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José Víctor Orón Semper

El profesor tablet

Si queremos que las nuevas generaciones sepan recrear la sociedad urge que la sociedad empiece a tomarse más en serio la formación de las personas y en especial la de los docentes

No se cuestiona, al menos a nivel académico, que la introducción de las tablets en los colegios a edades muy tempranas conlleva un riesgo para los niños. Pero ¿Qué ocurriría si en vez de las tablets el profesor mismo se comportara en «modo tablet»? Ciertamente si el docente hace lo mismo que una tablet lo que corresponde es sustituir los profesores por tablets, lo cual llevará a que el colegio se ahorre un gasto importante.

Es verdad, que este tipo de herramientas nos abren infinidad de posibilidades en el aula. El alumno puede, por ejemplo: recibir las tareas en el dispositivo, trabajarlas e incluso enviarlas al profesor para que las evalúe al momento. Si el objetivo de la evaluación es la mera corrección objetiva de un trabajo, la misma tablet, sobre todo ahora con las IA, podrá hacerlo sin docente. El alumno podría grabarse un video o un audio de voz y la IA corregirlo con todo lujo de detalles. También, la misma tablet podría estar configurada para ofrecer itinerarios de aprendizaje adaptados al nivel de conocimiento del alumno. Además, puede ofrecer diferentes opciones en función de los aciertos y fallos del niño. Puede ajustar los tiempos de aprendizaje al ritmo del alumno e incluso acceder una y otra vez al mismo contenido para comprobar si se ha asimilado bien la materia. Y todo esto se pueden realizar de forma totalmente individualizada, en tiempo real, con un formato atractivo, dejando incluso que el alumno pueda elegir entre infinidad de opciones que van desde los colores, la música o las formas más originales. Y, ¡cómo no!, si se trata de dar ánimos al alumno en su proceso la tablet misma podría hacerlo. ¿Cambiamos a los profesores por tablets que no se enfadan, ni exasperan? Todo esto plantea que el profesor no está para hacer lo mismo que hace la tablet. Es necesario un plus, tanto en acciones específicas que solo puede hacer una persona, como en la forma de intervenir en las acciones que pueden ser hechas por una máquina y un docente. Todo esto lleva a redefinir el rol del docente en clase.

Sin duda, hay funciones esenciales que los dispositivos no pueden ofrecer. Solamente el profesor añade calidez y cercanía afectiva que sean creíbles para una persona, aunque, ambas cualidades tampoco justifican la existencia de la profesión docente, bastaría un animador. ¿Una cheerleader educativa?

El profesor puede corregir otras cosas más allá de la materia que imparte o de lo que implica la propia docencia en sí como conocer la fuente de nuestros errores, identificar estilos de pensamiento y superarlos, conectar el trabajo de la materia con la vida en clase y fuera de clase, etcétera. No obstante, habrá que esperar al avance de la IA para ver su repercusión en la educación y descubrir dónde queda la figura del profesor y la labor que desempeña. Una cosa está clara: Siempre que el profesor quede al margen del proceso, como si fuera un ayudador externo al proceso del alumno encontraremos una forma que le sustituya. Dónde el profesor es irremplazable es en su persona que también está en continuo crecimiento. El docente tiene que dejar de ser un ayudador externo que no cambia y pasar a ser a una persona que crece en cuanto persona gracias a la interacción y a la relación personal con el alumno. Un docente que es más persona al estar con las personas de los alumnos.

Lamentablemente, y sin necesidad de negar la buena intención, muchas corrientes educativas han apostado por un profesor en «modo tablet». Dichas corrientes buscan que el profesor sea objetivo, cuando lo que precisamente puede aportar es su subjetividad, es decir, su ser sujeto, más aún su ser persona. Una tablet no es persona y no tiene subjetividad que ofrecer. Lo objetivo, no genera crecimiento alguno. No podemos olvidar que el alumno es siempre sujeto y por ello debe ser, ante todo, tratado y contemplado como tal. Si el profesor ofrece al alumno solo cosas objetivas no le ayudará a crecer en su subjetividad, que es precisamente lo que busca la educación. Lo subjetivo hace crecer lo objetivo. Y no al revés. Y esto es aplicable a todas las esferas de la vida. Del mismo modo, que las empresas no crecen, sino que son sus personas las que crecen y por ende hacen crecer a las empresas.

