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Los ridículos de la educaciónJosé Víctor Orón Semper

Cuando hacer algo puede ser peor que no hacer nada

Hay un refrán que dice: «toda piedra hace pared», pero también hay otro dicho que dice: «si diera mi cuerpo a las llamas y no tengo amor, de nada sirve»

Si pintas parte de una habitación, tienes media habitación pintada. Si nos centramos en que el alumno tenga un comportamiento o pensamiento concreto, no tenemos media educación hecha, sino que en verdad habremos manipulado al alumno. Con el tiempo, el alumno se sentirá ignorado en su interior, pues él o ella propiamente no es lo que interesa, sino solo algún aspecto de su actuar. Quedarse a medias tratándose de personas puede ser una agresión y una deshumanización, pues si el educando acepta la instrucción, entonces aprende a vivir al margen de su interioridad. Lo que es bueno para las cosas, puede ser malo para las personas.

Hay un refrán que dice: «toda piedra hace pared», pero también hay otro dicho que dice: «si diera mi cuerpo a las llamas y no tengo amor, de nada sirve». No dice que sirve en parte o un poco, sino que no sirve nada. Y decir nada ya me parece una lectura benévola, pues sería aceptar que existe una forma neutra de actuar. Cuando hablamos del ser humano, lo que no surja desde el interior se convierte en deshumanizante.

Si ciertamente el mero comportamiento de dar el cuerpo a las llamas de nada sirve, se estaría haciendo un soberano ridículo al hacerlo por hacerlo. El amor dignifica cualquier acción y sin amor, lo que hacemos, por muy altruista que sea, es un grandioso ridículo.

¿Cómo puede entenderse esta afirmación desde la educación? A lo largo de la historia una larga lista de educadores, filósofos de la educación y pedagogos han visto la educación como un acto de amor. El amor en educación no es una cursilería, no es para estar todos a gusto y calentitos. El amor constituye la intervención del educador en un acto educativo.

Los que piensan que «toda piedra hace pared» en educación confunden a las personas con cosas. Así ocurre cuando se tiene por central la capacitación técnica o las metodologías. Peor hacen los que buscan simplemente comportamientos y que no nos molestemos mutuamente. Y, peor todavía, los que buscan sencillamente pasar un rato lo menos conflictivo posible con los alumnos. Olvidémonos de la graduación entre las formas de hacer las cosas mal. El caso es que el ridículo se puede hacer de muchas formas y el bien solo de una, aunque no se sepa a priori cuál es la forma cierta de hacer el bien.

Imaginemos un ejemplo familiar: un niño de unos 5 años que no quiere comer porque quiere jugar. Muchos dicen que el niño necesita rutinas, que el niño necesita límites que le den seguridad… ¿Pero eso lo necesita el niño o la paz psicológica del adulto? Cuando digo cosas así, siempre hay alguien que salta y dice: «pero el niño tendrá que aprender a comer, ¿no?». A lo que contesto que ciertamente tiene que aprender a comer, pero no solo necesita aprender eso. No se trata de que el padre o madre lo hagan con buenas maneras (que todos agradecemos), sino que además de aprender a hacer las cosas también necesita aprender a ser creativo, imaginativo, crítico… Y no se aprende por un lado a hacer y por otro lado a ser creativo o a ser generoso. No se educa a partes como si fuera una pared que pintar. La persona requiere que se eduque todo integradamente, es decir, a la vez y de forma relacionada. Seguro que el progenitor al centrarse solo en el comportamiento lo hace con su mejor intención, pero no por eso está ayudando a su hijo o hija. A un hijo no se le educa a partes.

El estilo educativo centrado en comportamientos, competencias, creencias o valores que se acercan sectorialmente a la educación acaba siendo una forma de deshumanizar, pues centran a la persona en lo que es exterior a ella. Esto implica que solo la educación integrada integra, y eso obliga a que todo sea hecho actuando desde el interior, lo cual requiere que la educación sea un acto de amor real. Así, docente y alumno actúan desde el interior.

Educar es un acto de amor, porque solo el amor hace crecer, y educar es ayudar a crecer. Podemos instruir en ser más eficientes, o en hacer ciertas cosas y evitar otras, pero eso no es educar. Incluso podemos llegar a ser amables con los alumnos sin amor. Una amabilidad estratégica, aparente. Y cuando se descubra que es estratégica, el trato amable se convierte en un insulto y lo que pretendía ayudar acaba llevando a la distancia personal.

Educar es amar porque educar es que el alumno descubra que él o ella como alumno pueden amar, es decir, pueden transformar el mundo para el encuentro. Al amar al alumno con independencia de su actuación, este descubre que lo que le hace amable no es su comportamiento, ni sus pensamientos, ni su responsabilidad, ni ninguna característica humana. Y eso, de forma natural, le movilizará a amar con su comportamiento, su pensamiento, etcétera. Pero todo desde la base de que nada lo hace amable, sino que él ya es amable. Porque lo amable no es algo, sino alguien, la persona del alumno. He visto muchos colegios y universidades que dan grandes discursos a los alumnos de la dignidad de la persona, pero luego los tratan en función de sus características y no en función de quienes son: personas. La contradicción es evidente y el autodescrédito, real.

El niño que descubre que es amado por quién es y no por lo que hace, siente, piensa, quiere o cree, sacará toda su riqueza interior y así desarrollará de forma integrada todas sus competencias. Un amor mantenido es una apuesta decidida por la persona. Esto es una revelación para el alumno. Quien se descubre amado se lanza sobre la realidad con toda su energía. En verdad, solo trabaja quien ama. Lo demás es esclavitud o autoesclavitud.

Sin amor el alumno descubre que él o ella no es quien interesa, sino sus comportamientos, pensamientos o disposiciones. Esto es hacer un soberano ridículo que solo se evidenciará en la medida que pasen los años. La sobreabundante pasión que tiene el niño pequeño por el encuentro con el otro hará que acoja casi cualquier cosa que le ofrezca el educador. Pero, poco a poco, el niño, mucho más inteligente que el educador, verá la inconsistencia de la propuesta cuando esta se limita a buscar determinados comportamientos, pensamientos o voluntades. El niño no quiere hacer el ridículo. ¿Para qué hacer algo si no sirve para que nos encontremos? El adulto puede corregir y el niño con muchos menos recursos callará y se dejará instruir, pero no habrá educación. En la medida que el niño tenga recursos, la oposición será más grande. Adolescentes rebeldes pueden no ser más que niños silenciados o ninguneados.

Educar con amor no solo garantiza que se consideran todos los aspectos de la persona, superando así una educación parcial, sino que todo se hace integradamente, pues todo se aborda desde lo personal. Tampoco hace bien una educación que considere todos los aspectos, si no los considera desde lo central de la persona: el encuentro interpersonal.

  • José Víctor Orón Semper es director de la Fundación UpToYou Educación