Entrevista
Álvaro de Diego: «La Transición es la gran empresa colectiva de los españoles»
Acudimos a la entrevista con el autor, joven pero con sólido currículum. Ha pasado mucho tiempo desde que se estrenó con 'Historias orales de la guerra civil', escrito al alimón con el Dr. Alfonso Bullón de Mendoza. De Diego se ha convertido en una referencia imprescindible del devenir del franquismo a la democracia, entre otras cosas
La Transición, el paso de la ley a la ley, ¿cómo la valoras?
–La Transición es la gran empresa colectiva de los españoles, su mayor logro político desde las Cortes de Cádiz. Por vez primera en casi doscientos años, la clase política decide la reconciliación efectiva de los españoles después de varias guerras civiles, la última de las cuales sirvió de prólogo al mayor conflicto bélico de la humanidad. Rompiendo una tradición secular de sectarismo y revancha, los herederos aperturistas del franquismo y los opositores a la dictadura acuerdan un gran pacto de concordia, la construcción de una democracia sin vencedores ni vencidos. El resultado es la Constitución de 1978, a la que no se hubiese llegado sin respetar la obra social y económica del franquismo, una inédita clase media y un país entre las quince potencias industriales del mundo. La elección de una vía evolutiva, «de la ley a la ley», en palabras de su principal arquitecto, Torcuato Fernández-Miranda, permitió consagrar lo anterior involucrando a los franquistas que deseaban la democracia y pusieron, de hecho, las primeras piedras para edificarla. Lo sorprendente de la Transición está en que resultó de un acuerdo entre antiguos falangistas y confesos comunistas. Unos y otros dieron una soberana lección de patriotismo y generosidad.
–¿Fue un cambio absolutamente positivo?
–Enorgullecerse, en general, de la Transición no impide subrayar algunos de sus errores. Afectan a los conservadores, que en un exceso de generosidad favorecieron el localismo que hoy sufrimos, los excesos del Estado autonómico. Tampoco la izquierda puede considerarse impoluta: su presunción de superioridad moral ya es perceptible en los momentos previos al cambio democrático. Amplios sectores del progresismo, por ejemplo, parecieron «comprender» un abominable fenómeno terrorista como el etarra.
–¿Fue el paso de las ruinas al bosquejo de un plano?
–El gran acuerdo de la Transición consistió en renunciar a retornar al enfrentamiento civil. Así se entiende desde mediados de los años cincuenta la política de «reconciliación nacional» del Partido Comunista de España y de renuncia a repetir la Guerra Civil de los sectores más avanzados del Movimiento. La convivencia de unos y otros en la universidad resultó crucial para el reencuentro que luego se produjo en la Transición. Sí había algunas coordenadas bosquejadas en el plano a la muerte de Franco. Existía una parte de la clase política del franquismo favorable al cambio, que el rey Juan Carlos situó en el poder a comienzos de su reinado. Conforme a la cartografía que manejaban, la democracia partiría del desmontaje controlado del sistema anterior, utilizando sus mecanismos y hombres. La oposición antifranquista optaba al principio por la ruptura mediante un proceso constituyente. Fue superada por la iniciativa de los aperturistas del régimen y el claro apoyo del pueblo español a esta forma de proceder.
–¿Por qué esa inquina de «hunos y hotros» contra la Transición?
–Detrás del grueso de las críticas actuales a la Transición se agazapan la extrema izquierda, que maneja el absurdo y demente objetivo de reabrir un proceso constituyente para vencer en una guerra en la que presuntamente fue derrotada; y los separatistas, que no creen en la nación española y aciertan técnicamente al dirigir su artillería contra la Transición. Los primeros se revuelven contra la generación de sus padres y tienen un concepto patrimonial de «su» república, que estiman de partido y, por supuesto, «de izquierda». Los segundos aborrecen un logro histórico de la nación española que constituye el momento fundacional de nuestra democracia. Destruir a la nación española pasa, por tanto, por dinamitar el momento fundacional de su democracia.
–Dada tu obra anterior, ¿fue el franquismo tan monolítico como nos quieren contar hoy?
