Los libros de texto: una necesaria reflexión
Cualquier intento de búsqueda de la excelencia en la educación española ha sido sistemáticamente rechazada por una izquierda que ha tenido y tiene responsabilidades de gobierno
Hace apenas un par de semanas, mi buen amigo y maestro Francisco López Rupérez, escribía en esta misma sección un magnífico artículo previo a la presentación del libro «Apología del libro de texto» cuyo autor, el exministro de educación de Portugal Nuno Crato probablemente sea una de las personas que mejor haya entendido las necesidades de la educación en su conjunto y el extraordinario impacto que reformas perfectamente contratadas pueden tener en la mejora de los sistemas educativos en un corto espacio de tiempo. Portugal ha representado un claro ejemplo de las mismas.
No es mi intención reeditar dicho artículo, que puedo suscribir de principio a fin, pero sí incidir en la importancia del asunto. Tuve la suerte de asistir a dicho encuentro y comprobar como afortunadamente el debate educativo no está muerto. Es más, yo diría que a pesar de los intentos de este gobierno encaminados a dormir un ministerio que debiera liderar las transformaciones que cualquier país ambicioso aspira ofertar a alumnos, familias y profesores, existe y espero que perviva en su compromiso, una constante reflexión liderada por personas provenientes de diferentes ámbitos a las que une un denominador común, el firme convencimiento de que la educación constituye un pilar esencial en el desarrollo personal y profesional del individuo y por tanto resulta imprescindible acertar en la aplicación de aquellas políticas que fundamentadas en evidencias empíricas pueden lograr una mejora sustancial de los resultados. Sin duda, un compromiso valiente y de extraordinaria importancia en el tiempo que vivimos, liderado por el inmovilismo de una izquierda carente de ideas y envuelta en sus propios prejuicios.
Una vez escuchadas varias de las reflexiones que en dicha presentación se expusieron y a punto de finalizar la lectura del libro objeto de la misma –lo recomiendo activamente– no puedo dejar de señalar una serie de conclusiones que al menos confío susciten un pequeño debate.
En primer lugar, nuestro sistema educativo ha estado sometido en los últimos años a una serie de vaivenes impulsados por diferentes corrientes, carentes en su mayoría de profundidad en sus planteamientos, pero que, acompañadas de una falsa modernidad, han impulsado un enfrentamiento entre lo que se consideraba nuevos modelos de aprendizaje donde la incorporación al aula de dispositivos electrónicos –ordenadores, tablets– resultaba imprescindible y los llamados «sistemas tradicionales» en los que el libro de texto ha sobrevivido no sin extraordinario esfuerzo. Nadie o muy pocos de los actores principales del sistema educativo se han parado a contrastar en este espacio de tiempo los contenidos que se dispensan a los alumnos o si el sistema de aprendizaje para la consolidación de conocimientos y el posterior desarrollo de las correspondientes competencias son los más adecuados. Lo que Nuno Crato denomina en su manual «aprendizaje activo y estudio activo».
En segundo lugar, no toda la responsabilidad de esa inestabilidad puede achacarse a nuevas corrientes que invaden el ámbito educativo. Todo lo contrario, la introducción de elementos de mínima solvencia en el aprendizaje de los alumnos se debe fundamentalmente a la ausencia de una política de Estado en materia educativa: currículos lo suficientemente amplios para que un alumno pueda estudiar una cosa y la contraria, introducción de una profunda carga ideológica en algunos de ellos, desvertebración absoluta del sistema con el fin de dar satisfacción a las apetencias separatistas. No resulta extraño que el sistema educativo español continúe estancado en la mediocridad mientras los países de nuestro entorno ante cualquier desequilibrio, adoptan medidas correctoras que permiten enderezar satisfactoriamente el sistema.
En tercer lugar, cualquier intento de búsqueda de la excelencia en la educación española ha sido sistemáticamente rechazada por una izquierda que ha tenido y tiene responsabilidades de gobierno. Sirva de ejemplo la permanente oposición a una iniciativa del Grupo Parlamentario Popular que aboga por el diseño de un currículo común que contenga unas enseñanzas comunes en sus propios términos, siendo respetuoso con las competencias que la Constitución otorga al Estado y a las Comunidades Autónomas pero sobre todo y lo más importante, un currículo con contenidos claros, concisos y de alta calidad científica, libres de cualquier sesgo ideológico elaborados por una Comisión Independiente formada por especialistas en cada una de las materias a propuesta de las reales academias. Un currículo que equilibre perfectamente el desarrollo en los alumnos del pensamiento computacional entre otros y la reflexión sobre los clásicos que contenida en magníficos libros de texto.
Cuarto y podría seguir mucho más. Mientras la rigidez de un sistema empeñado en desterrar la evaluación, la transparencia y la implantación de evidencias contrastadas sigue vigente, hay un nuevo elemento llamando a la puerta y que es preciso gestionar con acierto, la Inteligencia Artificial. Negar su presencia en el ámbito educativo constituye un error, utilizarla con acierto en el marco de los límites impuestos por la ética, la racionalidad y el sentido común puede ser un gran acierto.