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Yolanda Díaz y Pablo Iglesias en un evento en MadridGTRES

La crónica política

Las intrigas de Pablo Iglesias irritan a Yolanda Díaz: «¿Pero no dejó la política?»

La intensa actividad mediática y política que viene desplegando el exlíder de Podemos ha enfriado la relación entre ambos, en un momento crucial para la gallega. La desconfianza es mutua

Escribe Sun Tzu en El arte de la guerra, un libro de estrategia bélica –y política– que Pablo Iglesias tiene en su mesilla: «Si estás en superioridad de diez contra uno, rodea al enemigo. Si es de cinco a uno, atácale. Si es de dos a uno, divídele».

Yolanda Díaz ha intentado esto último para anotarse la victoria en la convalidación del real decreto ley sobre la reforma laboral; dividir la entente entre ERC y Bildu, atraerse a Esquerra, conseguir que el bloque Frankenstein siga respirando aunque sea con cinco diputados menos.

Pero el jueves llegó el mazazo. Ambas formaciones, junto con el BNG y la CUP, emitieron un comunicado que sonó a ultimátum para la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo: que no cuente con ellos –suman 21 escaños– si la reforma laboral no es modificada en una posterior tramitación parlamentaria como proyecto de ley.

El día elegido por Gabriel Rufián y sus socios no fue casual. El portazo en la cara de Díaz se produjo 24 horas después de que ésta se hubiera desplazado a Barcelona para reunirse con los responsables de UGT y Comisiones Obreras en Cataluña, así como con el propio consejero de Empresa y Trabajo de la Generalitat, para desencallar el acuerdo. La respuesta de Esquerra vino en diferido. Y por escrito.

Díaz se encuentra en un momento crucial de su trayectoria política, cuando no directamente crítico. En ese viaje relámpago a la Ciudad Condal paseó del brazo de Ada Colau por las calles, sonriendo, haciéndose fotos. En definitiva, aparentando una tranquilidad y seguridad que no tiene.

Que la líder mejor valorada tenga que recorrer más de 600 kilómetros para encontrar un hombro amigo refleja la situación que vive en Madrid. Cada vez más alejada de Ione Belarra e Irene Montero, es sintomático que hoy el ministro con el que mayor y mejor relación tiene sea Alberto Garzón.

Lo es porque, en 2019, Díaz rompió su carné de militante de Izquierda Unida precisamente por sus discrepancias con Garzón. Él defendía la abstención de Unidas Podemos en la investidura de Pedro Sánchez tras las elecciones de abril; Iglesias y Díaz, por el contrario, apostaban por ir a unas nuevas generales, como así acabó sucediendo.

En mayo, cuando la titular de Trabajo fue designada candidata virtual a la Presidencia por el dedo plenipotenciario de Iglesias, Garzón evitó aplaudir públicamente la decisión. Se limitó a señalar que, cuando llegara el momento, serían los miembros de la coalición quienes tendrían la última palabra.

La incomodidad de Díaz

De aquello hace apenas nueve meses. Hoy, el acercamiento de la política gallega a Garzón es directamente proporcional al distanciamiento de Iglesias. La intensa actividad mediática y política que viene desplegando el exlíder morado desde septiembre tiene a Díaz y su equipo muy molestos. «¿Pero Pablo Iglesias no dejó la política?», se preguntan de forma retórica, sin ocultar su incomodidad por la presencia permanente del que fuera vicepresidente de Derechos Sociales.

Resulta evidente que no. De hecho, Iglesias está más presente que nunca. El pasado fin de semana fue él quien marcó el paso de su partido respecto a la crisis de Ucrania, desatando asimismo un enfrentamiento dentro del Gobierno entre ambos socios. Al acusar a la ministra de Defensa, Margarita Robles, de dejarse llevar por un «fulgor militarista».

Y todo ello mientras Díaz estaba confinada en casa. Para cuando volvió a la palestra y afirmó rotunda «la voz del Gobierno es la del presidente Pedro Sánchez» ya era demasiado tarde.

Quien tuvo retuvo

Iglesias está perfectamente informado de todo lo que se cuece en el Gobierno y en el grupo parlamentario, y sigue siendo el gran referente para los suyos. Incluso cuando vaticina que las elecciones generales no van a ser a finales de 2023, sino antes que las municipales y autonómicas. O incluso en 2022.

El exlíder de Podemos mantiene contactos habituales con el secretario de Estado para la Agenda 2030, Enrique Santiago (a su vez líder del PCE); con el presidente y el portavoz del grupo parlamentario de Unidas Podemos en el Congreso, Jaume Asens y Pablo Echenique, respectivamente; y con su sustituta al frente del partido, Ione Belarra. Entre otros.

Tan enterado está que sabe antes que nadie en su partido qué dan los barómetros del CIS de José Félix Tezanos. Él mismo se delató el miércoles al hacerse público por error un mensaje que había enviado por Telegram. Que es, por cierto, la red de mensajería que utilizan siempre los morados porque considera que es mucho más segura que Whatsapp.

Y lo que es más: no tiene filtro porque él mismo ha asegurado que ahora que ya no tiene un cargo público puede «decir la verdad». El problema es que, aunque diga que habla como «ciudadano Pablo Iglesias», sus opiniones son como un martillo percutor para Yolanda Díaz.

La desconfianza se ha instalado entre ambos, y es difícil disiparla

En el entorno de la vicepresidenta segunda hay quienes sospechan que Podemos se alegraría de que la ministra de Trabajo fracasara en su intento de aprobar la reforma laboral con las izquierdas y tuviera que comerse el sapo de Ciudadanos. Una teoría que prueba la desconfianza existente, pero descabellada, no obstante. Porque con la ruptura del bloque Frankenstein pierde Díaz, pero también pierde Unidas Podemos como socio minoritario venido, aún, a menos.

Sea como fuere, la desconfianza es mutua. Los morados recelan desde hace meses de la plataforma electoral que quiere lanzar Díaz, un proyecto que ella anuncia «transversal» y de amplio espectro. Que ocupe no solo el espacio a la izquierda del PSOE, porque eso sería relegarlo a un rincón «marginal», según ella misma.

Una plataforma que la ministra de Trabajo mantiene en stand by a la espera de que se resuelva el rompecabezas de la reforma laboral. Aunque ya le ha advertido Rufián que si finalmente sale con los votos de Cs, el «coste» para ella en el medio y largo plazo puede ser «muy grande».