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Buque de la Armada española

La Armada, hoy

Los cambios de modelo de carrera que se han ido acumulando en poco más de dos décadas lejos de debilitar la Institución, han contribuido a mejorarla

La Armada, como es sabido, es un instrumento de la sociedad. Al servicio hoy del pueblo español, un pueblo pacífico que no cree que la guerra sea la mera continuación de la política por otros medios, la Armada no ha perdido la relevancia que tuvo cuando servía a los monarcas de siglos pasados. Al contrario, nuestros buques y nuestras unidades de Infantería de Marina se multiplican hoy defendiendo los intereses nacionales en actividades muy diversas que, sumadas, contribuyen a alcanzar dos grandes objetivos que la mayoría de los españoles considera irrenunciables para que nuestro pueblo progrese en libertad: la prevención de la guerra, preferiblemente mediante el mecanismo incruento de la disuasión; y la construcción de una paz mejor, tarea en la que se enmarcan la mayoría de las misiones que los marinos de hoy llevan a cabo en el exterior.

Instrumento hecho de acero y electrónica, pero también de vocación y sacrificio, la Armada es consciente de que su principal activo son los hombres y mujeres que la sirven. Esta es, ciertamente, una constante histórica, pero los marinos de hoy podemos decir con legítimo orgullo que los cambios de modelo de carrera que se han ido acumulando en poco más de dos décadas –incorporación de la mujer, profesionalización, nuevos modelos de carrera de oficiales y suboficiales– lejos de debilitar la Institución, han contribuido a mejorar la formación de las dotaciones sin disminuir su vocación de servicio, su ilusión y su entrega.

Industria de primera

Sería, sin embargo, un error olvidar el acero o la electrónica. A finales del siglo XVIII, cuando se trataba de madera y cáñamo, se construían en España muchos de los mejores buques de guerra del momento. Hoy, como no había ocurrido desde entonces, la Armada vuelve a beneficiarse de una industria nacional de primera línea, de cuya mano es más sencillo abordar los desafíos que tienen solución tecnológica. Fruto de ese trabajo hecho a medias, en el que la Armada desarrolla conceptos operativos y la industria ofrece soluciones, son las fragatas de la clase «Álvaro de Bazán», así como el portaaviones «Juan Carlos I» o los buques anfibios y logísticos. El éxito de este esquema trae consigo otras ventajas que, aunque a veces sean ajenas al escenario de la defensa nacional, son muy de agradecer en el competitivo mundo en que vivimos: desarrollo tecnológico, puestos de trabajo y exportaciones hacen menos gravoso el esfuerzo que los españoles hacen para financiar su Armada y su defensa.

Fragata «Álvaro de Bazán» (F-101)MINISTERIO DE DEFENSA

La urgencia de las misiones

Personas motivadas, material de calidad… ¿basta con esto? ¿La cantidad importa? Desde luego. Corresponde a los españoles decidir los recursos que invierte en cada uno de los instrumentos que precisa nuestra sociedad. En los tiempos difíciles que vivimos, la Armada ha tenido que sacrificar algunos de sus objetivos para dar prioridad a lo más urgente, las misiones de hoy, aunque fuera en detrimento de capacidades que mañana pueden ser imprescindibles. De que la Institución ha estado a la altura de las dificultades da fe el cumplimiento de todas nuestras misiones, el haber satisfecho todos nuestros compromisos.

La Armada ha tenido que sacrificar algunos de sus objetivos para dar prioridad a lo más urgente, las misiones de hoy

Así pues, la Armada de hoy basa su éxito en su cualificado personal, su avanzada tecnología y su capacidad de adaptación. Sobre estos tres factores ha construido esa fuerza modesta y equilibrada que, a pesar de la larga crisis sanitaria, lleva nuestra bandera donde quiera que sea necesario defender nuestros intereses. Pero todas las monedas tienen dos caras y los desafíos son demasiado serios para caer en la tentación de dormirse en los laureles. El primero de ellos es la propia mar, que impone sacrificios a las dotaciones y condiciona las posibilidades de los marinos para conciliar familia y profesión, algo que la sociedad debe aprender a compensar de formas imaginativas que no vayan en detrimento de la eficacia de los buques.

Constante renovación

En segundo lugar, la enorme ventaja que supone la base industrial de la defensa puede convertirse en inconveniente si limita las posibilidades de renovación de capacidades que son imprescindibles. En el siglo XXI, ninguna nación puede dominar todas las tecnologías y siempre habrá sistemas de armas que, como el avión embarcado que debe relevar a los AV-8B, será preciso adquirir fuera de España e, incluso, fuera de Europa.

La importancia de planificar

En tercer lugar, esa capacidad de adaptación de que la Armada ha dado innumerables pruebas tiene su coste, que puede medirse en términos de la descapitalización de sus almacenes, de retraso en la renovación de material o de aumento de los plazos necesarios para el alistamiento de las capacidades más exigentes. Un error de planificación puede llevar a que se den situaciones en las que no sea posible dar una respuesta eficaz en tiempo útil. Peor aún sería el que se llegase a adquirir una capacidad incompleta o a medias –todos recordamos la anécdota de quien vendió el coche para comprar gasolina– algo que sin duda supondría el más inútil de los gastos. En este entorno de cambio constante, las decisiones –y esto es común a la Armada y a los Ejércitos– se hacen cada vez más difíciles, y no contribuye nada a facilitar la planificación el desconocimiento de los recursos con que cabe contar, no ya en los años siguientes sino, en ocasiones, incluso en el mismo año en que vivimos.

Ejercicios de la ArmadaMINISTERIO DE DEFENSA

A muchos de los marinos de hoy, el establecimiento de un régimen específico para los hombres y mujeres embarcados en los buques de la Armada, la pronta renovación de una arma aérea envejecida o la promulgación de una ley de dotaciones presupuestarias para la defensa puede parecerles un sueño… pero si un almirante retirado tras 47 años de servicio puede permitirse soñar despierto, yo personalmente lo haría con el desarrollo de la conciencia de defensa, asignatura pendiente de esa España que en las últimas décadas se ha incorporado al pelotón de cabeza de las naciones, y uno de los grandes desafíos que debemos resolver si de verdad deseamos dejar nuestra huella –y no la de otros pueblos con las ideas mejor definidas– en el camino de progreso de la humanidad. Las Fuerzas Armadas pueden no ser el mejor instrumento para construir un mundo mejor, pero a menudo resultan ser el único disponible. Es mucho lo que se puede hacer pero ¿de qué vale un instrumento si quien debe usarlo, que no es otro que el pueblo español, no termina de entender para qué sirve?