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Paula Andrade

Retratos Feroces

Marlaska, el cohete que no llegó a la Luna

Cuatro días antes de que Fernando Grande-Marlaska naciera en Bilbao, un 26 de julio de 1962, la sonda Mariner 1 despegó desde Cabo Cañaveral, que ahora tiene nombre de marisquería pero entonces simbolizaba la carrera espacial como nada; dispuesta a protagonizar la primera misión exitosa a Venus, el planeta con nombre de diosa del amor que vive peligrosamente cerca del sol.

A los 4 minutos y 53 segundos exactos, algo empezó a fallar en el sistema de un artefacto que entonces era el último grito tecnológico y hoy apenas pasaría de petardo de juguetería de saldos.

La trayectoria hacia la gloria quedó de repente interrumpida y aquel cohete con ínfulas activó su mecanismo de autodestrucción para evitarle un disgusto a los terráqueos que miraban desde abajo el espectáculo.

Los teóricos han especulado mucho desde entonces en si hubo precipitación en el derribo del cacharro o si, por contra, el errático rumbo tomado era ya imposible de rectificar.

Algo parecido ha pasado con Fernando, Grande de Interior y Pequeño de España; destinado al Olimpo en tiempos de juez en el País Vasco y derrapado hasta al averno al arrimarse al astro rey llamado Sánchez.

Entre ser bendecido hasta por el PP para ingresar en el Consejo General del Poder Judicial y transformarse en denunciante histérico del fascismo inexistente; chófer de lujo en los traslados de etarra e incluso gélido comentarista del asesinato de un niño en Laredo, han pasado apenas tres años: los mediantes entre su nombramiento como ministro del Interior un 7 de junio de 2018 y el presente.

Pero nunca tan poco tiempo dio para tanto despropósito y tan poca autocrítica, impropia de alguien que miró a la muerte de cerca y ahora agacha la mirada con los asesinos por estricta conveniencia política, que es la manera generosa de llamar al vasallaje.

El giro copernicano del ministro se resume en una imagen sorprendente: como juez, ordenó la entrada en prisión de Otegi y hasta mandó a juicio a los autores de una caricatura denigrante con los actuales Reyes. Como político, ha depurado a guardias civiles de prestigio y ha mirado para otro lado con los ongi etorri de exaltación de terroristas.

Quienes conocen a Pequeño Marlaska aseguran que todo se debe a una única razón, de nuevo rico, entendida la abundancia en términos de poder: entre subirse a un estrado y a un coche oficial, con chófer y un despacho donde podría ensayar el Ballet Bolshoi, el exjuez despreció la toga y se vistió de socialista, un disfraz confuso pero imprescindible para su fiesta.

Con más vidas que un gato, ha sobrevivido a todas las matanzas de Sánchez cuando aparecía el primero en el cadalso, pisando los cadáveres políticos de Calvo, Ábalos o Redondo para seguir la Gran Marcha junto a su líder y susurrarle al oído los mejores nombres para intentar controlar la Policía y la Guardia Civil, donde no goza precisamente de amistades más allá de sus cúpulas modeladas a antojo.

La Mariner 2 fue lanzada al espacio apenas un mes después del petardazo de la sonda original y de la llegada a mundo del bebé Fernandito. Y logró su objetivo de llegar a Venus: quizá el ministro siga su estela y acabe consiguiendo alcanzar su objetivo.

Pero cuando llegue y mire atrás, tal vez se percate de que ese viaje no le mereció la pena y que en su nuevo destino, tan anhelado, hace demasiado frío y nadie le espera.