–No lo fue. Fue la dictadura personal de un militar, el general Franco, que se sirvió de distintas «familias» políticas (falangistas, democristianos, monárquicos, «tecnócratas», etc.) para ganar la Guerra Civil y sostener su régimen a lo largo de casi cuarenta años. La dictadura férrea y represiva de los años cuarenta, que, sin embargo, nunca fue totalitaria, se había convertido en los años setenta en un régimen autoritario y desarrollista en el que existía una sociedad civil fuerte y pujante, preparada para el cambio democrático. El franquismo fue limitadamente plural en su clase política (no era lo mismo un falangista que un democristiano o un juanista que un «tecnócrata») y, sobre todo, en su aspecto generacional (no solía ser lo mismo un falangista que combatió en la Guerra que un «azul» formado en la universidad de los cincuenta). La sociedad civil conservó siempre una amplia autonomía frente al poder político. No se explica el posterior cambio político sin el cuarteamiento que había sufrido el mundo católico en España, el desarrollo económico, el «boom» del turismo o el papel desempeñado por la prensa. No por azar la Transición fue patrocinada por un monarca elegido por Franco, diseñada y ejecutada por sendos ex secretarios generales del Movimiento e inaugurada por unas Cortes franquistas que aprobaron la Ley para la Reforma Política.
–¿Cuáles son las vicisitudes de la Ley de Prensa (1938) desde la Guerra hasta el fin del franquismo?
–La Ley de Prensa (1938) es un texto ciertamente totalitario promulgado en plena Guerra Civil. Tiene un concepto político, misional del periodista y entiende la prensa como una actividad al servicio del Estado. Contempla el nombramiento y deposición de los directores de los periódicos por parte del poder político, la autorización administrativa de los nuevos medios y la censura de la información y las opiniones. La evolución política de Europa, con la derrota del Eje, y de la propia sociedad española determinaron un trato más suave hacia los medios de comunicación que acabó consagrando Fraga como ministro de Información y Turismo. Su Ley de Prensa e Imprenta, promulgada en 1966, eliminó la censura y favoreció una prensa más crítica que, pese a las restricciones (en especial, las sanciones administrativas), se erigió en el «Parlamento de papel» que familiarizó a los españoles con la democracia. Precisamente, mi libro analiza la batalla definitiva de esta prensa en favor de las libertades.
– ¿Qué es lo novedoso de la obra?
–Fundamentalmente, tres cuestiones: el papel del ministro de Información y Turismo protagonista; el rol algo desconocido de los diplomáticos en la Transición; y el gran nivel de crítica política permitido a la muerte de Franco. En cuanto a lo primero, Adolfo Martín-Gamero fue un ministro de Información y Turismo, que ya había tenido un papel importante como director de la Oficina de Información Diplomática y embajador en Rabat. Como director de la OID, organizó informativamente la visita de Eisenhower en 1959. Como embajador ante el Reino de Marruecos, tuvo una participación decisiva en la desactivación de la Marcha Verde. De ambos episodios hay referencias inéditas en el libro. En su papel de ministro de Juan Carlos I, defendió a la prensa de los ataques gubernamentales y, de hecho, su resistencia determinó en gran medida la caída de Arias Navarro y el nombramiento posterior de Adolfo Suárez.
En cuanto a lo segundo, ya Foxá se había referido al privilegio de servir como diplomático a una dictadura en una democracia. Al margen del cinismo de la cita, lo cierto es que el diplomático, familiarizado con las formas de vida democráticas, resultaba como alto funcionario un servidor público idóneo para procesos de transición. Solo en el primer Gobierno de la Monarquía se integraron cinco profesionales de la Carrera.
Por último, mi investigación demuestra el alto nivel de crítica política existente a la muerte de Franco. Fueron mucho más destacadas las sanciones a las revistas con motivo de la escalada del erotismo que por críticas políticas.
La conversación sigue: «Hubo un pacto para dejar la Corona fuera de la crítica porque era la palanca para hacer el cambio» pero el periodismo es espacio partido por tiempo y el espacio se ha terminado. Dejamos la entrevista con ganas de más.
'El destape de la prensa'
Álvaro de Diego González
Editorial Universitas, S.A.
Edición 01/09/2021, Madrid.