Exclusiva Identifican al asesino de los ojos muertos que ha matado a tres personas
Se trata del último asesino en serie que actúa en nuestro país. Estranguló a una funcionaria de justicia, acuchilló a un agricultor y apuñaló a una joven, según la investigación policial
Tiene la mirada vacía, como muerta. Los testigos que le vieron arrebatar la vida a sus víctimas coinciden en ese dato. Sus ojos no eran normales. El primer aviso lo dio en julio de 2020 en Torrevieja, Alicante. Ocurrió en una vivienda del centro. Josefa estaba limpiando el rellano de la entrada. Entre los vecinos se repartían la tarea para evitar contratar a un limpiador. Estaba sola cuando, de repente, un individuo que no conocía de nada, joven y muy delgado, le puso un cuchillo frente a los ojos. Lo hizo girar mientras esbozaba una sonrisa cruel. Sus ojos estaban vacíos, muertos, sin ninguna emoción. No dijo nada. Sólo lanzó el filo de su cuchillo contra la mujer. La apuñaló varias veces. Ella trató de defenderse. Le buscaba el cuello para rajárselo. Josefa tuvo la suerte de que un vecino escuchó gritos de auxilio y salió a socorrerla. El agresor decidió huir a la carrera. La pobre Josefa, tras sanar de sus heridas, poco pudo aportar, salvo una descripción y su convencimiento de que por sus rasgos físicos era una persona del este.
Días después, en agosto, en Los Montesos, también en Alicante, fue asesinado Antonio, un agricultor. Su crimen lo descubrió el capataz de la finca. A eso de las cuatro le llamó para preguntarle cómo estaba, pero su empleado no cogía el móvil. Insistió sin éxito. Al final, preocupado, se desplazó al lugar. Lo encontró muerto, apuñalado: le habían asestado once puñaladas y la cabeza casi desprendida. Le habían cortado el cuello y apenas un hilo de carne la unía al cuerpo. Inmediatamente, avisó a la Policía Local y a la Guardia Civil. Cuando llegó el grupo de homicidios de Alicante, miraron el cielo y se dieron cuenta de que estaba a punto de descargar una tromba de agua enorme. Hubo gritos y premura. El agua amenazaba con destruir las pruebas. Los de científica, como pudieron, con linternas, fueron buscando manchas de sangre en el suelo y recogiendo muestras a toda velocidad. No habían terminado cuando comenzó a jarrear.
La reconstrucción policial
Mediante los datos, las muestras y los testimonios lograron reconstruir lo que ocurrió. Antonio salió a la entrada de la finca donde tenía aparcado su coche a por el bocadillo de la comida. Nunca cerraba el vehículo. Probablemente, pilló a su asesino mirando dentro, o no; lo que sí saben los investigadores es que, allí mismo, le empezó a lanzar cuchilladas. Antonio corrió como un galgo para salvar su vida, pero el asesino de los ojos muertos le persiguió dándole cuchilladas en la cabeza y en la espalda. Hasta que lo abatió sobre una acequia, muy cerca del tractor que utilizaba en los limoneros. Allí lo encontró el capataz. La suerte y el trabajo avezado, diligente y pulcro de la Guardia Civil hizo que localizasen la pista más importante. Antes de que el cielo descargase agua con furia, pudieron recoger algunas muestras de sangre, todas del fallecido, salvo una. El homicida probablemente se cortó en la persecución con su propio cuchillo y sangró. Metieron su rastro genético en la base de datos, pero no saltó ninguna coincidencia. Había que comenzar una investigación a pulso, a la antigua usanza: se entrevistó a familiares, amigos, compañeros de trabajo, se estudiaron sus cuentas, sus llamadas. Bucearon en su vida buscando a su asesino. Y seguían haciéndolo el 6 de noviembre de 2020.
La colaboración ciudadana permitió conectar dos sucesos y puso a la policía sobre la pista del asesino en serie
Ese día, en La Olla, Elche, Alicia, una funcionaria de justicia, sacó a media tarde a pasear a su perro. Un hombre joven, con apariencia de ser del este, se abalanzó sobre ella, la metió en una acequia y la estranguló mientras la ahogaba. Creen que el perro le mordió durante el asalto, porque la pericia e inteligencia de los agentes de la Policía Nacional de Elche que acudieron a la escena, hizo que procesaran a la mascota de Alicia. Encontraron un ADN desconocido en la correa. Antes de meterlo en la base de datos, hablaron con los testigos. Minutos antes de la muerte, el asesino se cruzó con un vecino de la zona y le preguntó la hora. El hombre le miró a la cara antes de contestar y se asustó: tenía los ojos muertos y su lenguaje no verbal trasmitía violencia. Dio dos pasos hacia atrás sin contestarle y huyó. Fue corriendo hacia su casa y le contó a su mujer lo que había ocurrido. Estaba convencido de que aquel joven había pensado en matarle. Cuando los agentes le interrogaron, ya no se acordaba de si quien le preguntó la hora era hombre o mujer, y apenas pudo describirlo. Y eso que llevaba el pelo rapado. Quizá el miedo le atenazó y pasó de meterse en líos. Se localizó a otra testigo, esta de después del crimen. Ella observó como un joven de apariencia del este corría con unas zapatillas sujetas en el pecho. Le llamó mucho la atención la escena. Después se sabría que las zapatillas eran de Alicia, la víctima.
Coincidencia de ADN
Tras los testimonios metieron el ADN anónimo de la correa del perro en la base de datos y saltó una coincidencia, «match», que dicen los anglosajones. Pero el resultado no daba un nombre, no. Lo que ofrecía era una conexión con otro asesinato sin resolver, el de Antonio, el agricultor. Entonces, el grupo de homicidios de la Guardia Civil de Alicante y el grupo de Policía Judicial de Policía Nacional de Elche decidieron compartir los datos de sus pesquisas y colaborar en todo. Solo hubo que estrechar las manos para sellar el acuerdo de lealtad. A los agentes de Elche les estaba echando ya una mano el Grupo de Homicidios de la Central con sede en Madrid, Canillas, con notable experiencia en casos difíciles.
Una de las primeras ideas que surgieron del grupo de trabajo local fue la de mirar agresiones con arma blanca en el entorno que estuviesen sin resolver. Así encontraron a Josefa, la mujer del portal. Buscaron las cámaras de seguridad más cercanas y así rescataron imágenes del asesino. Tras mil gestiones, se decidió publicar las imágenes del asalto a la vecina de Torrevieja. En ellas se ve a un individuo delgado y calvo corriendo. En los medios pedimos que si alguien lo reconocía que, por favor, contactara con la Policía. No pasaron 24 horas y una amiga del asesino le reconoció. Llamó al número de contacto y desveló su identidad. Se llamaba Nicolay, era un joven ruso de 25 años.