puede» cuando se debería decir «no sé». Es necesario que todos, yo el primero, reconozcamos nuestra pobreza y nuestro no saber. Necesitamos hablar entre nosotros con la conciencia que tiene un borracho que le dice a otro borracho: «salgamos de aquí».

Cada niño con quien nos encontramos es la oportunidad para inaugurar una nueva humanidad. De lo contrario seguiremos haciendo el ridículo echándonos las culpas unos a otros. Espero no haber ofendido y si ocurrió, perdona, pues no era la intención.