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Los abuelos en prácticas

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Crónicas castizas

Los abuelos en prácticas

Y cuando los miras y el corazón se te llena de sentimentalismo, entiendes lo que es la estirpe y una parte de eternidad que sí tienes asegurada gracias al ADN

Nadie nos avisa ni nos pide opinión. Estás tan ricamente, o eso quieres creer, en tu edad de agudeza máxima de vocabulario, de conocimiento general, de comprensión causa-consecuencia, de todas esas cosas con que intentas animarte cuando recuerdas los versos de Rubén Darío: «Juventud, divino tesoro que te vas para no volver». Claro que otras aptitudes van desapareciendo del sótano, aunque persistan en la azotea. Un griego de esos famosos, al llegar a la senectud, dijo aquello de «por fin puedo dedicarme a pensar, liberado de la tiranía de la carne». En realidad, se lo oí a mi padre, pero era de Toledo y los helenos quedan mejor en las citas, dan más caché.

Pues en ese momento de brillo intelectual, esa póstuma y colorida puesta de sol, van y sin consideración ni advertencia alguna, te hacen abuelo de una forma nada democrática, sin comerlo ni beberlo. El primer cambio se produce cuando sujetas entre tus brazos a los dos o tres kilos largos de nieto, tus facciones de rudo legionario, antaño duras, se disipan y se te queda una cara de memo de primera magnitud.

Comienzas a sentarte o a levantarte haciendo ruiditos, claro síntoma de decrepitud. Según crece el nieto, o los nietos que tengo dos, corres poco, saltas menos y en esas deplorables condiciones has de perseguir a dos exhalaciones que derrochan energía por doquier, hasta por las pestañas. Mientras tanto, sus progenitores se muestran inmunes a tus ruegos, nadie te hace caso: «Por favor, eliminad dos o tres comidas de su dieta o conectarles a una pila para que la atiborren de energía». Ni puñetero caso, tampoco en eso.

Comienzas a ser más consciente de tus limitaciones y a profundizar en la historia judía invocando a jerarcas pretéritos del año 1, cosa actualmente fuera de moda. Antaño sí había cultura bíblica hasta para las imprecaciones. Recuerdo a mi madre y su tradicional ¡que venga Herodes! (Jeremías 31:15).

Amor de abuelo, cosas que te depara la vida cuando ya piensas que todo lo has visto, oído y sentido

Cuando entras en la estancia familiar, alegre y contento con una cancioncilla que vuela en tu boca, te encuentras un cerco de dedos sobre los labios. Los nietos están dormidos y todos a tu alrededor imitan a Juan Carlos I en la cumbre de las Américas dirigiéndose a Hugo Chávez: «¿Por qué no te callas?». Y sientes algo del rencor de ese militarote que empezó con un golpe armado fallido antes de ganar las elecciones. Intentas dejar una nota histórica: algo así hizo también un inmigrante extranjero en Alemania allá por los años 30. ¡Qué listos son los austríacos! Han convencido al mundo de que Hitler era alemán y Mozart, austríaco. El relato, la posverdad lo llaman ahora, pero nadie quiere escuchar tus disquisiciones de arcaico. Están muy entretenidos vistiendo a los nietos que te miran aviesos pensando en las carreras que te van a meter en cuanto terminen de prepararles con playeras, camisetas y pantalones cortos. Desigual competencia cuando tú vas con pantalón largo, camisa, los pies cuajados de callos y más de medio siglo a cuestas. Pequeños terroristas de cabezas doradas.

Si han caído en ese mundo proceloso no permitan, nunca, en ninguna circunstancia, que le pongan su nombre a un nieto. Cuando es un bebé sonreirán orgullosos, pero cuando empiece a haces trastadas a partir de los dos años se van a hartar de que todas las recriminaciones comiencen con su nombre: Gustavo, no hagas esto. Gustavo, te voy a castigar. Gustavo, cómete todo. Gustavo, no abras la puerta. Gustavo, no saltes. Gustavo, no grites. A veces, las órdenes son tan perentorias que tú mismo las acatas, en realidad, serás el único que las obedezca porque aquel a quien van dirigidas, en ese momento de su vida, es un anarquista vital, místico, como aquel que adornaba una novela, léase nivola, de Unamuno.

Y cuando los miras y el corazón se te llena de sentimentalismo, tanto que hacen a las cursiladas de Corín Tellado parecer tan dura como Clint Eastwood recargando un revólver Remington, entiendes lo que es la estirpe y una parte de eternidad que sí tienes asegurada gracias al ADN.

Amor de abuelo, cosas que te depara la vida cuando ya piensas que todo lo has visto, oído y sentido. La que te queda por delante, viejo.

Gracias, hija, por los dos. De corazón.

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