Las virtudes no evitan los vicios
Dicho de otra forma, la educación en virtudes no es un reducto de seguridad pues como dice el dicho «Corruptio optimi pessima»
Hay quienes no aceptan una educación en virtudes, pero, me temo, que eso ocurre porque, o malinterpretan lo que son las virtudes, o porque están escaldados de las malas presentaciones que abundan sobre el tema. Por otro lado, entre los que aceptan la educación en virtudes hay de todo. Algunos no se si las entienden bien o las idealizan, ya que las consideran como la salvaguarda del vicio y la defensa de la naturaleza humana. Naturaleza que la entienden de forma estática y en referencia a la verdad, sin que esté claro a que se refieren cuando hablan de ella. Muchas veces parecen «hacerle decir a la verdad» lo que simplemente ellos quieren decir. Espero que este artículo sobre la virtud ayude a conocer otra forma de entenderla a quienes tienen una postura anti-virtud o una visión idealizada de ella.
El título ya da una pista, las virtudes no evitan los vicios. Virtudes y vicios tienen en común todo menos una «cosa». Casi tienen más en común que de diferente. Por eso quien piense que la educación en virtudes evita los vicios puede estar haciendo el ridículo si no considera esa «cosa» que diferencia la virtud del vicio. En tal caso estaría educando en vicios con un programa educativo que diga desarrollar el carácter o las virtudes.
Dicho de otra forma, la educación en virtudes no es un reducto de seguridad pues como dice el dicho «Corruptio optimi pessima» (la corrupción de lo óptimo pésimo). ¿En qué consiste esa corrupción? Justo en esa «cosa» que las diferencia.
Aunque existen diversas formas de entender la virtud, todas ellas se relacionan con el perfeccionamiento y la mejora del ser humano. El ser humano no nace acabado y en su proceso de perfeccionamiento aparecer la virtud. Pero cualquier educador sabe que se pueden perfeccionar muchos recursos de la persona sin que la persona se perfeccione. La persona no se perfecciona frente a lo no-personal, sino solo frente a otra persona. Y esto lo cambia todo. Veámoslo.
¿Cómo crece nuestro pensamiento, nuestra voluntad, etcétera? Una contestación primera sería: ejerciéndolo. Pero, no por pensar más se piensa de forma distinta. No por actuar más se actúa de forma distinta. Imaginemos que se quiere hacer una mesa, se toma la madera y se fabrica la mesa. Si no se usa bien la madera, ésta se romperá. Y, para conseguir la mesa, el pensamiento se hace más eficiente, más eficaz, más versátil. Y está bien que sea así, pero propiamente no tiene por qué cambiar la forma de pensar. La madera nunca preguntará nada, nunca cuestionará nada. En cambio, otra persona sí que podrá preguntar «¿por qué te empeñas en hacer una mesa?». El otro es quien propiamente me cuestiona. Ciertamente puedo despreciarle y no abrirme a su pregunta. En ese caso, al rechazar al otro no se podrá pensar de una forma nueva. El otro, al romper mis esquemas es quien me libera de repetir mi forma de pensar y me permite crecer. Cuando el otro me rompe la forma de pensar (un alumno que contradice al profeso, un cónyuge que confronta al otro cónyuge, un compañero de trabajo a otro) se produce un dilema: ¿Me quedo con mi forma de pensar e ignoro al otro? o ¿por acoger al otro, desecho mis pensamientos y mi forma de pensar y me abro a pensar de una forma distinta? En UpToYou pensamos que todo se juega en el cara a cara personal.
El influjo aristotélico ha hecho confundir la eficiencia con la virtud, pues no por ser más eficiente en el uso del violín crece la virtud. La virtud no acontece por la relación con un objeto (lo no-personal), sino por la relación con una persona y por anteponerla a mi forma de pensar y querer.
Si uno, por acoger al otro, deja de lado sus pensamientos y se pone a pensar de una forma nueva, crece su pensamiento. Si uno deja de lado sus gustos y se pone a decidir de una forma nueva, crece su voluntad al amar al otro.
Cuando el padre desecha sus certezas para acoger al hijo aprende a pensar de forma nueva, cuando el profesor desecha sus gustos para acoger a sus alumnos aprende a querer (decidir) de una forma nueva. El educador crece en virtud gracias al educando.
Virtud o vicio no son crecimiento o decrecimiento, sino el efecto del crecimiento o del decrecimiento. Y crecer (o decrecer) es una cuestión de si uno se abre (o no) y acoge (o no) al otro.
Así pues, la clave no es que virtud o capacidad mejorada tienes, sino para que se usa. Uno podría preguntarse ¿para qué ser perseverante? ¿para qué te pongan en una vitrina y digan «¡mira: el perseverante!»? ¿Qué diferencia a un obcecado de un perseverante? Si la obcecación es vicio y la perseverancia virtud, las dos coinciden en la capacidad y su fortaleza, pues con las dos permiten ser constante y superar dificultades y no amilanarse ante los problemas. Pero uno lo hace por salvaguardar su plan y el otro para no cerrarse ante el otro. Hay muchos obcecados que parecen perseverantes. Vicio con apariencia de virtud.
Podemos usar el ejemplo de san Pablo que pasó de perseguidor a anunciador de Cristo. No cambió en sus capacidades, ya bien fortalecidas, sino que cambió de orientación. Sus esquemas se vieron rotos al encontrarse con Jesús. Aceptar a Jesús implicaba aceptar la ruptura de su forma de pensar y querer, y así creció… hasta la próxima ruptura, pues su forma de pensar seguirá cambiando para seguir acogiendo a las personas con las que se encontraba.
Así el vicio pasa a virtud y, de forma similar, la virtud puede pasar a vicio. Solo hace falta que decida cerrarse ante el otro que le cuestiona y la misma capacidad (naturaleza) que creció porque se abrió a otro, ahora se convertirá en vicio, porque se orienta a la defensa de sí mismo: «corruptio optimi pessima».
En muchos colegios y universidades se enseña la virtud como auto fortalecimiento ignorando que están capacitando por igual para la virtud y el vicio. Ignoran que la virtud sólo acontece porque la persona se abre ante otra persona que le rompe y cuestiona. Cosa que Aristóteles nunca imaginó.
Hacen el ridículo educando en unas virtudes idealizadas e ignoran que como nunca se produjo el crecimiento por haber sido roto en las propias seguridades por la presencia de los demás, no ejercerán la supuesta virtud para abrirse a otro. Y, por tanto, lo que propiamente enseñan son vicios, aunque digan que es un plan de educación en virtudes. El vicio cambia a virtud, cuando la capacidad (naturaleza) se abre ante el otro (como san Pablo) y la virtud cambia a vicio, cuando la capacidad (naturaleza) es un recurso de autodefensa de los propios ideales.
Por eso la virtud central no es la prudencia como decía Aristóteles, sino que la dualidad primera y fundamental es la humildad versus la soberbia, siendo el humilde el que se sabe regalado por otro y busca ser un regalo y encontrarse en el otro y, el soberbio el que se apropia de lo recibido y busca su consistencia en su soledad.
- José Víctor Orón Semper es director de la Fundación UpToYou Educación