Crecer no es saber más o adquirir más conocimientos. Eso puede hacerlo mejor la tablet que el profesor. Pensar o saber más cosas es un incremento cuantitativo (crece la cantidad). Pero cambiar la forma de pensar es un cambio cualitativo (cambia la forma de aproximarse a la realidad). El crecimiento implica cambios cualitativos y no solo cuantitativos. En el crecimiento los cambios cuantitativos son reflejo de los cualitativos. En el ámbito educativo no podemos funcionar como sugiere la expresión popular: «Yo me lo guiso, yo me lo como». Quizá actuar así podría servir para llevar a cabo algún proceso instructivo concreto, pero no para aplicarlo al ámbito educativo en su sentido más amplio. La educación es ambiciosa: a través de la educación renovamos la sociedad, nos renovamos. Por eso el profesor también cambia y crece en el proceso de formación del alumno, cosa que no puede hacer un tablet, pues esta podrá saber más (cuantitativo) pero no podrá ser de una forma distinta (cualitativo).

Es necesario poner las bases desde la infancia, primero en la familia y trasladarlo a la escuela hasta llegar a todos los ámbitos formativos de las personas (empresas y organizaciones). Si sembramos patatas se cosecharán patatas. Más grandes o más pequeñas, pero siempre patatas. De la misma manera, si se apuesta por una educación objetiva no aparecerán nuevos sujetos capaces de recrear la sociedad.

Si los alumnos de hoy no son más que piezas de un engranaje cuyo objetivo es que la sociedad siga rodando sobre sí misma como hasta ahora, entonces tal vez una tablet nos baste. Pero si queremos que las nuevas generaciones sepan recrear la sociedad urge que la sociedad empiece a tomarse más en serio la formación de las personas y en especial la de los docentes.

Crecer juntos, con y gracias al encuentro y a la relación con el alumno es lo que un profesor puede aportar. Para esta tarea, la tablet resulta completamente inútil. Un dispositivo no posibilita el encuentro. A lo sumo, puede premiar o castigar en función de lo esperado. Hay que aclarar, que al hablar de encuentro no me refiero a la simple experiencia grata en la relación, pues experiencias gratas las podemos tener no sólo con personas si no también con los animales. Encuentro es mucho más: implica descubrirme en el otro y reconocer mi individuación al afirmar la individualidad del otro en una relación de unión. Lo que evidencia que el otro no se relaciona con mis características, sino conmigo, con mi Persona.

Eliminar las tablets y dejar a los profesores que sigan funcionando como tales, no parece, por tanto, una alternativa viable. ¡Ojo! Cuando critico a los profesores tablet no estoy criticando su persona, pues si algunos profesores se han refugiado en esa forma de actuar, quizá haya sido porque primero se les ha rechazado como sujetos, como personas que también son. Para mí, la conclusión es sencilla: recuperar la comunidad educativa en la que profesores, padres, alumnos, y personal del centro crezcan como tal y puedan aportar novedad a todo su entorno. Todo un reto que no carece de complejidad, ya que supone, en muchos casos, recuperar la confianza mutua en entornos tal vez dañados.

Educar no se identifica con la mera transmisión de contenidos, sino que se sirve de ellos para recrear la comunidad, empleando el aprendizaje para el crecimiento personal y del alumno. El conocimiento, ya sean las matemáticas, la lengua o lo que sea es cosa, no es persona. Por ello, no puede justificarse por sí mismo, sino es como un recurso de crecimiento de la comunidad. El conocimiento no tiene valor en sí mismo, pertenece al rango de la utilidad como todas las cosas. Solo la persona del profesor puede ayudar a que el alumno acceda a su propia interioridad y desde ahí actúe. Lo que conlleva que el profesor supere «el modo tablet» y se implique en su totalidad poniendo en juego su propia persona.