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Francisco López Rupérez

Inteligencia artificial y educación escolar. Un debate necesario

Los problemas que se abren ante la utilización, por parte de los alumnos, del Chat GPT no sólo conciernen a cuestiones morales difíciles de sortear, sino también a la propia naturaleza del aprendizaje intelectual

Vaya por delante que no soy un experto en Inteligencia artificial (IA); soy simplemente un profesor de Física, con un doctorado en esta disciplina y con alguna experiencia en investigación sobre el aprendizaje científico. Por una serie de circunstancias profesionales, concatenadas a lo largo de un tercio de siglo, he desembocado en el ámbito de las políticas educativas y de la investigación sobre ellas. Es, pues, desde este doble plano que cabe considerar aquí la inteligencia artificial y algunas de sus relaciones con la educación escolar.

Hay que subrayar que esa ubicuidad típica de la inteligencia natural puede extrapolarse, en cierta medida, a la inteligencia artificial. Por su potencial extensión, por su novedad y por su impredecibilidad es considerada, en el momento actual, como una fuente generadora de oportunidades, pero también de sombrías amenazas. La humanidad se ha adentrado, por ello, en un territorio de perplejidad de difícil gestión.

Ante la percepción cada vez más extendida de un cambio profundo en la historia de la humanidad, no es casualidad que el pasado 29 de marzo una pléyade de más de un millar de científicos, tecnólogos vinculados a lo digital y expertos independientes en inteligencia artificial –liderados por Elon Musk– hayan firmado una declaración solicitando una tregua en el desarrollo de la IA, hasta tanto no se disponga de protocolos seguros y respetados por todos. «En los últimos meses –se afirma en la carta– los laboratorios de IA se han visto envueltos en una carrera fuera de control para desarrollar y desplegar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden entender, predecir o controlar de manera confiable».

De entre los múltiples aspectos de la relación entre IA y educación, cabe centrar la atención en tan sólo dos que, por su relevancia y por su inmediatez, urge abordar. El primero tiene que ver con la capacidad de producción de textos complejos que posee la IA generativa; capacidad que nos ha sorprendido súbitamente a todos y que promete evolucionar de un modo acelerado, conforme los correspondientes sistemas –con capacidad de almacenamiento y computación crecientes– continúen siendo cargados con ingentes cantidades de información, para ser luego procesadas mediante los mecanismos del aprendizaje automático de las máquinas.

Los problemas que se abren ante la utilización, por parte de los alumnos, del Chat GPT a la hora de elaborar trabajos escolares, ejercicios de ensayo o composiciones literarias, no sólo conciernen a cuestiones morales difíciles de sortear, sino también a la propia naturaleza del aprendizaje intelectual. El exitoso ensayista Oliver Sacks, en su obra autobiográfica En movimiento. Una vida, afirmaba «El acto de escribir es una parte integral de mi vida mental; las ideas surgen y cobran forma en el acto de escribir». Esta es una certeza compartida por todo aquél que frecuente la escritura de un modo profesional. La escritura es el acto más completo del aprendizaje intelectual, de modo que si los alumnos renuncian a ella están renunciando a pensar de un modo efectivo, ordenado y sistemático; se están empobreciendo en el plano cognitivo y están prescindiendo, en fin, de los avances seculares de la civilización.

El segundo concierne a las enormes posibilidades que ofrece la IA en materia de personalización de la instrucción. Disponemos de una evidencia empírica robusta a la hora de identificar el feedback –o retroalimentación formativa– como el aspecto de la enseñanza que mayor impacto tiene en el éxito de los aprendizajes humanos en un contexto escolar. Este aspecto de la enseñanza, junto con su orientación hacia el dominio del conocimiento –Learning for Mastery–, pueden ser cubiertos con una gran eficacia por la IA, y hacer al fin realidad ese sueño humanista, todavía incumplido, consistente en lograr una educación de calidad para todos. La IA es capaz de adquirir representaciones de cómo aprende cada alumno. Puede adaptar los itinerarios de aprendizaje a sus necesidades individuales y a su potencial cognitivo. Puede apoyar al profesorado en el proceso de enseñanza y aportarle un arsenal de recursos y de información personalizada que compartir con las familias. Y muchas cosas más.

Pero para avanzar por este camino, un conjunto de normas éticas, aceptadas por los gobiernos y por la industria, ha de anteceder a los desarrollos futuros. La Unión Europea ha puesto en marcha una iniciativa legislativa, conocida como Ley de Inteligencia Artificial, que incluye la educación y que clasificaría los sistemas de IA en función de su nivel de riesgo -alto para la educación-, exigiendo además diferentes requisitos para su desarrollo y para su uso. Pero uno tiene la impresión de que esta vez llegaremos tarde, simplemente porque seremos incapaces de adelantarnos a la carrera acelerada emprendida por las compañías del sector en pos de un mercado de amplitud inconmensurable.

Es cierto que existen positivos antecedentes en cuanto al establecimiento normativo de claros límites morales, por ejemplo, en la aplicación al genoma humano de los procedimientos de edición genética. Pero la experiencia demuestra que, en lo concerniente al mundo digital, vamos muchos pasos por detrás. Es éste un desafío mayor al que se enfrenta la humanidad y en el que está en juego nuestro futuro colectivo.

  • Francisco López Rupérez es director de la Cátedra de Políticas Educativas de la UCJC y expresidente del Consejo Escolar del Estado