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Lu Tolstova

La crónica política

La inflación y el estallido de la calle ponen a Pedro Sánchez contra las cuerdas

Flota en el ambiente político una sensación de momento crítico, con el presidente noqueado y un socio que cada vez con más frecuencia se sitúa no en su esquina del ring, sino en la de enfrente

Un viernes caluroso de julio, después de una Conferencia de Presidentes en Salamanca, a Pedro Sánchez se le ocurrió hacerse carne entre los mortales. Así que se sentó en una terraza de un bar de la pequeña localidad de Calvarrasa de Arriba a hablar con unos cuantos parroquianos. Todo muy espontáneo.

Acababa de incorporar a su nuevo jefe de Gabinete, Óscar López, tras la salida de Iván Redondo. Y López pensó que había llegado el momento de humanizar al presidente. Así lo contaron las crónicas del momento: Sánchez iba a pisar la calle de entonces en adelante para escuchar los problemas de los españoles.

Pedro Sánchez, en CalvarrasaEP

La estrategia monclovita duró poco, porque en agosto el precio de la electricidad empezó a batir récord tras récord, se encarecieron también los carburantes y la cesta de la compra y el descontento fue anidando en la sociedad. Ya no era tan recomendable que Sánchez se paseara por la España real.

Llegó el otoño y, con él, las primeras señales en la calle. Los trabajadores del metal en Cádiz, la gran manifestación de policías y guardias civiles, el campo. Pero Sánchez consiguió taponar las vías de agua. Solo temporalmente.

Hasta ahora en que la inflación salvaje y el empobrecimiento de las clases trabajadoras han provocado un cráter gigantesco en el Gobierno. Uno al que el presidente no quiere asomarse más de la cuenta para no caer en él, pero al que no le va a quedar más remedio que mirar de frente.

«Ya hemos afrontados otras crisis», recordó la portavoz del Ejecutivo, Isabel Rodríguez, el martes tras el Consejo de Ministros, sobre todo en alusión a la pandemia. Sin embargo, hasta los gatos tienen un límite de vidas, por muchas veces que caigan de pie.

Estos días, Redondo va recordando por lo bajini a algunos periodistas lo que él ya pronosticó en octubre: la inflación puede ser la criptonita de Pedro Sánchez el resiliente y la vía de entrada del PP de Alberto Núñez Feijóo al Gobierno. Ya nadie se acuerda de los Fondos Next Generation ni de su reforma laboral. El encarecimiento de la cesta de la compra se lo ha comido todo.

La gasolina de la calle

Pedro Sánchez, en una visita a EslovaquiaEFE

De momento, la inflación ya está siendo la gasolina de la calle en el inicio de una primavera que trae reminiscencias del 15-M de 2011, salvando las distancias. Entonces eran la izquierda y los sindicatos los que espoleaban la calle. Ahora son el PP y Vox los que se suman a protestas como las protagonizadas este fin de semana por el mundo rural.

«El problema es el precio de los carburantes, y ante eso…», señaló encogiéndose de brazos el ministro de Agricultura, Luis Planas, el martes al término del Consejo de Ministros.

Ese encogimiento de brazos es la viva imagen de un Gobierno que se muestra impotente, sentado a esperar que el Consejo Europeo del jueves y el viernes obre un milagro: acceder a desligar el gas del precio de la electricidad, cosa que probablemente no va a pasar. Es lo que van mascullando ya en el Ejecutivo.

¿Y si efectivamente no pasa? «Entonces… ojalá acertemos en las medidas», señala una ministra del ala socialista con más fe que convencimiento. De entre las opciones que tiene sobre la mesa el Gobierno, la que va cobrando fuerza es la de las ayudas directas, más que una bajada generalizada de impuestos.

Los bonos ralentizarían los trámites

Pero Ignacio Ruiz-Jarabo, quien fuera director de la Agencia Tributaria, explica a El Debate que los bonos a sectores más afectados y colectivos vulnerables supondrían mayor carga burocrática y «ralentizarían» mucho la solución. Hay que recordar los problemas que tuvo en su despliegue el ingreso mínimo vital, y los que sigue arrastrando.

De momento lo único claro es que, pese a la presión y el desgaste, Sánchez sigue empeñado en posponer su plan de medidas hasta el Consejo de Ministros del 29 de marzo. Y que cada día que pasa es un suplicio. Con errores no forzados –que dirían en tenis– como el de criminalizar a los transportistas que han parado sus camiones esta semana, acusándolos de ultraderechistas. Hasta el portavoz de Unidas Podemos en el Congreso, Pablo Echenique, reconoció el viernes que los problemas de esos sectores son «reales» y que el Gobierno debe resolverlos.

Transportistas en una marcha lenta por CádizEFE

Momento crítico

Flota en el ambiente político una sensación de momento crítico de la legislatura, con el presidente contra las cuerdas y un socio de Gobierno que cada vez con más frecuencia se sitúa no en su esquina del ring, sino en la de enfrente.

Ya sea con el aumento del gasto en defensa, exigiendo nuevos impuestos para el sector energético o poniendo el grito en el cielo después de que Sánchez decidiera el viernes, por sorpresa, asumir el plan de autonomía de Marruecos para el Sáhara. Un as que sacó de la manga para ocultar el fiasco de su reunión con Olaf Scholz y, sobre todo, para destensar las relaciones con Mohamed VI en plena guerra en Europa. Lo que menos necesita el presidente ahora es un problema con el vecino del sur.

Podemos no quiere inmolarse con Sánchez y Sánchez da por amortizado a Podemos y busca achicar su espacio cada vez más. No fue una deferencia hacia la ministra de Igualdad, Irene Montero, que hace un par de semanas el presidente decidiera presentarse por sorpresa en el acto institucional organizado por el Ministerio con motivo del 8 de marzo. Más bien fue a hacerle luz de gas.

Y en ésas, da la sensación de que el Gobierno se ha convertido en un campo de minas en el que una mala pisada en cualquier momento puede hacer que todo salte por los aires. Pablo Iglesias lleva meses apostando a que las elecciones generales serán antes de las autonómicas y municipales de mayo de 2023.