Entrevista con José Manuel Otero Novas
«Ante las nuevas tendencias, en vez de un Hitler o un Stalin, tendríamos que conseguir otro Antonio Maura»
Abogado del Estado y dos veces Ministro –de Presidencia y Educación– con Adolfo Suárez, José Manuel Otero Novas es uno de los mayores expertos en la Transición. Ejerce, además, de agudo analista del zeitgeist; de estos tiempos recios en los que, pese a todo, está naciendo un nuevo mundo
Otero Novas, Vigo, 1940, es un prodigio de lucidez y fineza intelectual que aúna una carrera política de primerísimo nivel con una profunda formación humanística. La experiencia e inteligencia de don José Manuel le sirve a él y a sus lectores para iluminar el pasado; también para adivinar –en la medida de lo posible–por donde transitará el futuro.
–¿El Orden Constitucional está en peligro?
–Hay algunas fuerzas políticas que quieren cargárselo. Sueñan con volver a lo que ellos consideran que es su paraíso perdido de la Segunda República.
–Entonces, ¿cuál es, a su juicio, el mayor peligro que acecha a la Constitución?
–El problema secesionista. La dinámica de las últimas décadas, en la que a las reivindicaciones de la periferia siempre se contesta concediendo la mitad de lo que piden, nos conduce al desastre.
–Usted, que tuvo un papel relevante en la Transición, ¿podría explicarme qué fue exactamente su famoso «espíritu»?
–Son dos cosas muy concretas: una, al consenso; la otra, la reconciliación.
La Transición son dos cosas muy concretas: una, al consenso; la otra, la reconciliación
–¿El consenso con quién?
La Transición las consensuamos, primero, con el régimen anterior. La ley para la reforma política la aprobó el Consejo Nacional del Movimiento y las Cortes de Franco. Primero hicimos un consenso con los anteriores y, al mismo tiempo, fuimos haciendo el consenso con las nuevas fuerzas que vinieron.
–¿La Constitución como acta notarial?
–Digamos que sí, que es el acta notarial de los consensos que antes fuimos estableciendo. Por ejemplo, la Constitución fue después de las primeras elecciones, que fueron después de la legalización de todos los partidos, que a su vez fue después de la legalización de todos los sindicatos y ello después, a su vez, de la ley electoral, que también las consensuamos con todas las nuevas fuerzas.
–Y de colofón, el referéndum.
–Hicimos primero el consenso con todos, y después lo pasamos al referéndum del pueblo español. Hicimos dos referéndums y ganamos los dos casi por unanimidad. Primero, el camino de la Reforma y luego el resultado de la Reforma, que fue la Constitución.
Más allá de bandos
–¿Y qué fue la reconciliación?
–Logramos establecer un acuerdo de reconciliación entre los que hicieron la guerra civil y sus descendientes en los dos bandos. Fue un acuerdo emocionante, sobre todo en la izquierda, que fue la que más habló de la reconciliación.
–¿Consistió en un acuerdo de olvido?
–No, fue un acuerdo de no utilizar políticamente la guerra civil; eso fue el acuerdo de reconciliación, y lo cumplimos las dos partes.
–¿Podría describirme cómo era el escenario político y social en aquellos años?
–Sabíamos que el pueblo español no quería volver a la guerra civil. Nuestro análisis, por lo menos estoy hablando del análisis de Adolfo Suárez y del mío, era que, si en la muerte de Franco aceptábamos la posición de ruptura que patrocinaba el Partido Comunista, inicialmente también patrocinado por el PSOE y las democracias cristianas, entonces dejábamos todo al albur inevitable del búnker.
Si el búnker manda, tenemos la dictadura de Franco, pero no la dictadura de 1975. Franco fusiló a cinco personas en el año 1975, pero Franco había dejado de fusilar en 1950. El bunker carecía de la autoridad de Franco. No tendrían más remedio que volver a la dureza inicial. No digo que a la de 1939, pero por lo menos a la de 1950 habrían tenido que volver. Si el régimen se cierra, no puede durar y entonces vamos, otra vez, a la revolución y la guerra civil.
Fue un acuerdo de no utilizar políticamente la guerra civil; eso fue el acuerdo de reconciliación, y lo cumplimos las dos partes
–¿Este análisis era exclusivo de los que estaban dentro, en el motor de la operación política, o lo hablaban también con gente de fuera?
–Yo tuve reuniones con el PSOE, con el Partido Comunista, con mucha gente, y los convencimos. Y gentes de fuera de España también nos ayudaban a convencerlos, porque Billy Brandt no quería una España muy a la izquierda. Yo hablé con él, pero sobre todo con los americanos.
–EE.UU. y Alemania Federal no querían la legalización del PC.
–Y eso que los dos países entonces estaban dirigidos por izquierdistas. En Alemania era el canciller Schmidt. Y en Estados Unidos, Carter. Mis contactos eran con la Fundación socialdemócrata, la Fundación Friedrich Ebert, que eran una gente magnífica. Yo iba a comer con ellos y me decían «pero José Manuel, ¿acaso Alemania Federal no es una democracia?». Y yo les decía «hombre, sí, claro». «Pues nosotros tenemos al Partido Comunista fuera de la ley». Ese era su argumento, y de ahí no lo sacamos. Entonces también trabajábamos a los Estados Unidos, y decían que no.
Legalización del PC
–¿Cuándo se produjo el cambio decisivo?
