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Alberto Rodríguez en el CongresoEFE

Bocetos sonrientes

Alberto Rodríguez, patadas y berenjenas con tomate

Al fin y al cabo, darle unas cuantas patadas a un agente del Orden Público, que en Francia está penado con más de tres años de cárcel, en España es una simple travesura

El Tribunal Supremo, con una dureza inesperada, ha condenado al elegante diputado de Podemos, Alberto Rodríguez, a un mes y medio de prisión por liarse a patadas con un policía. Esa terrible condena puede ser conmutada con el pago de 540 euros, cifra escalofriante para un modesto diputado que ha dado ejemplo en sus intervenciones y comparecencias parlamentarias de una exquisita educación. En los años que lleva en el Congreso de los Diputados no ha dado ni una patada a un bedel, a un taquígrafo, y lo que es más importante, a ningún portavoz de la Oposición. Me figuro que esa ejemplaridad ha sido tomada en cuenta por el Tribunal Supremo para mitigar la dureza de la sentencia. Al fin y al cabo, darle unas cuantas patadas a un agente del Orden Público, que en Francia está penado con más de tres años de cárcel, en España es una simple travesura. Monedero ya tiene preparados los 540 euros para saldar las cuentas de su compañero Alberto con la Justicia. Sucede que un diputado condenado por el Tribunal Supremo está obligado a dimitir, y en el momento en que escribo estas dolorosas líneas, don Alberto no ha dimitido, lo cual, por otra parte, me parece beneficioso para no hurtar al parlamentarismo español de tan brillante representante del pueblo.

Alberto RodríguezPaula Andrade

Me recuerda este caso al de mi amigo de la perdida juventud Chomin Izurzun y Díaz del Jaizquíbel, de distinguida familia donostiarra. Chomin se agarraba unas castañas monumentales, y su madre, doña Mirenchu Díaz del Jaizquíbel de Izurzun, le había advertido que, de seguir agarrándose sus frecuentes pedos y cogorzas, le aguardaba un ejemplar castigo. Chomin era hijo único, y en su última melopea había sido detenido por la Policía Municipal de San Sebastián por dirigir la circulación en la confluencia de la Avenida de Zumalacárregui, el Paseo de Satrústegui y el tramo de Ondarreta desde el túnel. Se disfrazó de guardia y provocó en menos de 30 minutos 17 colisiones, la pérdida de los cables de tres trolebuses con destino Igueldo y el atropello de una anciana a la que animó a cruzar la calle al tiempo que daba paso a los coches para que la anciana fuera atropellada. El suceso se solventó con una multa de 300.000 pesetas, gracias a la influencia del padre del borrachín. Pero el castigo materno le sobrevino. A partir de hoy, Chomin, hijo mío, y hasta el próximo año –los sucesos tuvieron lugar en febrero-, no comerás berenjenas con tomate.

Y Chomin cumplió a rajatabla la sanción de su madre, y se pasó once meses sin probar las berenjenas con tomate, plato que Chomin aborrecía.

Pero no dejó de agarrarse sus curdas y moñas habituales, hasta que una noche, en plena embriaguez, decidió que era una lubina, se adentró en las olas que rompían en el malecón del Tenis, y se ahogó. El castigo ejemplar de su madre no sirvió para nada. Descanse en Paz.

¿Servirá la durísima sentencia del Tribunal Supremo para que el distinguido diputado de Podemos Alberto Rodríguez deje de dar patadas a los policías? Es probable que no. Cuando un hombre se dedica a patear a la policía y todo se soluciona con 540 euros de multa, el vicio y la costumbre imperan. Otra cosa es que la patada, en lugar de propinársela a un policía español se la hubiera dado a un gendarme francés. En tal caso, el ejemplar diputado estaría en la cárcel cumpliendo una amarga condena de tres años de prisión. Pero en España, la izquierda está intelectualmente muy avanzada, como ha manifestado la pudorosa actriz Maribel Verdú, y para mí, que Alberto Rodríguez no tiene previsto abandonar la práctica de su afición.

Eso sí, como se espera de un parlamentario tan brillante y educado como lo es don Alberto, la dimisión, el abandono de su escaño y dejar de percibir el sueldo y dietas que le corresponden, aunque sean minucias, deben marchar unidas como consecuencia de una voluntaria dimisión. Y en caso contrario, de la patada en el culo que habría de propinarle el Congreso por haber sido condenado por el Tribunal Supremo.

Que es lo menos que merece el hombre.