El perfil
Alberto Núñez Feijóo, el Elegido que esperó cuatro años su trono
El primer puesto político de Feijóo data de 1981, cuando Naranjito calentaba en la banda y llegar a Galicia por Piedrafita empataba en dureza con las expediciones antárticas de Amundsen. Y el último será, si nada se tuerce, el Gobierno de España
Cuenta la leyenda que Alberto Núñez Feijóo (Orense, 10 de septiembre de 1961) se sacó unas oposiciones en el milagroso plazo de solo tres meses, sin las dificultades que ha tenido para lograr, por aclamación, un puesto que ya le parecía reservado desde hace años al frente de PP.
Los gallegos, y quienes intentamos serlo sin éxito desde hace medio siglo, tienen un dicho que describe por qué Feijóo ha tardado tanto en llegar a un destino escrito de antemano y demorado por las circunstancias: «Outra vaca no millo».
Las vacas fueron, en 2018, Soraya Sáenz de Santamaría, Dolores de Cospedal y Pablo Casado; y el maíz que pastaron era el propio PP, sometido a una disputa interna para presidirlo tras la caída de Rajoy con una moción de censura homicida que dejó al partido sumido en un trauma que aún le mantiene tendido en el diván.
Casado ganó entonces, con audacia, pero dejó en el aire la sensación de que se había colado un poco en una fiesta ajena para pinchar una música que no tocaba
Aquel parecía ya el momento de Feijóo, de quien se dice tenía incluso preparado su discurso sucesorio, pero una combinación de fatalidades, silencios y tal vez conspiraciones le hizo recular y aplicarse la receta que Castelao, con quien comparte un peculiar parecido borroso, prescribía en «Nós», un delicioso álbum de 49 estampas gallegas que el futuro presidente popular conoce una a una: «En Galicia no se pide nada. Se emigra».
Y eso hizo Feijóo, para volverse a su tierra sin haber llegado del todo a Madrid, donde la pelea en el barro de Soraya y Dolores, la apuesta de Rajoy por su vicepresidenta y el revuelo creado espantó a El Elegido, retrasó un cuatrienio su desembarco tranquilo, sin las tensiones invasionistas de los vikingos en Catoira y dejó el camino expedito a un outsider ahora echado a la cuneta tras un enfrentamiento con Ayuso que hizo aflorar un problema mayor: Casado ganó entonces, con audacia, pero dejó en el aire la sensación de que se había colado un poco en una fiesta ajena para pinchar una música que no tocaba.
El futuro presidente del PP sabe esperar: lo hizo para casarse y tener descendencia a los 55 años; para conocer a la mujer de su vida, la elegante, discreta y autosuficiente Eva Cárdenas; para encabezar al PP gallego tras superar los recelos iniciales del patrón Fraga; para aparecer en los carteles electorales tras trienios en puestos relevantes, pero grises como el Insalud o Correos y para presidir un partido que en Galicia, con él al frente, ha logrado cuatro mayorías absolutas que ya quisiera el PSOE andaluz de los buenos tiempos.
El abrumador respaldo que este orensano de aldea y cuna humilde va a tener en el PP quizá le haga sentirse como Julio César, pero su Rubicón para llegar a Roma desde sus Galias serán las Elecciones Generales de 2024, si no hay sorpresa, y antes las andaluzas y las autonómicas de 2023.
Feijóo tiene ante sí un reto mayúsculo que pude convertirle en Sísifo arrastrando una piedra eterna o en Ulises llegando a Ítaca
«Malo será», pensará con ese sentidiño y esa tranquilidad tan gallegos que lo mismo les sirve para recibir un premio de la Primitiva sin perder el oremus que para faenar en el Gran Sol con olas de siete metros sin pedir un rescate.
Pero lo cierto es que Feijóo, un poco ahijado político de todas las dinastías populares desde Romay Beccaría y un mucho de ninguna de ellas, tiene ante sí un reto mayúsculo que pude convertirle en Sísifo arrastrando una piedra eterna o en Ulises llegando a Ítaca.
Devolver el Gobierno al PP, entenderse con VOX sin perder el centro, explicar las diferencias abismales entre el integrador galleguismo y el nacionalismo rupturista o sobrevivir al quintacolumnismo sanchista que actúa en España como la aviación de Putin en Ucrania no son retos sencillos ni siquiera para alguien acostumbrado a ganarlos todos.
El primer puesto político de Feijóo data de 1981, cuando Naranjito calentaba en la banda y llegar a Galicia por Piedrafita empataba en dureza con las expediciones antárticas de Amundsen. Y el último será, si nada se tuerce, el Gobierno de España.
«Home pequeno, fol de veneno», dice la sabiduría popular gallega para alertar a su paisano de lo que se va a encontrar en Madrid: mucha gente diminuta, al servicio de Sánchez, cargada hasta las trancas de curare y cianuro esperando la orden de envenenar. Pero él, siempre hasta ahora, ha sabido tener todos los antídotos de su parte.