–Una noche me llaman de Washington y me dicen que lo comprenden. Desperté a Suárez. No es que pidiéramos permiso, pero naturalmente en la Transición sólo nos faltaría pelearnos con los Estados Unidos y con Alemania... O sea, los Estados Unidos y Alemania sí deseaban que fuéramos a la democracia, pero tampoco querían legalizar al Partido Comunista.
–¿Porque ustedes insistieron tanto en legalización del PC?
–Había bastante gente en España que creía que había que legalizar el Partido Comunista. Por ejemplo, la Conferencia Episcopal. En España, durante el franquismo, cuando se hablaba del partido, todo el mundo sabía que era el Partido Comunista. La oposición a Franco, la seria, la que le preocupaba al régimen, era la del Partido Comunista. En la clandestinidad lo movían todo, pero nosotros creíamos que lo movían en círculos concéntricos, que no había tantos comunistas. Calculábamos que ocurriría lo que al final ocurrió.
–¿Y el PSOE qué pensaba?
–También querían legalizar al Partido Comunista. Si no se legalizaba, sabían que serían su rehén. El PC, fuera de la legalidad, conduciría al PSOE a ser mucho más radical.
Los Estados Unidos y Alemania sí deseaban que fuéramos a la democracia, pero tampoco querían legalizar al Partido Comunista
–¿De dónde procedían las convicciones democráticas de esos escasos demócratas iniciales?
–Antes de 1945, en Europa nadie podía presumir de demócrata. La democracia no estaba de moda; estaba vituperada hasta tal punto que, en el continente europeo, solo Suiza y el Reino Unido no cayeron en dictaduras. En ese tiempo todas las demás naciones de Europa fueron dictaduras. Francia, Bélgica, Italia, por todas partes…
–Pero todo cambia tras la Segunda Guerra Mundial...
–Los Estados Unidos imponen el ser demócratas e, incluso, el otro gran partner de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética, Stalin, inventan la «democracia popular». La democracia se puso de moda. En España, también. Los aliados no entraron en España y Franco murió cuando murió, pero Franco utilizó el lenguaje de la democracia; era la «democracia orgánica» y el Fuero de los Españoles, que era como la Declaración de Derechos.
Los demócratas, dentro de un taxi
–El bunker, por un lado; marxistas, por el otro… Los demócratas auténticos debían caber dentro un taxi. ¿Cómo triunfó al final una apuesta 100 % democrática?
–Los cuatro demócratas no solamente tenían ideas claras, sino que fueron personas hábiles. Felipe González y Adolfo Suárez fueron personas muy hábiles. Y, naturalmente, contábamos con el pueblo español.
–La gente, el ciudadano de la calle, común y corriente, ¿qué quería?
–La gente quería la paz. La Guerra Civil fue muy traumática. En las casas normales decían: «Mi hijo, nunca más la guerra, nunca más». Había mucha gente que quería la paz, la democracia, la libertad; eso que hay en los otros países. Había ese espíritu, más o menos difuso, pero lo había. Adolfo Suárez era una persona de la calle que tenía eso.
–¿Qué se podría hacer para que ese espíritu de consenso, de reconciliación, volviese a estar vivo en la España de 2022?
–Nosotros cambiamos porque, después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo cambió. Estamos agotando la fase apolínea de la Segunda Guerra Mundial. Los partidos populistas, los delitos de opinión, el negacionismo, todo eso va en la dirección contraria, pero hay que intentarlo. No podemos dejarnos llevar, como a principios del XX, por la dinámica de la otra fase.
Felipe González y Adolfo Suárez fueron personas muy hábiles. Y, naturalmente, contábamos con el pueblo español. Mucha gente quería paz, democracia, libertad; eso que hay en otros países
–¿Qué ideal hay que defender hoy?
–Tenemos que volver a la batalla de la libertad, porque se están creando movimientos que quieren cercenar la libertad. Hoy empieza a no dejarse hablar de ciertas cosas. No es que te metan en la cárcel, pero te machacan.
–¿En qué fase está entrando ahora el mundo?
–El mundo subsiste gracias a que hay ciclos. Vamos de uno al otro. El problema son los extremos. En la última fase dionisíaca, la humanidad se emborrachó y fuimos a los extremos y a la barbaridad. Y, por eso, la reacción apolínea también tendió a ir hacia el extremo. Ahora estamos en el final, creo yo, de lo apolíneo y ante la emergencia de lo dionisíaco, lo cual quiere decir que estamos también en el extremo.
Maura, sí
–¿Qué características dominantes percibe en el momento actual?
–Las características de los períodos dionisíaco son la idea de jerarquía, mérito, esfuerzo, valores, ideales… Es, digamos, la vertiente positiva de lo dionisíaco. La vertiente negativa es el autoritarismo, el belicismo, el desprecio de la compasión. Ante las nuevas tendencias, en vez de un Hitler o un Stalin, tendríamos que conseguir otro Antonio Maura.
Antonio Maura quería jerarquía, mérito, esfuerzo, pero era un demócrata; un hombre culto y respetuoso
–¿Otro Antonio Maura?
–Sí, Antonio Maura quería jerarquía, mérito, esfuerzo, pero era un demócrata; un hombre culto y respetuoso. Puede haber una etapa dionisíaca sin caer en el extremo. Debemos volver al humanismo cristiano. Con el humanismo cristiano podemos trabajar para que la próxima etapa sea decente y en positivo, y que el cambio de ciclo, que cuando toca es inevitable, resulte para bien.