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Dolores Delgado

Dolores DelgadoPaula Andrade

El perfil

Dolores Delgado, la 'rider' de los paquetes de Sánchez

Experta en terrorismo yihadista y en la lucha antidroga, el brillante currículo de esta madrileña nacida en 1962, quedó empañado cuando aceptó protagonizar el culebrón La Lola se va a los puertos engatusada por la prosa gruesa de Sánchez

Aunque Dolores Delgado era técnicamente quien daba Fe, como Notaria Mayor del Reino, era más conocida por dar la nota desde que, en 2018, dejara de ser una fiscal de prestigio, pero invisible para el gran público, y decidiera incorporarse a la «foto bonita» del primer Gobierno de Pedro Sánchez como ministra de Justicia.

Aquel nombramiento inició un ascenso al poder político y un descenso al infierno jurídico resumido en la bravata de su jefe cuando, tiempo antes de nombrarla Fiscal General del Estado, recordó de quién dependía la institución y remató con un «pues eso» la soez declaración de intenciones.

Experta en terrorismo yihadista y en la lucha antidroga, el brillante currículo de esta madrileña nacida en 1962, madre de dos hijos, separada y destacada miembro de la Unión Progresista de Fiscales quedó empañado, definitivamente, cuando aceptó protagonizar el culebrón La Lola se va a los puertos engatusada por la prosa gruesa, alejada del verso machadiano original, de un líder socialista que la ha tratado como chica de los recados con galones.

Se estrenó para el gran público dejando abandonado al juez Pablo Llarena, el primer magistrado capaz de enfrentarse al separatismo a un precio personal tan alto como el del niño de Canet del Mar. Y desde entonces, suyas han sido las principales ñapas como ministra y como Fiscal General para barnizar las chapuzas de su señorito.

Dura con el Rey Juan Carlos y blanda con la coalición nacional-populista que da soporte a Sánchez, su mano se percibe en todos los favores a Podemos, ERC o Bildu y en todas las zancadillas al resto, en estricto cumplimiento de la disciplina política que asume desde un cargo que, aun siendo nombrado por el Gobierno, puede actuar con independencia si se atreve a ello.

A la intervención sanchista de su mandato se le añade, para rematar, la alargada sombra del exjuez Balatasar Garzón, con quien mantiene una relación personal que antes fue galáctica: como en la saga, uno era el caballero jedi y la otra su padawan, o ellos se veían así; aunque para muchos siempre estuvieron en el lado oscuro de la fuerza, rodeados de malignos personajes como ese Darth Vader con placa que responde por Villarejo.

Con el excomisario tuvo charlas íntimas que despreciaban la orientación sexual de Marlaska o presumían de disponer de una red de prostitutas para mantener controlada a parte de la judicatura; lo que a cualquier otra persona de coloración ideológica menos roja le hubiera costado una denuncia ante la ONU o, cuando menos, una campañita de Irene Montero, callada cuando las barbaridades las dice una de las suyas y ocupada en tapar las vergüenzas de Juana Rivas.

Quienes conocen a Lola no la reconocen en lodazales como ése o el del fiscal Stampa, pero olvidan que se ofreció incluso para la gran performance política del sanchismo: hizo de albacea del traslado en helicóptero de Franco desde el Valle de los Caídos a Mingorrubio, en una escena que reclamaba la presencia de José Sazatornil y el guion de Berlanga más que la solemnidad artificial que le puso al Gobierno del «No pasarán… vergüenza».

En los mentideros se especulaba mucho con su salida de la Fiscalía General del Estado. Y mucho más con las sospechas, infundadas o no, de que Garzón ha aprovechado muy bien la estancia de su querida Lola en ese puerto tan empinado. Este martes anunció su marcha.

Sean ciertas o falsas todas las cosas que de ella se dicen y a ella se achacan, una sí es indudable: aquella mujer emancipada y empoderada que empuraba fundamentalistas y narcos es, a ojos de la opinión pública, una vulgar rider de los paquetes de Sánchez. Unos los entrega a la dirección señalada y otros, directamente, se los come.

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