Fundado en 1910
LOS RIDÍCULOS DE LA EDUCACIÓNJosé víctor orón semper

La tentación no necesita un tentador

Quizá alguno se sorprenda al leer que el hecho de querer ayudar a alguien pueda ser también una tentación. Pero no podemos olvidar que el mal sabe presentarse con «apariencia» de bien

Si partimos de la base de que la tentación es la posibilidad de no obrar el bien y por consecuencia acarrea un mal, parece que el tentador es quien abre esa posibilidad. Sería como si yo me propongo hacer dieta y al pasar delante de una pastelería una voz interior me sugiere que coma. Algo parecido experimentó también Ulises en su viaje de vuelta a casa al encontrarse con lo que se puede llamar un distractor, en su caso, la presencia de las sirenas. Ellas representan la tentación y al mismo tiempo son las tentadoras que se dirigen a Ulises diciéndole ¡ven!

En el ámbito educativo ocurre a diario algo parecido. El alumno se propone estudiar, pero aparecen sus amigos que le invitan a salir y el chico tiene la tentación de dejar de lado el estudio para ir con ellos. Visto así, parece que nuestra vida está llena de «tentadores», ¿o tal vez no? Cuando hay un tentador, las personas tendemos a convertirle en el malo de la película. Pero, si bien no estoy diciendo que este no exista, la realidad es que la tentación no necesita de él. Vamos a analizar qué quiere decir es de que «el tentador siempre es el malo».

Imagina que una persona tiene que terminar un trabajo en un plazo concreto. Cuando se dispone a hacerlo, empiezan a aparecer lo que hemos llamamos «distractores» (forma próxima a la tentación): mirar el móvil, ir al baño, leer otra cosa, levantarse y servirse un café o la necesidad repentina de ayudar a un compañero.

Como adelantaba al inicio el texto, caer en la tentación lleva consigo la realización de un mal. Todo mal es ausencia de bien, por lo que no acabar haciendo ciertas cosas también es un mal en sí.

Parece, entonces, que la fuerza de la tentación reside en el tentador, que puede presentarse en forma de distractor, ya sea en cualquiera de las formas que hemos citado anteriormente: el pastel, las sirenas o incluso ayudar a alguien u otras. Quizá alguno se sorprenda al leer que el hecho de querer ayudar a alguien pueda ser también una tentación. Pero no podemos olvidar que el mal sabe presentarse con «apariencia» de bien.

Si ponemos el peso en el tentador, parece que nuestro esfuerzo estaría centrado en luchar, ignorar, torear, contrarrestar o prevenir la influencia del tentador. Como hizo Ulises, que, para luchar contra las sirenas, su tentación, mandó a sus soldados que lo ataran al mástil y que no le soltaran castigando con la muerte al que le liberara.

A raíz de todo lo expuesto, me parece fundamental que nos planteemos si de verdad es el tentador quien tienta y si puede existir tentación sin tentador. Veámoslo con otro ejemplo. Si discuto con alguien y quiero poner fin a la discusión puedo recurrir a diferentes opciones. Entre ellas podría, incluso, decidir matar a mi oponente y cortar por lo sano con la discusión. En este supuesto, ¿estaríamos hablando también de tentación?, ¿por qué una opción sería tentación y la otra no?, ¿pueden tentar las opciones? El tentador, la opción, no tienta. Es, sin embargo, uno mismo quien crea estas opciones y las convierte en tentación. Lo que cambia por completo la perspectiva, porque la persona ya no necesitaría luchar contra la tentación, que insisto, puede disfrazarse como buena. La clave está, ante todo, en preguntarse por qué algo resulta una tentación para mí, y por qué algo deja de ser un bien para mí. Por qué, pasar la tarde con amigos puede presentarse como una tentación a la hora de estudiar y por qué ese plan con amigos constituye un bien para mí y no el estudiar. En el caso, claro, de que el estudio fuera en algún momento un bien para mí.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que la tentación se alimenta de los miedos y heridas que todavía necesitan ser sanadas. Aquí el tentador actúa como un cobarde que se hace grande a base de mentiras. Y el tentado, en cambio, es alguien que sucumbe ante sus miedos y heridas no curadas. En educación, también, tras caer en la tentación, conviene preguntarnos, ante todo, de qué miedos o heridas se ha alimentado la tentación y dejar de centrarnos en cómo hemos luchado contra ella. Para ello, nos ayuda reflexionar sobre lo que ha pasado y está pasando dentro de mí, preguntarnos por qué lo que supone un bien para mí no lo percibo como tal, o por qué acepto como bien lo que tal vez no lo es. Solo así entenderemos mejor la siguiente afirmación: «el tentado constituye la tentación en el tentador». Luchar contra la tentación sin saber porque porqué uno la ha significado como tal es vivir ignorando su interioridad, además de que nunca resuelve la lucha, sino que simplemente pospone la lucha. Necesito preguntarme ¿por qué veo esa opción como tentación? ¿Qué atractivo le veo a esa opción? ¿Y por qué asocio ese atractivo a esa tentadora opción? ¿Y por qué no veo ese atractivo en las cosas diarias que tengo que hacer? En el fondo necesito preguntarme, ¿Qué me está pasando para ver la vida de esa forma?

La vida y la persona son maravillosas. Aunque nos cueste verlo así, hasta la tentación y nuestras caídas no le restan belleza, sino que precisamente son tentación porque vemos (acertada o equivocadamente) algo bello en ellas. Ambas son la puerta al autoconocimiento y una oportunidad para crecer. Por eso, aprender a vivir con ellas y descubrir lo que dicen de nosotros, aunque nos inquiete o asuste, es el camino seguro para evitar el caos interior.

En este sentido, ante las caídas, la mejor herramienta es el perdón. Tanto en la familia, como en el colegio si queremos crecer y ayudar a crecer necesitamos descubrir y promover el perdón. El perdón nos ayuda a vivir como personas, con mayúsculas, porque hace que nuestra historia no sea una condena. Por tanto, cuando aparezcan las caídas, que aparecerán, no nos desanimemos y contemplemos el perdón. Lo mismo da, si tenemos que perdonarnos a nosotros mismos, a los demás o aceptar el perdón de otros. Así descubriremos que cada caída en la tentación, nuestra o ajena podemos transformarla en algo bueno, en una ayuda. Una puerta que nos permite abrirnos al autoconocimiento y al conocimiento de los demás. Una nueva oportunidad para describir propuestas de valor. En definitiva, un modo diferente de contemplar la realidad que nos lleve a elegir juntos libremente el bien real y no el bien aparente.

  • José Víctor Orón coordina la Unidad de la Educación Médica de la Universidad Francisco de Vitoria y dirige Acompañando el Crecimiento