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Ilustración de Pablo Casado

Ilustración de Pablo CasadoPaula Andrade

El perfil

Casado, el presidente del Gobierno que se quedó en el camino

Hace apenas un mes estuvo a punto de provocar elecciones anticipadas con los mejores pronósticos. Hoy, incrédulo, agota sus últimas horas al frente del PP, pero con el epílogo de su trayectoria aún pendiente de escribir

Pablo Casado (Palencia, 1 de febrero de 1981) podría estar hoy mismo preparando las Elecciones Generales anticipadas, con casi todo a favor para llegar a La Moncloa y acabar con cuatro años de larga travesía del desierto en el PP desde que, en 2018, Sánchez llegara a la presidencia con una moción de censura y él se vistiera de tuareg para cruzar la inmensidad de polvo y arena que le esperaba, pertrechado con una cantimplora con poca agua y una mochila repleta de esperanzas.

Eso hubiera ocurrido de haber apretado el botón correcto el diputado Alberto Casero o de haberle permitido rectificar Meritxell Batet, responsable indirecta del homicidio político de Casado a título lucrativo para Sánchez: el rechazo a la reforma laboral hubiera hecho saltar por los aires, muy probablemente, a un Gobierno de coalición sustentado en el interés y fabricado a jirones.

Apenas un mes después, sin embargo, aquel joven brillante, locuaz, algo agitado y gran orador que sedujo por igual a Aznar que a Aguirre, vuelve al mismo desierto para hacer el camino de vuelta sin haber alcanzado el oasis, repudiado por sus compañeros y con un pesado equipaje de frustración, pena e incredulidad.

Para entender el adiós de Casado, no basta con quedarse en los fotogramas de sus últimos días, escritos a ritmo de Idus de marzo y rematados con el asesinato de Julio César, el fin de la República y el comienzo de Imperio Romano.

Tampoco llega con detenerse en el episodio que provocó que, antes de que el gallo cantara tres veces en el alba de Génova, casi todos sus apóstoles se pusieral el disfraz de Judas o de Pedro y renegaran de su profeta para buscar silla en la mesa del nuevo Mesías.

Su pulso contra Isabel Díaz Ayuso, gestionado con torpeza suicida durante meses, no es suficiente para comprender por qué Casado era Ragnar pero acabó tratado como Jeoffrey pese a tener más de buen vikingo que de mal heredero al trono genovés.

Hay que irse más atrás, a aquel verano de 2018 en que el PP permanecía en el diván y se sometió al tratamiento de choque de unas Primarias ganadas por el candidato inesperado: el trauma del desalojo de Rajoy provocó un enfrentamiento tremendo por su herencia que disuadió a Feijóo de lanzarse al barro y limitó las opciones a dos viejas enemigas, Soraya y Cospedal, dispuestas a todo por hacerse la zancadilla definitiva.

En esa carrera irrumpió Casado como tercera opción para resolver el combate y entregarle a Cospedal la victoria parcial de frenar a la exvicepresidenta a cambio de cederle a él los laureles del triunfo.

En la primera vuelta de aquel exorcismo colectivo Casado quedó segundo con un 34 % de los votos y, en la segunda, venció a Soraya con un 57 % de las papeletas, tantas de ellas prestados, que explican buena parte de sus dificultades posteriores: nunca fue aclamado y, por ello, nunca tuvo la autoridad orgánica imprescindible para ser indiscutible en un partido de oposición.

Nada que no cure una victoria electoral, como demuestra su némesis, Pedro Sánchez, cuyos inicios no se entienden sin el préstamo interesado de los avales de Susana Díaz para echar a la cuneta a Madina y poner a un segundón a guardarle el cetro mientras ella remataba su trabajo en Andalucía. Sin contar con que, una vez nombrado general, Sánchez jamás renunciaría ya a los galones.

Casado, con dos carreras, dos hijos y un amor, su esposa Isabel Torres de la saga empresarial que un día fabricó en España los Palotes y los chicles Cheiw; es hijo de médico y profesora; estudió el último curso de EGB en Inglaterra; es castellanoleonés de corazón, ilicitano de adopción y madrileño de ejercicio.

Siempre fue el chico brillante de Nuevas Generaciones que levantaba de las sillas a los más cafeteros con sus discursos contra Fidel o sus citas económicas a Hayek y políticas a Suárez, uno de sus grandes referentes: como él, se ha sentido preso de una asonada interna que le ha apartado de un destino luminoso que parecía suyo.

Tras aquello, el líder de la UCD perdió la presidencia pero se ganó un rincón en la historia que, quién sabe, quizá tenga reservado un hueco para alguien cuyo epílogo no está aún escrito: si alguien cree en la resurrecciones, es precisamente un devoto.

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