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Almeida, el alcalde de todosPaula Andrade

El personaje de la semana

Almeida, el alcalde de todos

Sometido a un calvario por sus enemigos, el alcalde más atlético sobrevive a las insidias y ataques con las herramientas que le hicieron saltar de la discreta segunda fila a la delantera titular de la política española

José Luis Martínez Almeida (Madrid, 17 de abril de 1975) se convirtió en «caza mayor» cuando aceptó unir a su cargo institucional, el de alcalde de la capital, la portavocía del PP de Pablo Casado. Se puso entonces bajo unos focos que dejaron de apuntarle para verle bailar desde Cibeles y tornaron en bazookas con arsenal infinito.

Él lo sabía y lo aceptó desde esa máxima que le ha llevado, desde que se afiliara al PP con solo 18 años, a asumir los variados encargos encomendados, casi siempre en la retaguardia técnica, donde su formación como Abogado del Estado y su perfecto conocimiento de la Administración Pública le hacían el escudero imprescindible de los primeros espadas.

Quien primero vio esas virtudes fue Esperanza Aguirre, su gran mentora: ella le hizo Director General de Patrimonio y luego secretario del Consejo de Gobierno, dándole galones de «controller» del Ejecutivo regional más dinámico, pero también más controvertido, que tuvo nunca la Comunidad de Madrid hasta la llegada de Isabel Díaz Ayuso.

A Aguirre, tras pasar por las divisiones jurídicas de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales y Desarrollo Empresarial y de la AIREF, la acompañó en su salto al Ayuntamiento de Madrid que zanjó la carrera de la lideresa, aupó a Manuela Carmena gracias al PSOE de Antonio Miguel Carmona y abrió una travesía del desierto en el PP con Almeida de tuareg buscando el oasis tras relevar al teórico sucesor natural, Íñigo Enríquez de Luna, hoy en las filas de VOX.

Almeida supo transformar una misión provisional, la portavocía en la oposición municipal, en un reto definitivo del que salió ganador: hizo «ticket electoral» con Ayuso, cuando ambos eran unos desconocidos para el gran público, y alcanzó la alcaldía con el mismo tesón que se gasta el Atlético de Madrid de su alma.

La pandemia, o la manera de gestionarla, le hizo célebre en toda España: al rigor en la gestión de sus competencias le añadió el corazón y la sonrisa necesarios para ofrecer, además de mascarillas y restricciones, un poco de esperanza.

Ahí alcanzó el pico más alto de popularidad y empezó también a conocer el peligro de las curvas del descenso, con la izquierda política y mediática lanzándole pedradas desde la cuneta y su propio partido sumido en una extraña batalla interna que terminó con Casado en la escombrera.

Hizo «ticket electoral» con Ayuso, cuando ambos eran unos desconocidos para el gran público y alcanzó la alcaldía con el mismo tesón que se gasta el Atlético de Madrid de su alma

El «pelotazo» con las mascarillas de Luceño y Medina, dos más de tantos listos pandémicos y no una horrible excepción, terminó por confinar al alcalde en un calvario bien distinto a los que conoce a la perfección por su amor hacia las Semanas Santas de Madrid y Málaga: en éste todo acaba en Resurrección; en el suyo han querido detener la secuencia en la crucifixión para llevárselo por delante.

Algo insólito por dos razones poderosas: él es la víctima, y no el cómplice de las tropelías de un par de pijos, pero el caso se ha explotado sin tener en cuenta esa evidencia y tapando otros ejemplos en los que sí se detectan nubarrones en la gestión de dirigentes del PSOE, con el ministro Illa o el presidente Sánchez concernidos. Pese a ese martirio, lo que más le preocupa al primer edil no son los palos que recibe él, sino los que se llevan sus colaboradores en el viaje.

Almeida, un Abogado del Estado que no necesita la política para vivir, ha perdido peso, sonrisas y amigos políticos en esta última etapa del viaje. Y hay quien le ha escuchado preguntarse si merecía la pena tanto sufrimiento.

Pero como buen cristiano que es el pequeño de seis hermanos, criados por Rafael Martínez-Almeida y León y Castillo y por Ángela Navasqüés Cobián en los valores católicos cercanos al Opus, sabe que tras la penitencia llega la redención.

Soltero, divertido, gran jugador de golf, seriófilo empedernido y admirador de Kennedy, quizá lo que más defina a Almeida sea la letra de su himno favorito, el legendario Brother in arms de los Dire Straits: «Pero está escrito en la luz de las estrellas, y en cada línea de la palma de tu mano. Somos tontos por hacer la guerra contra nuestros compañeros de armas».

Y él, que de tonto no tiene un pelo, sabe que le quedan por delante muchos conciertos y muchas canciones aún que corear.