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Cuca GamarraPaula Andrade / El Debate

El Perfil

Cuca Gamarra, la cosecha riojana del 74 que vale para todo en el PP

Dura y dialogante; corredora de maratones y comensal agradecida; la próxima secretaria general del PP es capaz de seducir a la vez a Soraya, Casado y ahora a Núñez Feijóo

Concepción Gamarra Ruiz-Clavijo (Logroño, 23 de diciembre de 1974), más conocida por Cuca, hace honor al hipocorístico cariñoso que le puso su tío José Antonio cuando la vio arrancarse a andar con 10 meses y apenas tres palmos sobre el suelo: «Qué cuca», dijo ya para la posteridad, aunque en la intimidad familiar es más fácil que la llamen Conchita, como su madre y su abuela, la persona que más la influyó en su vocación política.

Cuca es mujer de andar por casa, tanto como para ser una experta en hacer alpargatas y en cocinar con solvencia platos de su tierra; pero también dispone de ese fino olfato político, tan cuco él, para ser la primera en unas cuantas cosas y entender por dónde soplan los vientos para navegar desde la proa.

Gamarra, licenciada en derecho por Deusto, moderna y perrera; fue la primera mujer en llegar a la alcaldía de su Logroño natal, pero también la más joven y la más votada de la historia logroñesa: con solo 36 años, obtuvo 17 de los 27 concejales de la Corporación. Y a nadie le sorprendería que acabara de presidenta de La Rioja, si vence la resistencia extraña de una parte del PP regional; Feijóo se lo pide y ella lo acepta.

Porque al igual que ése puede ser su destino, puede serlo cualquier otro: ahora mismo es la coordinadora general del PP, la cara y la voz del vacío que dejaron Casado y Egea mientras llena el hueco el presidente de la Xunta de Galicia, que sigue contando con ella para todo.

No es de extrañar: quienes la conocen destacan su carácter metódico, su fuerza inagotable y su capacidad para librar guerras y firmar armisticios sin maximalismos. Lo mismo se inventa un apodo para el presidente, «Paro Sánchez», que defiende la celebración del 8M una semana antes del confinamiento total de España o se distancia, durante el cautiverio, de las caceroladas organizadas contra el líder del PSOE.

En el inminente PP sobresalen dos nombres, presidente celta aparte: el valenciano Esteban González Pons, secretario general si no media sorpresa mayúscula; y Juanma Moreno, el andaluz que mejor ha demostrado cómo vencer al PSOE en su terreno y cómo anular las melodramáticas «alertas antifascistas» activadas por malos perdedores con mucha bilis.

Soltera, devota de sus sobrinos mellizos, Candela y Mario, y de su bichón maltés Oliver; es feminista sin alaridos y admiradora de Thatcher

Pero al lado de los tres, a nadie le sorprendería que apareciera Cuca Gamarra, un mano de hierro en guante de seda que bien podría seguir siendo la portavoz popular en el Congreso o cualquier otra misión de campanillas.

No ha habido líder del PP que, más allá de los orígenes de Gamarra, no se haya dejado seducir por su capacidad: fue sorayista cuando se marchó Rajoy; casadista cuando la «tercera vía» se impuso mientras Soraya y Cospedal se batían el cobre y será feijoísta cuando toque.

Y en ninguno de los tres casos será por simple interés ni por tendencia al cambio de chaqueta: los que se mueven son los demás y ella, estando en el mismo sitio, acaba recibiendo a todos.

Corredora de fondo

Su nombre se hizo célebre para el gran público cuando, hace casi dos años, sustituyó a Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz popular en el Parlamento, uno de los puestos más visibles de la oposición pero, también, uno de los más expuestos al examen público.

Relevar al torrente hispano-argentino no era fácil. Y demostrar que se puede ser muy crítico con el sanchismo sin volar todos los puentes, tampoco. Y ella lo ha logrado con la teoría del «palo y la zanahoria» que debe caracterizar a un partido de Gobierno con sensibilidad de Estado.

No todo el mundo lo ha entendido, según esa extraña doble acusación que el PP ha soportado casi desde la moción de censura de 2018: para el Gobierno, ha sido una derecha radical intratable; para los más cafeteros de la derecha, una congregación de hermanitas de la caridad con la misma ferocidad que un koala.

Que se lo digan a la vicepresidenta económica, diana de más de treinta preguntas parlamentarias de Gamarra que harían más llevadero un dolor de muelas para Nadia Calviño.

Soltera, devota de sus sobrinos mellizos Candela y Mario y de su bichón maltés Oliver; feminista sin alaridos y admiradora de Thatcher; la mayor de tres hermanos con los que comparte vermú sagrado cada fin de semana en Logroño en compañía de don Alfonso y doña Concha, sus padres; es capaz de acabar con media huerta riojana y, a la vez, meterse entre pecho y espalda cinco maratones y un número ya incontable de medias maratones que la retratan como pocas cosas.

Es corredora de fondo, devora millas reales y políticas tirando más de cabeza que de piernas, y siempre llega a la meta. Y allí, para relajarse, quizá se ponga de nuevo uno de los himnos de su vida, el célebre «Vértigo» de sus amados U2, una de sus pasiones junto a las playas de Cádiz, los viajes por medio mundo, la feria de Jerez y el vino, de La Rioja claro, ése que se fabrica con la paciencia y el mimo que Cuca, Conchita, le pone a la vida mientras espera un nuevo capítulo en la historia del PP, de la que ella formará sin duda parte.