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La educación en la encrucijadaEugenio Nasarre

Reivindicar una historia europea

Setenta y cinco años después del Congreso de Europa en La Haya, que puso los cimientos de la Europa Unida, se necesita mucho camino por recorrer. Empezando por nuestra propia casa. Los vicios de los lamentables nuevos currículos de Historia nos alejan más de lo que debería ser un precioso bagaje de cualquier europeo culto

Hace setenta y cinco años (7 al 11 de mayo de 1948) se celebró en una todavía devastada La Haya el Congreso de Europa, que puso los cimientos de la Europa Unida, el más fecundo proyecto político de la segunda mitad del siglo XX. El Congreso tuvo un resonante éxito. Presidido por Winston Churchill, había sido convocado por el Comité de Coordinación de los Movimientos para la Unidad de Europa. Formaban su Presidencia, junto a Churchill, el ex primer ministro francés Paul Ramadier (socialista), el ex primer ministro belga Paul Van Zeeland (democristiano) y el español Salvador de Madariaga, exiliado en Oxford y entonces presidente de la Internacional Liberal. Las cuatro grandes familias políticas de las democracias de la Europa de la postguerra (democristianos, socialistas, conservadores y liberales) concordaban un llamamiento a los europeos para salvar a Europa de su ruina y edificarla bajo los principios de la libertad y de la democracia.

La única fuerza política excluida del Congreso fue el comunismo, que desde el minuto cero se opuso ferozmente a la idea de una Europa integrada para salvaguardar la paz del continente. En febrero de aquel 1948 se había consumado el golpe comunista de Praga, con el derrocamiento del primer ministro Benes y el asesinato del prooccidental ministro de Asuntos Exteriores Jan Masaryk. El golpe de Praga conmocionó a las reconstruidas democracias europeas, pues era la constatación de la voluntad expansionista de Stalin y del sometimiento a sus designios de los partidos comunistas. Ese clima de grave preocupación estuvo muy presente en los intensos debates del Congreso de La Haya.

Acudieron al Congreso cerca de ochocientas personalidades procedentes de veintisiete países europeos, algunos ya bajo el «telón de acero», cuyas intervenciones se centraron en denunciar la opresión existente en sus naciones y pedir que la «Europa de las libertades» tuviera las puertas abiertas a sus países, cuando se libraran del yugo de Moscú. Lo que sucedió cuarenta años más tarde, con la caída del muro de Berlín y la descomposición del bloque soviético. Junto a doscientos diputados de las democracias que habían recuperado el régimen de libertad se congregaron relevantes representantes de lo que hoy llamamos sociedad civil: empresarios y sindicalistas, economistas, juristas, médicos o ingenieros, representantes de las confesiones religiosas, académicos, más de diez Rectores de las más importantes Universidades europeas, intelectuales, escritores, artistas y destacados miembros de las organizaciones sociales existentes en aquella Europa. La Santa Sede envió como observador al nuncio Giobbe, creado cardenal más tarde.

Los debates se encauzaron en tres Comisiones (Política, Económica y Social, y Cultural). En ellos se trazó el camino para construir una Europa Unida, que quedó plasmado en sus Resoluciones, cuya lectura hoy reviste el máximo interés. El punto de partida, que constituía una propuesta «revolucionaria», era que los Estados tenían que renunciar a elementos parciales de su soberanía para ponerlos en común, por lo que tenían que crearse unas «instituciones comunes» para gestionar esos poderes de la nueva Unión.

La Comisión Cultural fue presidida por Salvador de Madariaga. Los diseñadores del Congreso entendieron, con lucidez, que el proyecto de unidad europea no debería tener un carácter meramente tecnocrático o pragmático y que, para que verdaderamente fuera fecundo, tenía que asentarse en una «realidad viva». Esa es la cuestión que se debatió en La Haya, con la coincidencia de que Europa es un «sujeto histórico». En efecto, la intensidad de los vínculos de los pueblos europeos en todas las etapas históricas es incontestable.

Desde Roma, el Medievo, la Modernidad hasta los hechos contemporáneos Europa es mucho más que un entramado de relaciones entre las «naciones» que se van configurando y sedimentando a lo largo de la Edad Media. Es tal la profundidad de esas relaciones que los sucesivos movimientos culturales, artísticos, así como la evolución del pensamiento y de sus formas políticas no tienen fronteras, aunque en algunos casos las improntas nacionales hayan sobresalido. Las catedrales románicas y góticas son europeas. Las universidades son una genial invención europea. El renacimiento, el barroco o el romanticismo son corrientes que sobrepasan la dimensión nacional. El sujeto histórico de todos estos fenómenos es Europa.

Madariaga afirmó que cuando contemplamos todos estos fenómenos se produce en nosotros un «sentimiento de familia». Es sentimiento tiene hondura; «obedece a una tradición común -dijo- que tiene dos raíces: una socrática y otra cristiana». El rector del Colegio Oriel de Oxford insistió en que la civilización europea «debe tener en cuenta la herencia cristiana». Y el historiador Alexander Marc reclamó que se «imparta una historia europea y no nacional». El gran filósofo francés Etienne Gilson apostilló: «Si quisiéramos eliminar lo europeo de lo que podría llamarse cultura francesa no sé qué quedaría de ella». Romano Guardini, al recibir el prestigioso premio Erasmus, afirmó: Que Europa llegue a ser supone previamente que cada una de las naciones vuelva a pensar de otro modo su historia; que comprenda su pasado con referencia a la constitución de esa gran forma vital que es Europa”.

Lo que reclamaba Madariaga, «el despertar de la conciencia europea», no podrá tener un fundamento sólido sin conocer nuestro pasado con una perspectiva europea, entre otras razones porque, sin ella, la historia resulta ininteligible. Setenta y cinco años después, aquel propósito que trazaron en La Haya necesita mucho camino por recorrer. Empezando por nuestra propia casa. Los vicios de los lamentables nuevos currículos de Historia (el «presentismo» y sus hipotecas ideológicas y sectarias) nos alejan más de lo que debería ser un precioso bagaje de cualquier europeo culto.

  • Eugenio Nasarre es vicepresidente del Movimiento Europeo de España