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LA EDUCACIÓN EN LA ENCRUCIJADAEugenio Nasarre

Tabletas, no; libros, sí

Algunas instituciones educativas sumamente prestigiosas han adoptado una medida radical: la supresión de las tabletas y la vuelta a los libros y a los métodos clásicos de enseñanza

Los resultados del examen de Pisa son extraordinariamente preocupantes. Lo peor que podríamos hacer es ponerlos paños calientes, como ha sido la primera reacción del Gobierno. Esa reacción no muestra otra cosa que un irresponsable conformismo en seguir instalados en la mediocridad. Ni siquiera Castilla y León debería sacar pecho, aunque haya quedado la primera de la clase, porque tampoco ha mejorado. Los datos de Cataluña –y me refiero a lectura particularmente– son una verdadera catástrofe. Ha descendido 38 puntos desde 2012. Los 462 puntos que ha obtenido (36 menos que Castilla y León) le colocan en el pelotón de cola en el ámbito europeo. Es la distancia de más de un curso académico, que muchos alumnos ya no recuperarán nunca.

Las voces de alarma han sonado en casi todos los países europeos, porque el retroceso ha sido generalizado. En Alemania se ha pedido un debate nacional para estudiar las causas, con la conciencia de que resulta necesario adoptar medidas rectificadoras. En Francia también se ha abierto un debate con los profesores, escuelas y académicos a la cabeza. Algo (o mucho) no funciona en la educación europea. Los países asiáticos han ganado, por ahora, la partida.

Tres son las causas principales que los analistas han puesto sobre la mesa: el covid, la aplicación del nuevo enfoque pedagógico del «currículo basado en las competencias» y el mal uso de las tecnologías digitales. Hay otras causas, desde luego, que influyen en los resultados en la compleja realidad educativa (profesorado, entorno social, familia, modelo de centro, recursos, etc.), que cualquier análisis riguroso debe tener en cuenta.

Centrémonos en dos de los tres señalados, ya que la pandemia sufrida en los colegios es una causa coyuntural, que se corrige con el retorno a la normalidad, sin perjuicio de que haya provocado unas secuelas en la experiencia docente, que no deberemos dejar de estudiar. Las otras dos posibles causas son de fondo y poner en jaque a nuestro sistema educativo.

La primera es la adopción del modelo pedagógico, adoptado hace unos años por la OCDE, de poner el centro de la acción educativa en las «competencias». La equivocada aplicación de este modelo por las autoridades educativas ha generado una confusión en el mundo de la docencia. Ha generado un clima en que el conocimiento ha quedado relegado a un segundo plano y se ha provocado una falsa dialéctica entre el saber y el ser competente. La estúpida crítica a la memoria y a los conocimientos abstractos han dejado a los pobres alumnos a la intemperie, sin las herramientas necesarias para abordar la comprensión de las cosas y enfrentarse a ellas «con conocimiento de causa».

La Administración Educativa de Escocia fue una de las primeras que se lanzó a implantar con entusiasmo este modelo educativo. Y acaba de anunciar que, reconociendo el grave deterioro que ha provocado en las enseñanzas de los pobres escoceses, lo va a suprimir para recuperar la centralidad de los conocimientos de las enseñanzas tradicionales. El excelente informe de la Real Academia Española –que hay que agradecer–enjuicia severamente este modelo, adoptado en grado sumo en la llamada LOMLOE, o ley Celáa, que, además, está aderezado con imposiciones ideológicas, profundamente perturbadoras para la acción educativa. Y la Real Academia, con sentido de la responsabilidad, pide su reconsideración. No nos engañemos: el modelo educativo «por competencias» está haciendo aguas. Y, si no lo replanteamos de raíz, seguirá haciendo estragos en nuestras aulas.

Pero la segunda causa no es menos importante y sus consecuencias se unen a las creadas por la ya indicada. Me refiero a la digitalización como instrumento pedagógico para el aprendizaje de los alumnos. Algunos acogieron las nuevas tecnologías con fervor. La voz que se propagó por los nuevos profetas del progreso fue: sustituyamos los libros por las tabletas; el libro es el pasado y la tableta lo posee todo: lecturas, imágenes, videos, información inagotable; hagamos de ésta el compañero inseparable del alumno.

Ya estamos viendo los efectos devastadores de esta alocada utilización del tablet en el mundo educativo, que es un mundo en el que los protagonistas son niños y adolescentes. Ahora el Ministerio de Educación ha propuesto la medida de prohibir los móviles en los colegios a los alumnos de Primaria. La medida está bien, pero es insuficiente. Habría que ampliarla a toda la etapa de Secundaria. Antes se podía vivir y disfrutar de la vida sin móviles. ¿Por qué no poder hacerlo ahora en la vida escolar?

Pero el problema no se resuelve con la regulación de los teléfonos móviles. Hay que abordar muy seriamente el uso de las tabletas en la educación. Algunas instituciones educativas sumamente prestigiosas han adoptado una medida radical: la supresión de las tabletas y la vuelta a los libros y a los métodos clásicos de enseñanza. Lo cual no implica que el alumno se convierta en un analfabeto digital. Tendrá que aprender el mundo digital y dominarlo, pero como una materia más de su aprendizaje, no como el permanente guía, que aparentemente todo lo resuelve.

En aquel Dictamen sobre la enseñanza de las Humanidades, de finales del pasado siglo, el Presidente de la Comisión que lo elaboró, el ex ministro Juan Antonio Ortega y Díaz-Ambrona, resumió sus conclusiones con tres palabras: «lectura, lectura, lectura». El libro, y el libro de texto también, debe recuperar el papel central en la gran tarea de educar, porque -como defendió Nuccio Ordine- ésta no debe consistir en otra cosa que despertar «el amor al conocimiento».

  • Eugenio Nasarre es ex presidente de la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados