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La educación en la encrucijadaSandra Moneo

En defensa de la formación humanista

Las corrientes que han despreciado el estudio prolongado de la Historia o la Filosofía todavía no han desaparecido de la toma de decisiones y eso está provocando importantes lagunas en la formación de los protagonistas de la sociedad del futuro

Hace un par de años Eugenio Nasarre, el impulsor de esta columna cuyo título constituye toda una declaración de intenciones, La educación en la encrucijada, publicaba con la ayuda de ilustres profesores, académicos y filósofos una serie de ensayos bajo el epígrafe 'Por una educación humanista', un desafío contemporáneo. Su objetivo, entre otros, era concienciar del necesario protagonismo que la enseñanza de las Humanidades debiera tener en la formación integral de cualquier alumno.

A lo largo del mismo y gracias a la inestimable aportación de Gregorio Luri, Xavier Pericay, Agustín Domingo Moratalla, Carmen Guaita y otras tantas personas cuyas reflexiones y aportaciones responden a la brillantez intelectual de cada uno de ellos, es posible recuperar el permanente debate en el que se sumerge el sistema educativo cada vez que nuevos elementos o nuevos escenarios impulsan determinadas transformaciones, necesarias en ocasiones, absolutamente prescindibles en otras.

Nuestro sistema educativo y por consiguiente el modelo o la fórmula que se precisa para un adecuado aprendizaje de los alumnos, está sometido a una constante inestabilidad que en nada ha beneficiado a su éxito ni presente ni futuro. Desde que el entonces gobierno socialista al inicio de los noventa desterrase la ley Villar-Palasi para implantar la entonces novedosa Logse, el tiempo demostró un fracaso sin paliativos de la misma, la educación se ha visto sometida a una constante contraposición de conceptos. Al necesario estudio de contenidos, se contrapuso en su momento el llamado «aprendizaje por competencias» cuya errónea implantación expulsó la cultura del esfuerzo de la educación y condenó a cientos de alumnos al más absoluto de los fracasos. A día de hoy todavía España ocupa el vagón de cola del éxito escolar sin que las sucesivas leyes —inspiradas en el modelo logsiano en su mayoría— hayan sido capaces de anular ese modelo de aprendizaje como sí han hecho otros países de nuestro entorno.

A la necesaria introducción de las nuevas tecnologías en el aula —nadie duda de que la adquisición de competencias digitales es imprescindible para nuestros alumnos— se contrapuso erróneamente el uso del libro de texto. Durante las dos últimas décadas, cualquier colegio o instituto que se preciara, cualquier administración que quisiera mostrar una impecable hoja de servicios debía mostrar cientos de ordenadores, tabletas y demás instrumentos de nueva generación para mayor regocijo de las familias. Hoy aflora un debate entre los estudiosos de los sistemas educativos que poco a poco va calando en el conjunto de la sociedad, donde se demuestra la imprescindible presencia del libro de texto en el aula.

El estudio de las llamadas Humanidades no iba a constituir una excepción. Precisamente, la introducción de nuevas materias en los currículos ajustadas en ocasiones a la demanda de la llamada «revolución tecnológica» provocó quizá uno de los más importantes debates suscitados en el conjunto del sistema, aquel que contrapone el pensamiento científico-tecnológico al pensamiento humanístico. Sorprendentemente, mientras las más importantes escuelas de negocios del mundo contemplaban los estudios humanísticos, especialmente la Filosofía como materia imprescindible en una formación global, en España se producía un considerable empobrecimiento de las mismas. La adopción en el año 1998, por parte de la Conferencia Sectorial de Educación, del llamado Dictamen sobre la Enseñanza de las Humanidades en la Educación Secundaria, elaborado por prestigiosos profesores de las diferentes disciplinas académicas dirigidos por el que fuera ministro de educación, Juan Antonio Ortega y Díaz-Ambrona, constituyó un importante documento cuyas conclusiones son de la mayor utilidad en estos momentos: «El concepto actual de las Humanidades no puede coincidir exactamente con el tradicional como consecuencia del tiempo que vivimos en el que el saber se ha ampliado enormemente y, junto al desarrollo de las ciencias antropológicas y sociales, se ha producido también el de la tecnología y el saber científico natural. Un humanista hoy, más que en épocas anteriores, es una persona que conoce los avances científicos y tecnológicos…».

No obstante, y a pesar de la claridad en la exposición de argumentos del propio Dictamen y las evidencias empíricas mostradas a lo largo de las últimas décadas, todavía existe una profunda carencia en la formación humanística de los alumnos. La cuestión reside en hasta qué punto se han utilizado términos como modernización o transformación vinculados a los saberes exclusivamente tecnológicos para apartar deliberadamente la formación humanística. Las corrientes que han despreciado el estudio prolongado de la Historia o la Filosofía todavía no han desaparecido de la toma de decisiones y eso está provocando importantes lagunas en la formación de los protagonistas de la sociedad del futuro. Cuando el propio dictamen evoca frases como «El respeto a la historia comienza por el respeto a los hechos históricos mismos y a las fuentes que nos los han hecho accesibles…» o «La dimensión filosófica es ineludible para educar en la autonomía y no adoctrinar» no se puede sino visualizar acontecimientos recientes que pretenden reescribir la historia o introducir planteamientos ideológicos en el aula.

Nada es inocuo en educación. No lo fue el desprecio a los conocimientos en su momento porque lo que se pretendía era rebajar la exigencia e implantar un falso igualitarismo que tanto daño ha hecho al sistema. Tampoco lo fue el desprecio a los libros de texto y por supuesto no lo es el cuestionamiento permanente de las Humanidades. Los mejores sistemas educativos son los que conjugan equilibradamente todos estos elementos.

En el caso de las Humanidades nos jugamos algo más. Como bien señalaba el filósofo Jacques Maritain, los dos pilares de la formación humanista son 'Razón y libertad'. Como decía, más de actualidad que nunca.

  • Sandra Moneo es presidenta de la Comisión de Universidades e Investigación del Congreso de los Diputados