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Pere Aragonés, perfil, ilustración

Paula Andrade

Perfil

Pere Aragonès, el scout de abuelo franquista que promovió el «Espanya ens roba»

Pere Aragonès nunca rompió un plato, aunque puede cargarse la vajilla catalana entera si prosperan los planes que, a la chita callando, le mueven desde su más tierna infancia en Pineda del Mar, su pueblo de toda la vida y su lugar de residencia y retirada cuando sale del despacho más noble, el de Presidencia, en la Generalitat de Cataluña.

Con esa carita de buen chico que permite imaginarle aún de boy scout, con pantaloncitos cortos, medias sobaqueras y juramentos colectivos; fue sin embargo uno de los promotores de la campaña 'Espanya ens roba' desde las juventudes de ERC y, ahora que es el jefe, mantiene el lema, aunque lo expresa y gestiona de otra manera:

Le basta con sacarle los higadillos a Pedro Sánchez, sin chillar ni cambiar ese rictus de sala de espera del odontólogo que no varía ni antes ni después de la endodoncia. Y contando siempre con que Salvador Illa se convierta, si llega el caso, en aquel López Vázquez de Atraco a las tres que se presentaba a sí mismo como «un amigo, un esclavo, un servidor, un siervo».

Antes de llegar a la Presidencia de la República Imaginaria por una serie de fantásticas carambolas que derribaron a Puigdemont, Junqueras, Torra y Rovira; Aragonès fue el nieto del alcalde franquista de Pineda, Josep Aragonès i Montsant y el hijo de uno de los dos herederos de su imperio hotelero, aún vigente, y textil, desaparecido por una de las crisis del emblemático sector catalán.

La sangre azul, a efectos económicos, le sirvió para formarse en las mejores facultades y ampliar estudios y docencia en Harvard y Perpiñán; pero no para mantener la saga ideológica: afiliado a ERC a los 16 años, se hizo funcionario del partido y de la política para labrarse un currículo en régimen de monocultivo de cargo público.

Aquel chaval bajito, sabihondo y de familia españolista inició allí una carrera que casi 24 años después le ha situado en la cúspide del tobogán catalán, tan parecido al que puso su abuelo en el hotel Taurus Park en 1963, en su día el más grande de España y el único con un parque acuático como reclamo para turistas.

Quienes le conocen le tildan de flemático, frío, calculador y capaz de invocar la declaración de independencia exprés de 2017 y negociar a la vez, con Cristóbal Montoro, los términos de la intervención económica de Cataluña en pleno apogeo del artículo 155.

Mientras todos se echaban al monte o al maletero de un coche y compraban boletos ganadores de una condena en el Tribunal Supremo; Aragonès fue el único superviviente de la consejería de Economía de Junqueras depuesta por Rajoy, con el respaldo de Sánchez, tras el golpe institucional del independentismo.

Nunca eleva la voz, pero todo lo que hace es un chillido, como el buen monaguillo que es de Junqueras y de Rovira, sus mentores iniciales con los que ahora, dicen, mantiene ciertas distancias.

Su penúltimo berrido ha sido llamar a la insurgencia contra la resolución judicial que avala la enseñanza en español en las escuelas públicas catalanas, en un porcentaje mínimo del 25 por ciento: el idioma que se defendía en casa, mientras él correteaba por el Maresme entre pinos y oía hablar de Alianza Popular, fundada en Pineda por su abuelo con el aval de Manuel Fraga; es para él ahora una lengua invasiva y ajena.

Que un niño bien se dedique a promover el mal, convencido sin embargo de que es un santo, resume como nada la esencia del conflicto catalán: una burguesía tirando a nihilista que, algo ociosa y ensimismada, pretende convertir en un martirio artificial la historia que explica sus propias vidas.

Pere, quizá Pedrito en casa, siempre estuvo rodeado de lujos, pero a ver quién le convence a estas alturas de que Junqueras no es Mandela y Cataluña no es Soweto.

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