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Artur MasPaula Andrade

El perfil

Artur Mas, el soldado de Toledo que acabó perdido en el 3 %

El heredero de Pujol y padrino de Puigdemont vive sus peores días olvidado por el independentismo y con toda su cúpula sentada en el banquillo

Aunque todo el mundo señala a Puigdemont como gran instigador del golpe contra la Constitución en Cataluña, nada de lo que ha pasado allí desde hace lustros se entiende sin mencionar a Artur Mas, el edecán de Jordi Pujol que ascendió de correveidile del capo a jefe de la banda.

Ahora que la Justicia acusa a su partido de financiarse vinculando adjudicaciones públicas a «donativos» creativos a las fundaciones convergentes, por la módica comisión de un 3 %, cobra cuerpo la especie extendida durante años por las malas lenguas, que a menudo son las lenguas acertadas.

Todo el procés fue la respuesta al temor a que la corrupción catalana saliera de las catacumbas de la impunidad y se sentara en el banquillo: «Si venís a por nosotros, nos envolvemos en la estelada».

La frase es apócrifa, pero resume muy bien el salto al vacío que Artur Mas experimentó desde las posiciones moderadas a los delirios separatistas, disfrazándose de independentista para tapar el hedor a corrupción que ahora le ha estallado: 30 investigados, 31 obras bajo sospecha y siete años de componendas bajo su mandato en el banquillo.

Entre 2008 y 2015, con idas y venidas de la vieja convergencia en el poder, se desarrolló según la Justicia un sistema de financiación que en, realidad, debía tener ya mucha vitola, aunque la Fiscalía se haya detenido en ese periodo y en esos sospechosos por razones operativas.

Y fue el miedo a esa reacción legal lo que explica, con una probabilidad cercana al 100 %, que el sosegado Artur Mas i Gavarró, nacido un 31 de enero en la Barcelona de 1956, iniciara una aventura como la del Pijoaparte de Juan Marsé con la Teresa de las célebres tardes literarias.

Porque el inicio del procés fue seguramente una estrategia de defensa ante lo que se venía encima, una especie de amenaza trufada de coartada para reclamar laxitud judicial a cambio de tibieza política: la falta de respuesta a la oferta quizá detonó la primera bomba de una larga lista iniciada por Mas y culminada por Puigdemont.

La crónica hagiográfica del nacionalismo sitúa la metamorfosis de Artur, niño bien barrio alto, en aquel año de 2012 en el que intentó entenderse con Rajoy y le presentó un listado de exigencias que, al ser rechazadas, estimularon el apocalipsis secesionista durante cinco largo años coronados con el referéndum en Narnia, la declaración unilateral de independencia más efímera de la historia y la fuga del sucesor de este economista con aspecto señorial que acabó incendiando Cataluña como nadie.

Artur Mas parece salido de 'Últimas tardes con Teresa' pero se educó en el Liceo Francés, heredó a Pujol e hizo parte de la mili en Toledo

Pero el célebre 3 %, los miedos de Pujol y sus propias pesadillas explican mejor el giro de un radical con modales del Liceo Francés, donde cogió modales galos incompatibles con las asonadas posteriores y su propia trayectoria vital.

Porque aquel estudiante refinado, devoto de Churchill y de Juan XXIII, aficionado a la pesca y a las playas mallorquinas, amantísimo esposo de Helena Rakosnik desde 1982 y ferviente lector de la poesía de Baudelaire acabó creyéndose Garibaldi o el Rey de su mismo nombre sin otra tabla redonda a mano que la que tengan a bien disponer los abogados de su defensa.

Hace tiempo que Mas abandonó las filas del independentismo más duro y, quienes le conocen, le sitúan más cerca de Pere Aragonès que de Carles Puigdemont, y más partidario del autogobierno que de la ruptura con España, país que es el suyo y por el que llegó a hacer el servicio militar en tres destinos, incluido Toledo.

Pero todo ello queda escondido por la sombra de una corrupción que no le señala formalmente, pero sí políticamente: su asesor David Madí fue condenado a 14 meses de cárcel por delitos contra la Hacienda cometidos en el mismo entorno del ínclito 3 % que ahora puede empurar a la práctica totalidad de sus colaboradores.

Si algún día Mas pensó en volver como tercera vía neopujolista, u otros pensaron en su retorno, hoy parece imposible: las dos grandes facciones del secesionismo le miran con recelo y la tercera familia, la folclórica de las CUP, le detesta profundamente.

Acérrimo de Baudelaire, quizá encuentre en unos versos de Las flores del mal el epitafio político que las urnas, las compañías y los jueces parecen haberle escrito:

«¡Oh dolor!, ¡oh dolor! El Tiempo se come la vida, y el oscuro Enemigo que nos roe el corazón con la sangre que perdemos ¡crece y se fortalece!».