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Daniel Martín Ferrand

La desustanciación de la Historia

Explicar la Revolución Francesa a partir de un libro de texto -o de una web educativa- es tarea prácticamente imposible, porque se han quitado tantos datos que los acontecimientos parecen surgir de la magia, del azar

Basta con comparar un libro de texto de los 80 (EGB, BUP y COU) con uno actual (Primaria, ESO y Bachillerato) para darse cuenta de que actualmente los contenidos son infinitamente más escasos. No solo eso, también suelen tender a ser menos fiables, en especial si hablamos de las Letras, de las Humanidades, de lo supuestamente menos práctico. Con Historia, el asunto resulta demoledor, más propio de una sociedad orwelliana que de un país civilizado.

En las últimas décadas la asignatura de Historia se ha ido vaciando de contenidos. Cada vez «entra» menos materia, con la enorme dificultad que es hacer una buena síntesis, de esas que mantenga la esencia al tiempo que sea comprensiva. Pero eso no se ha conseguido: actualmente, con tan pocos contenidos, la Historia aparece descontextualizada, de tal manera que, si uno no sabe de lo que se está hablando, es prácticamente imposible enterarse de nada; es decir, será casi imposible que los alumnos aprendan nada de una manera mínimamente coherente.

Así, por ejemplo, explicar la Revolución Francesa a partir de un libro de texto -o de una web educativa- es tarea prácticamente imposible, porque se han quitado tantos datos que los acontecimientos parecen surgir de la magia, del azar. Más que un relato histórico basado en las causas y consecuencias, el pueblo se levantó harto de la opresión y, a la manera de una serie de Netflix, acabó con los tiranos cual superhéroes de Marvel.

Aparte de haber eliminado contenidos, se ha hecho a partir de los mismos contenidos que se daban ya en los 80, sin tener en cuenta los notables avances historiográficos de las últimas décadas. Así, se perpetúan algunos errores seculares -la Edad Media no fue tan oscura como la pintan- al tiempo que se prolongan narrativas simplistas y descontextualizadas del pasado. Por ejemplo, Hernán Cortés se aproxima a la turbia mirada de Andrés Manuel López Obrador y el XVI fue un siglo luminoso libre de cualquier abominable guerra de religión.

El asunto podría parecer fortuito si no se eliminasen siempre los contenidos que permiten mantener cierto sesgo siniestro. El Terror revolucionario de la Convención de Robespierre es una simple anécdota que no ocupa ni una línea. La Contrarreforma recurrió a la violencia pero Lutero y Calvino, no. Y, si bien se hacen algunas concesiones sobre la maldad de tipos como Stalin o Mao, solo es para luego resaltar las buenas intenciones de personajes como Lenin. Como decía Couchoud, el muro cayó, aunque no queda muy claro hacia dónde.

Si a estos tres puntos le unimos el desprecio, al que aludió hace unos pocos días el maestro Andrés Amorós, por la cronología, por las fechas, nos enfrentamos a un barullo de hechos sin orden, concierto ni sentido. Hoy en día un alumno del último curso de la ESO tiene problemas en distinguir las Edades de la Historia y de diferenciar, por ejemplo, las sociedades de los siglos XIV y XIX.

Este berenjenal tiene numerosas consecuencias, ninguna de ellas buena: a) los alumnos carecen de una capacidad mínima de contextualización histórica; b) la asignatura les resulta tan abstrusa que la rechazan de plano, dificultando los esfuerzos de aquellos profesores que sí pretenden que se comprenda la Historia; c) la ignorancia lleva al pasotismo y/o a posturas fácilmente manipulables desde cualquier extremismo; d) se cimenta esa sensación de superioridad moral de la izquierda, capaz de santificar a defensores del terror como arma política; e) etcétera.

En las últimas leyes educativas la Historia ha ido siendo golpeada de manera sistemática. Con el añadido de que la Historia de España se manipula en aras de unos falsos ídolos que imponen una perspectiva sesgada, falaz incluso. Y esta asignatura, que para los alumnos «no sirve para nada», es la base para cualquier sociedad democrática mínimamente sana.

P.S.: ¡Cuidado con esos nuevos bachilleratos en los que se puede llegar a la Universidad sin haber cursado Historia! ¡Ni Filosofía!