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Tercio 'Gran Capitán' 1 de la LegiónEuropa Press

Crónicas castizas  El falsificador

Su turbulenta vida universitaria le pasó factura y unos simpáticos policías militares forzudos se hicieron cargo de él en el patio del Tercio para llevárselo a una unidad de castigo en el regimiento Tetuán 14

Había tenido una vida intensa. Cuando escriba sus memorias, cosa poco probable pero deseable, comenzarán así: «Cuando salí de la cárcel, mi madre me desterró a Sevilla».

El caso es que, para ser ciudadano completo, a la romana, hizo el servicio militar, esa cosa de otros tiempos en los que corrían parejos los derechos y las obligaciones. Cuentos de viejas para la Generación Zeta.

Desde el Centro de Instrucción de Reclutas de Valencia, inflamado de ardor guerrero, Luis se alistó en la Legión, ¿dónde si no?, pero le cazaron. Su turbulenta vida universitaria le pasó factura y unos simpáticos policías militares forzudos se hicieron cargo de él en el patio del Tercio para llevárselo a una unidad de castigo en el regimiento Tetuán 14. Es la misma unidad que antaño mandó Prim en Marruecos, la que aparece en un cuadro tocados todos con la barretina.

Luis se quedó sin conocer al Bici o al corneta del Tercio, un ejemplar ario: rubio, pálido, de ojos inmensamente azules a quien daban ganas de preguntar si era de Baviera o de la Selva Negra pero que cuando abría la boca la duda se ceñía a si era de Sevilla o de Triana.

El regimiento Tetuán 14, en los tiempos de Luis, lo mandaba el coronel José del Pozo. Nuestro hombre quedó integrado en la compañía mixta mecanizada del Segundo Batallón.

Como ninguna buena acción queda sin castigo, el capitán hizo llamar a Luis y, en un tono de clara amenaza, le enseñó el pase falsificado por él

Hombre estoico y de iniciativas se habituó rápido a la vida del cuartel. Como era mañoso un compañero le pidió que falsificara la firma del capitán Antonio Gutiérrez para que otro soldado pudiera irse unos días de permiso. Ya estaba todo listo pero el capitán dejaba la rúbrica para otro día, ese «vuelva usted mañana» tan presente en nuestro país desde los tiempos de Mari Castaña. El caso es que con el bolígrafo adecuado y un rápido estudio de la firma original, Luis lo hizo y el compañero, tan pimpante, se pudo marchar al fin unos días a su municipio a ver a la familia, no sabemos si también al sindicato y tampoco importa a nuestra historia.

La cosa pareció quedar así, sólo pareció. Como ninguna buena acción queda sin castigo, el capitán hizo llamar a Luis y, en un tono de clara amenaza, mientras nuestro soldado mantenía ante su superior la posición estricta de firmes, le enseñó el pase falsificado por él y puso sobre su cabeza espadas de Damocles, tormentas y amenazas sin cuento con voz dura y metálica. La pena por falsificar en la vida civil era dura pero en la vida militar la deja chica. Luis no sabía dónde meterse ni por qué se había implicado en ese lío. Ni siquiera conocía a fondo al que se lo propuso, sospechosamente ausente en ese momento, ni al que disfrutaba del permiso.

El castigo

El capitán, tras abrirle las puertas del infierno castrense para que echase un vistazo a lo que podía esperarle allí, nuevo Dante de la milicia, le mostró una salida, mucho más llevadera pero dura y tediosa. Entonces le ordenó descanso mientras le profetizaba que iba a firmar toda la documentación que al capitán le correspondía, la actual y la otra, parte de la cual estaba pendiente de la firma del oficial desde hacía años: desde cartillas de tiro a permisos, arrestos, valoraciones y licenciamientos incluso. Los papeles acumulados en la oficina del capitán tenían la altura de un niño de doce años bien comido y bien bebido.

Así que pasó de falsificador ilegal y clandestino por divertimento a falsificador legal, público y por obligación

Y a esas tareas se dedicó Luis, primero la tarde los martes que se fue extendiendo a otros días sin por ello ser relevado de maniobras, frecuentes en el Tetuán, ni de servicios agotadores en una unidad de sospechosos habituales, sino en su tiempo de asueto.

Así que pasó de falsificador ilegal y clandestino por divertimento a falsificador legal, público y por obligación.

Un posible pronunciamiento

La unidad participó en 1980 en el desfile que tuvo lugar en Valencia. Un oficial preguntó a los conductores de los novedosos vehículos blindados sobre ruedas BMR qué harían si algunos pacifistas se arrojaran ante los carros y él les diera la orden de seguir adelante. Gracias a Dios no hizo falta porque no pasó nada a ese respecto.

Lo habitual en tales desfiles es que sólo los miembros de la Policía Militar lleven munición, pero, en este caso, cada soldado de la unidad iba con cuatro cargadores de veinte cartuchos y el fusil CETME correspondiente. Dentro de los BMR no iba nadie más que el conductor y el hombre de la torreta. El resto de los vehículos blindados iba lleno de raciones de campaña. Mucho más tarde Luis encontró una explicación auténtica o no. Según dicha narrativa el general Milans del Bosch tenía pensado hacer un pronunciamiento y no se llevó a cabo por la presencia del Rey a quien el jefe militar no quería plantearle ese papelón. Cosas que se dicen.